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Quatro Cegos
(alegoria) Cornelis Massijs, c. 1550
1. La ceguera como motivo literario
Para empezar a identificar y analizar la forma en la cual el motivo de la
ceguera funciona
en 'Ensayo sobre la ceguera', iniciamos con un corto recuento del tratamiento de
este motivo
a lo largo de la literatura universal. Debemos entonces remitirnos al breve,
pero sumamente
interesante y esclarecedor estudio del crítico ciego Kennneth Jernigan,
“Blindness: Is
literature against us?” (“Ceguera: ¿Está la literatura contra nosotros?”),
ensayo en el cual
se analizan las diversas manifestaciones que la ceguera ha adoptado a lo largo
de la historia
de la literatura que son nueve en total de acuerdo con la investigación de
Jernigan:
Yet upon closer examination the principal themes and motifs of literature and
popular cultures are nine in number and may be summarized as follows: blindness
as compensatory or miraculous power; blindness as total tragedy; blindness as
foolishness and helplessness; blindness as unrelieved wickedness and evil;
blindness
as punishment for sin; blindness as abnormality or dehumanization; blindness as
purification; and blindness as symbol or parable (Jernigan, 1974: 2).
El trabajo crítico y analítico que realiza Kenneth Jernigan sobre la relación de
la literatura
y la ceguera es sumamente interesante, y ofrece una breve pero necesaria
revisión crítica de
la manera como los temas y motivos literarios relacionados con los ciegos y la
ceguera han
sido abordados desde distintas perspectivas, y con variaciones por numerosos
autores de las
más diversas clases, estilos y épocas. El resultado es un rico y desconocido
panorama de
símbolos, temas y motivos, que la mayoría de las veces no han sido analizados ni
tenidos en
cuenta dentro del campo de la tematología comparatista literaria.
La conclusión a la cual llega Jernigan, después de sopesar y analizar los
ejemplos
anteriormente mencionados, es que la percepción que se tiene del ciego y de la
ceguera
dentro de la literatura no ha cambiado con el tiempo, y que esta apreciación ha
sido la
continuación de un pensamiento que se extiende desde los comienzos de la
civilización
occidental, la cual tiende a representar y a clasificar al ciego como un ser
extraño y
diferente, aislado del resto de la humanidad, pues su enfermedad entraña una
ruptura total
con lo que se entiende y se define como lo humano, especialmente en los casos
más
negativos. Es el caso del personaje del pirata ciego Blind Pew, de
La isla del
tesoro (1883),
de Robert Louis Stevenson, o del ciego malvado del
Lazarillo de Tormes, que
representan a
los ciegos como lo peor y lo más malvado que pueda existir en el mundo. Incluso
cuando el
ciego tiene poderes extraordinarios o habilidades fuera de lo común, como es el
caso del
detective ciego
Max Carrados, personaje creado por el escritor Ernest Braham,
dotado de
un sexto sentido que le permite resolver casos difíciles y sobrevivir a
situaciones peligrosas,
inclusive en este caso no deja de ser visto el ciego como un ser diferente; más
aún, su
estatuto como ser extraño y alienado aumenta de manera negativa:
They might worry us, as well; for all this mumbo jumbo about abnormal or
supernatural powers doesn’t lessen the stereotype of the blind person as alien
and
different, unnatural and peculiar. It makes it worst (Jernigan, 1974: 3).
A raíz de su enfermedad, el ciego queda excluido de la realidad en la que
participan
quienes sí pueden ver, y rápidamente su figura cae presa de los más diversos
lugares
comunes y estereotipos que la literatura ha reproducido y continúa reproduciendo
hasta
nuestros días, sin que haya habido un cambio radical con respecto de esta
actitud:
To the question Is literature against us? There can be no unqualified response.
If we
consider only the past the answer is certainly yes. We have has a bad press.
Conventional fiction, like conventional history, has told it like isn’t.
Although, there
have been exceptions, the history has been monotonously and negatively the same
(Jernigan, 1974: 8).
Esta consideración negativa de la ceguera en la literatura se origina,
primordialmente, al
relacionar de manera simbólica esta enfermedad como subversora de una manera de
ver y
de concebir a un mundo que está regido por el sentido de la visión, y de todo lo
que de este
sentido se desprende:
In virtually all of these symbolic treatments, there is an implied acceptance of
blindness as a state of ignorance and confusion, of the inversion of normal
perceptions and values, and of a condition equal to if not worse than death
(Jernigan, 1974: 8).
Esta idea de la ceguera relacionada con la muerte, la anormalidad y todo lo que
va en
contra de lo humano, sirve para la articulación y el desarrollo tanto de la
forma como del
contenido de Ensayo sobre la ceguera, el cual recoge una tradición antiquísima
de
interpretar y de clasificar al ciego desde esta vertiente negativa y
evidentemente sesgada
que ha difundido la literatura a través de la historia, para ampliarla con un
contenido
alegórico y simbólico, como suelen tener las novelas de José Saramago. Sin
embargo, esta
visión de la ceguera en la literatura occidental también ha servido para crear
memorables
personajes, obras y situaciones, entre los cuales se encuentran el
Edipo Rey de
Sófocles, el
adivino ciego Tiresias que forma parte de la tradición mítica y teatral griega,
el ciego
malvado del Lazarillo de Tormes y muchos otros. En este trabajo consideramos que
de
todas las funciones que enumera Jernigan la simbólica es la más importante, no
sólo en
Ensayo sobre la ceguera sino también en el Informe sobre ciegos, pues es en la
vertiente
simbólica o alegórica del motivo de la ceguera donde pueden caber las otras
interpretaciones y visiones que se han utilizado a lo largo de la historia para
representar a la
ceguera y a los ciegos.
Es en el pensamiento de los griegos donde el antagonismo entre la vista y la
ceguera se
hace evidente y empieza a desarrollarse con mayor intensidad esta dualidad. Así,
se
equipara al sentido de la visión como la fuente por excelencia del conocimiento
y de la
realidad que nos rodea; la vista da origen, forma y coherencia a nuestra manera
de entender,
comprender y organizar el mundo, mientras que la ceguera, es decir, la
incapacidad de ver,
es representada no sólo como la negación de las cosas materiales y tangibles que
únicamente se pueden aprehender por medio de la vista, sino también como la
pérdida de
algo esencial que nos permite ser definidos como humanos:
Y en esa pérdida de situación de quien se ha quedado ciego, de momento nada le
garantiza que pueda seguir participando de la realidad de los videntes, porque
la
vista, como lo sanciona Aristóteles, es la fuente primordial del conocimiento,
vínculo directo entre el estar en el mundo y el distinguir y pensar el mundo en
relación con uno mismo (Cuartas, 2001: 34-35).
Incapaz de ver el mundo que lo rodea, el ciego debe construir desde su ceguera
una nueva
forma de entender la realidad. Pero aquella realidad en la cual habita ya no es
la misma de
los otros seres humanos, de aquellos que sí pueden ver, pues una persona ciega
es incapaz
de concebir el mundo de la misma forma como lo hacen las personas que lo ven con
sus
propios ojos. Entonces, la figura del ciego se vuelve extraña en un mundo
dominado por las
personas que ven, hasta el punto de ser asociado en muchos casos con lo malvado
y lo
misterioso, como apunta la tradición. Cabe destacar, igualmente, el simbolismo
con el que
se ha relacionado la oposición entre vista y ceguera: la luz y las tinieblas, lo
brillante y lo
oscuro, una dualidad que aún se sigue conservando en nuestros días. La luz es
considerada
desde siempre como el símbolo del conocimiento, de la plenitud y del esplendor
alcanzados
por la vista, mientras que la oscuridad es la negación de las cosas, de la
capacidad de
entenderlas y percibirlas; con de la oscuridad no podemos ver ni la belleza, ni
el orden, ni el
sentido del mundo; tampoco podemos movernos, ni ubicarnos, ni orientarnos, a
menos que
se desarrollen otros sentidos como el oído y el olfato. En definitiva, el verbo
ver, la acción
en sí misma de la visión, es sinónimo primordial y fundamental de saber; no ver
es la
negación de ese saber legitimado y originado en el sentido de la vista:
“Saber” que, como afirma Ludwig Wittgenstein, tiene un significado primitivo
análogo al “ver” relacionado con él, ocupa en el proyecto racional humano un
lugar
de privilegio: se sabe porque se ve, y sabiendo una cosa, se sabe a continuación
otra
y otra y otra más, como ocurre también cuando se ve esto y a continuación
aquello y
lo de más allá. En esta prioridad del órgano de la vista, tan celebrada desde
Aristóteles, y aún antes, cuando sencillamente no se declaraban los vínculos
entre
ver y saber, queda por supuesto excluido quien no ve, como si aseguráramos que
quien no consigue ver, en consecuencia no consigue saber o asegurar su
participación en un mundo continuo que sólo la vista regala, como tal, ningún
otro
órgano, ningún otro conocimiento (Cuartas, 2001: 46-47).
Esta concepción del saber como conocimiento relacionado directamente con la
vista es el
origen del racionalismo que ha gobernado a la humanidad desde los griegos hasta
nuestros
días, concepción que niega y olvida otras formas de saber que no tengan que ver
directamente con la seguridad y la certeza que da la vista. Como consecuencia,
se
considera a la ceguera como la negación por excelencia de la realidad y la
verdad que
emanan de la visión:
Por otra parte la elección de la ceguera como gatilladora de la acción narrativa
resulta bastante acertada considerando la carga metafórica que esta palabra
posee en
nuestra cultura. De esta manera sabemos a priori que, cuando escuchamos los
lugares comunes: “estar ciego de amor”, “estar ciego de ira” o “estar ciego ante
la
realidad”, no se nos está hablando de personas que perdieron la facultad de sus
órganos visuales (Alfonso, 2006: 2)
Por esto, la ceguera es un motivo que recuerda, por un lado, tanto en la
tradición literaria
occidental como en los trasfondos de nuestra herencia cultural aspectos del ser
humano que
no conocemos e ignoramos, aunque formen parte integral de la condición humana;
por otro
lado, la ceguera se refiere a las cosas que nos negamos a ver y a aceptar. Ambas
formas del
motivo se encuentran representadas en Ensayo sobre la ceguera pero,
principalmente, se
concreta en la última de estas representaciones, en la negación a ver la
realidad de las cosas,
que impide al descubrimiento de lo que está oculto y de lo que se ha querido
negar.
Ensayo sobre la ceguera, publicada en 1995 por el premio Nóbel de literatura de
1998, el
portugués José Saramago, es una de las pocas obras en la historia de la
literatura
contemporánea cuyo argumento y temática se centra en el motivo de la ceguera y
en una
serie de temas relacionados de manera simbólica y alegórica con esta enfermedad.
Ensayo
sobre la ceguera narra la insólita epidemia de ceguera que sufre un país cuyo
nombre jamás
es mencionado por el narrador o por los protagonistas de la obra. Las personas
empiezan a
perder la vista de manera repentina, victimas del llamado “mal blanco”, una
clase de
ceguera sumamente extraña y desconocida nunca antes registrada por la ciencia,
que, a
diferencia del resto de las enfermedades de la visión, se contagia sin que se
puedan detectar
sus causas, dejando al contagiado enceguecido dentro de una blancura
deslumbrante.
Debido a la rapidez con que se propaga la epidemia y a la incapacidad de
controlarla de
manera eficaz y pronta, las autoridades se ven obligadas a mantener a los
primeros ciegos
en cuarentena, aislándolos del resto de la población, para impedir que el
contagio se
expanda aceleradamente entre aquellos que aún no están infectados.
En un manicomio abandonado, donde ocurre la primera cuarentena, será recluido
junto
con otros cientos de infectados el grupo de personajes que protagoniza la
novela: el primer
hombre en quedarse ciego, hecho que ocurrió de manera repentina mientras
manejaba su
automóvil, y su esposa; el médico oftalmólogo que lo atendió por primera vez, la
esposa del
médico y varios de sus pacientes – una joven prostituta que usa gafas negras, un
niño que
padece de estrabismo y un viejo con un parche en uno de sus ojos
–, quienes, al
parecer,
también fueron contagiados cuando el primer ciego entró al consultorio del
médico para ser
revisado. Exceptuando la mujer del médico, que nunca pierde la vista, y que por
este hecho
extraordinario es dentro de la obra quien sostiene al grupo de los ciegos contra
todas las
adversidades, el resto de población del país se va quedando paulatinamente
ciego, hasta
que finalmente la sociedad colapsa. En el manicomio donde se encuentran
recluidos los
protagonistas, los ciegos, aislados del mundo exterior por las autoridades,
transforman
rápidamente el lugar en un infierno donde la crueldad, la codicia y el desprecio
por los
semejantes se apoderan rápidamente de los confinados. Después de la lucha contra
un
grupo de ciegos “malvados”, que se ha adueñado de la distribución de los
alimentos y exige
dinero y mujeres a cambio de la repartición de la comida, un incendio, provocado
por una
ciega en medio de la confrontación, destruye el edificio y facilita la huida de
los ciegos al
exterior. Al fugarse descubren que todo el mundo está ciego y que la anarquía y
el caos
imperan en el país, pues sólo existen grupos de ciegos que se unen para la
búsqueda de
comida y de refugio. La civilización, en ese momento de la novela prácticamente
ha
colapsado, ya que los ciegos están limitados a las tareas básicas de la
supervivencia, y es
imposible volver a funcionar en un mundo que no está diseñado para que lo
habiten los
ciegos:
Blindness is clearly a sign of limitation in this novel. It causes the entire
society no
longer function. It also places blind people in the condition of physical
jeopardy and
psychological torment. The society no longer functions because the blind are not
able to provide the ordinary services that we are routinely dependent upon for
survival: the production and distribution of food, water and electricity and the
maintenance of the infrastructure of transportation and communication (Snedeker,
2001: 4)
El grupo de los ciegos protagonistas decide volver a sus antiguas casas, pero al
darse
cuenta de que están ocupadas por otros ciegos, o que sus familiares no están en
ellas,
deciden permanecer unidos y refugiarse en el hogar del médico y su mujer,
confiándole a
ésta la búsqueda de alimentos y el mando del grupo. Finalmente, después de
innumerables
dificultades, cuando ya parecen haberse acostumbrado a su condición, empiezan a
recuperar de manera inesperada la vista. Lo que esperaba a ser un final feliz,
un retorno a la
normalidad de las cosas, deja, sin embargo, una serie de dudas y de
interrogantes, tanto por
la enigmática epidemia cuyo origen jamás se llega a esclarecer, como por las
consecuencias
que aquella enfermedad ha generado en los seres humanos, mostrando que lo peor
de la
condición humana, puede –a pesar de la bondad y la humanidad reflejada en la
actitud
compasiva y bondadosa de la mujer del médico a lo largo de la novela- apoderarse
de
nosotros en cualquier momento.
3. La ceguera como motivo
Recordemos que la ceguera es un motivo que evoca, por un lado, aspectos del ser
humano que no conocemos e ignoramos, y, por otro lado, lo que nos negamos a ver
y a
aceptar. Ensayo sobre la ceguera es, desde su perspectiva de novela que combina
ficción y
ensayo, un alegato contra una manera de entender la realidad desde la razón pura
y también
de ignorarla, la cual nace de la concepción de la visión como la fuente de todas
las
verdades, encarnada simbólicamente en la “ceguera blanca” que afecta sin
misericordia a
los personajes en la novela. El hombre, abrumado por las imposiciones de la
civilización y
de la racionalidad que lo conducen vertiginosamente a una serie de situaciones
que cada
vez más se le escapan de las manos –pobreza, desigualdad, guerras, inequidad,
falta de
oportunidades para la gran mayoría de la humanidad- ha olvidado que es mucho más
que
razón pura y objetiva y debe, por lo tanto, enfrentarse a otras realidades que
también
anidan dentro de él y que lo constituyen, para lograr un equilibrio y un
desarrollo integral
en todo el sentido de la palabra:
Con la marcha de los tiempos, más las actividades derivadas de la convivencia y
de
los intercambios genéticos, acabamos metiendo la consciencia en el color de la
sangre y en la sal de las lágrimas, y, como si tanto fuera aún poco, hicimos de
los
ojos una especie de espejos vueltos hacia dentro, con el resultado muchas veces,
de
que acaban mostrando sin reserva lo que estábamos tratando de negar con la boca
(Saramago, 1995: 30-31).
El mismo ser humano que ha confiado tanto en la razón y en la credibilidad que
emanaban del sentido de la visión, ha presenciado cómo en los últimos tiempos
ese
proyecto luminoso ha ido decayendo y ha degenerado en una suerte de ceguera
frente a la
realidad, la cual es al mismo tiempo otra variante de esa misma ceguera, tal
como lo
pretende demostrar la novela. Si, por un lado, la realidad que entra por
nuestros ojos y que
aceptamos como única y verdadera es una ceguera ante otras formas de entendernos
y de
comprendernos como individuos y como especie, igualmente estamos ciegos al negar
esa
ceguera que está frente a nosotros. La afirmación de Juan Manuel Cuartas
representa una
aproximación a lo que el motivo de la ceguera logra en el Ensayo sobre la
ceguera: indagar
qué podría ocurrir en un plano artístico, literario y simbólico como el de
novela, cuando el
sentido más preciado y valorado desde tiempos ancestrales, la vista, nos es
arrebatado, y la
humanidad a partir de ese instante tiene que percibir no sólo la realidad que la
rodea de otra
forma, sino también empezar a construir un nuevo proyecto de lo que entendemos
como
humano, una nueva humanidad que se ha dado cuenta que, con o sin el sentido de
la vista,
ha estado y continuará ciega frente a sus verdades más profundas y complejas.
Esto queda
reflejado en las palabras que pronuncia la mujer del médico, ante el horror que
debe
contemplar y soportar diariamente en el nuevo mundo de los ciegos:
De qué me sirve ver. Le servía para saber el horror que hubiera podido imaginar
alguna vez, le servía para desear estar ciega, nada más que para eso (Saramago
1995, 207).
Tomar conciencia de la ceguera se convierte entonces en un horror para el que la
puede
ver, pues se da cuenta del fracaso del proyecto racionalista que pretendía
llevar a la
humanidad por un único camino, el cual solamente ha traído una negación
constante de lo
que en realidad es el ser humano.
Lo que hace Saramago con Ensayo sobre la ceguera es indagar y tratar de precisar
lo
que se debe considerar como humano, los límites, virtudes y falencias que nos
hacen ser lo
que somos, tanto en lo colectivo como en lo individual, integrándolo en la
búsqueda de una
nueva concepción del mundo y de un ser humano armónico con su entorno y con sus
semejantes. Y qué mejor forma de hacerlo que recurriendo al simbolismo de la
ceguera, que
evoca en la mente de cualquier lector pensamientos e inquietudes, especialmente
de orden
negativo, los cuales generan dudas e interrogantes respecto a la pregunta de si
nos
habremos vuelto ciegos frente a la propia realidad. Esta pregunta se responde
con los
hechos y con los actos que realizan los protagonistas de la novela cuando se
quedan ciegos.
Porque a excepción de unos cuantos actos solidarios, como los que realiza la
mujer del
médico, y de la unión y hermandad que disfrutan el grupo de personajes
protagonistas, el
resto de la humanidad continúa igual o peor durante la epidemia de la ceguera.
Aunque el
ser humano esté o no ciego ante su realidad, ya sea de verdad o de manera
simbólica, ello
no impide que siga siendo cruel, violento y vengativo con sus propios semejantes
y consigo
mismo, como lo ha sido a lo largo de la historia. Precisamente es durante la
epidemia de la
ceguera, cuando el ser humano se manifiesta de la manera más salvaje y brutal,
negando
cualquier asomo de humanidad, demostrando que el proyecto de plenitud humana al
cual
aspira José Saramago en su obra literaria, es aún utópico e inalcanzable:
José Saramago expone con instinto pionero una idea globalizadora: paralelo al
proceso biológico de la hominización, hay que discernir en el hombre un ‘proceso
de humanización’, de naturaleza intelectual y espiritual, menos manifiesto que
el
primero, pero argumentable en cualquier caso. La historia del hombre se
trazaría, en
esta dirección, sobre las señales de un dilatadísimo movimiento que puede
conducirnos a la humanización, denotado como estado superior de evolución.
Avanzar en esta trayectoria y culminarla con relativa satisfacción supondría
salvar
la fractura esencial que demedia al hombre. ‘Quizá’ completa el escritor,
‘nosotros
no seamos más que una hipótesis de humanidad’ mermada aún por excesivos
horrores y vacíos (Gómez Aguilera, 1996: 40-41).
Por ello, y ante la evidencia innegable de esta ceguera que se extiende por
todos los
ámbitos de nuestra relación y convivencia tanto como especie y como individuos,
las
conclusiones de José Saramago en Ensayo sobre la ceguera son inquietantes y
pesimistas: el proceso de humanización aún no se ha realizado completamente, tal vez ni
siquiera ha
empezado, como lo demuestran las actuaciones de la mayoría de los personajes de
la
novela. Incluso, una vez los ciegos en la novela han recobrado de forma
milagrosa y
repentina la visión, no es posible determinar si continuarán por el mismo camino
de antes,
o si podrán alcanzar el estado de “humanización”.
Al igual que en otras novelas del Nóbel portugués, el tema o los temas que las
componen
parecen ser siempre los mismos: ¿qué es lo que entendemos por la humanidad?,
¿qué es lo
que nos hace ser humanos de verdad, si es que realmente lo somos? Para resolver
estas y
otras dudas similares, José Saramago le da al género de la novela una misión de
suma
importancia: tratar de resolver qué es lo que se entiende por la “condición”
humana.
Entonces, en Ensayo sobre la ceguera el motivo simbólico y alegórico de la
ceguera estaría
encauzado a lograr este objetivo: tratar de definir lo que se debe entender como
lo humano.
La ceguera no es sólo un motivo que articula y estructura la novela, sino
también es
prácticamente una variación de ese gran tema de Saramago, que consiste en el
sentido del
ser humano, y si éste ya ha llegado al nivel de humanización propuesto por el
escritor. En
efecto, en la obra de José Saramago hay un concepto o concepción de la humanidad
o de lo
humano que busca ser expresado y desarrollado por medio de los temas y motivos
que
componen cada una de sus novelas. En todas las obras de Saramago aparece una
noción de
humanidad, o más bien de pre-humanidad, que el escritor muestra desde diversas
perspectivas: en Ensayo sobre la ceguera, la noción de humanidad se manifiesta
por medio
del motivo de la ceguera, que a su vez remite al tema de lo que se debe
considerar y definir
como lo “humano”. La ceguera forma entonces parte del concepto de lo que se
entiende
como “humano”, y de éste se desprende tanto el motivo de la ceguera, que da
forma a la
novela, como el tema de una humanidad que se encuentra ciega y que, por lo
tanto, es
incapaz de reconocer su verdadero estado.
En el caso de Ensayo sobre la ceguera, el autor escoge de antemano el título de
ensayo para nombrar a su novela. Ensayo sobre la ceguera no es una simple obra
de ficción
que quiere contar o narrar una historia, ésa no es la principal intención de su
autor. Su
cometido va mucho más allá al mostrar y analizar por medio del género novelesco,
recurriendo al motivo de la ceguera y a la alegoría que de éste se desprende, la
problemática de la condición humana, condición en la que sólo por medio del
ensayo –
género que encarna la reflexión por antonomasia- se puede ahondar con suficiente
holgura,
profundidad y riqueza. Al combinar la forma de la ficción que es la novela, con
la función
del ensayo, cuyo objetivo es expresar una serie de puntos de vista y llegar al
lector a un
punto de comprensión y de reflexión y de interrogación continua frente a la
realidad que lo
rodea, Saramago logra de manera notable tender un puente que permita expresar su
visión
de la humanidad, sin abandonar la calidad estética y literaria de la obra de
ficción,
combinándola con el rigor y la calidad analítica y reflexiva del género del
ensayo:
La filosofía aborda la realidad por medio de conceptos, y la novela que no
quiere ser
novela de tesis aborda esa realidad por medio de la alegoría y de la fabulación.
No
es, pues, porque Saramago incluya pasajes de reflexión o de especulación que se
hace de manifiesto en los dos libros en cuestión ese deseo de verdad. No es
porque
el autor ponga en boca del narrador o de sus protagonistas consideraciones de
índole
política o social que leemos estas dos novelas como gritos de revolte. Como
apuntó
con lucidez Theodor Adorno, en un mundo que ha traicionado a la razón, las obras
de arte que no quieran venderse como fáciles consuelos deben ser igualmente
siniestras y absurdas como la realidad. (Marulanda, 2001: 29).
En la obra de Saramago, especialmente en Ensayo sobre la ceguera, el ensayo y la
ficción
van de la mano, se unen para que el motivo y la temática de la ceguera logren el
cometido
de enseñar y mostrar al lector, el auténtico rostro de la deshumanización que
impera entre
los hombres:
La obra de arte sólo puede aspirar a su verdad en forma metafórica. Y Saramago
lo
logra desde la entraña misma de la escritura, con la materia de su imaginación,
construyendo grandes alegorías que nos hablan de la desazón y el sin sentido de
la
vida en un siglo que logró conquistar las estrellas pero se encuentra en la
oscuridad: “Creo que nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que viendo, no
ven” (Marulanda, 2001: 29).
Adicionalmente, Ensayo sobre la ceguera supone una ruptura con la obra anterior
de
Saramago: Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis y El
evangelio
según Jesucristo estaban situadas en otras épocas, eran novelas de un fuerte
contenido
histórico, aunque se refirieran de una forma u otra al presente. Por el
contrario, en Ensayo
sobre la ceguera se opera un cambio radical: se narra desde el presente de
cualquier
sociedad contemporánea, con personajes comunes y corrientes, prácticamente
anónimos,
como el mismo país en donde se desarrolla la historia, reforzando de esta manera
el
componente alegórico, universal e intemporal del motivo de la ceguera.
Una vez hecho este breve análisis tematológico del motivo de la ceguera y de los
fines
con los cuales Saramago lo utiliza en Ensayo sobre la ceguera para expresar sus
preocupaciones y obsesiones con respecto a la humanidad, pasaremos al análisis
de su
función alegórica en la novela.
4. La ceguera como alegoría
Entre los motivos de la ceguera en literatura clasificados por Jernigan, podemos
ver que
existen tres que se ajustan a los tratados por Ensayo sobre la ceguera de José
Saramago: la
ceguera como maldad y perversión sin límites, la ceguera como deshumanización y
anormalidad y, finalmente, la ceguera como símbolo, parábola o alegoría. El
motivo
primordial, tal como se dijo anteriormente, que en su conjunto recoge a los
otros dos y
abarca todo el texto, es el de la ceguera como símbolo, o principalmente como
alegoría.
Saramago ha reconocido en varias ocasiones que sus obras tienen un contenido
didáctico e
ilustrativo, casi educativo se podría decir, y, para ello, ha utilizado las
figuras retóricas de la
alegoría y del simbolismo, junto con la forma ensayística, la cual tiene una
función
pedagógica, ya que Saramago considera que la novela es un “todo” donde muchas
formas
de conocimiento pueden tener cabida, ayudando tanto a la construcción del texto,
como al
desarrollo de sus fines y objetivos:
Desde mi punto de vista la novela es un lugar a donde todo puede confluir: la
filosofía, el drama, la poesía e incluso la ciencia. Es decir, la novela como
summa
(Henao, 2001: 37).
En esta summa de saber y de conocimientos en que se ha transformado el género
“novela”
para José Saramago cabe, por lo tanto, el uso de motivos y temas para los fines
que el autor
busca expresar en su obra. Por consiguiente, lo alegórico y lo simbólico a
través del motivo
de la ceguera forman parte esencial de lo que podríamos entender como el “arte
de la
novela saramaguiano”, y no como meros adornos estilísticos, poéticos o retóricos
que
mejoren la calidad estética y artística del texto. Por ello necesitamos, antes
de seguir
adelante con el análisis, dar una breve explicación acerca del concepto de
alegoría y de lo
simbólico.
La alegoría forma parte de lo simbólico: es la serie de figuras retóricas que
buscan
representar ideas o conceptos por medio de imágenes que al ser vistas o
percibidas
conduzcan directamente al sentido de lo representado, pero de tal forma que el
concepto o
idea que representa o significa el símbolo sea el mismo en todos los ámbitos de
la
interpretación: por ejemplo, la cruz es el símbolo del cristianismo, remite
inmediatamente a
la noción de la religión cristiana. Precisamente, la religión es uno de los
campos más ricos
y nutridos de símbolos, pues desde sus inicios el sentido y el significado de
las cosas y de
los objetos se han expresado a través de éstos, y ya en la Edad Media se percibe
al mundo
como un vasto campo de símbolos y signos que remiten inmediatamente a Dios y a
la
divinidad, como lo afirma Umberto Eco:
El hombre medieval vivía efectivamente en un mundo poblado de significados,
remisiones, sobresentidos, manifestaciones de Dios en las cosas, en una
naturaleza
que hablaba sin cesar un lenguaje heráldico, en la que un león no era sólo un
león,
una nuez no era sólo una nuez, un hipogrifo era tan real como un león porque al
igual que éste era un signo, existentemente prescindible de una verdad superior
(Eco, 1997: 69).
Esta manera de interpretar y de concebir al mundo como un vasto sistema de
símbolos y
de alegorías de toda clase, hacía que el término “alegoría” y el término
“símbolo” se
confundieran o parecieran iguales, sin que existieran verdaderos criterios de
demarcación y
de diferencia entre ellos. Por eso, la verdadera diferenciación entre la
alegoría y el símbolo
en el campo de la representación sólo empezará a definirse en el siglo XVIII a
partir de los
románticos alemanes, quienes comienzan a separar y a definir ambos términos
según sus
propiedades y funciones particulares: la alegoría, al igual que el símbolo, es
una
representación de una idea, una manera de volver concreto y tangible el fenómeno
o
concepto que se busca representar; pero, mientras el símbolo es total y único,
es decir,
representa una sola cosa –como en el caso de la cruz, símbolo del cristianismo-,
y este
concepto que subyace detrás del símbolo permanece inalterable, la alegoría, en
cambio,
puede modificarse y formar parte de varios conceptos o de ideas complementarias,
alcanzando un mayor cantidad de interpretaciones y de posibles significados que
el
símbolo:
Creuzer, teórico da época romântica, surge habitualmente citado como refêrencia
para a distanção que se comença a fazer entre símbolo e alegoria. Este autor
levanos
a pensar “símbolo” como uma “totalidade momentânea”, e “alegoria” como
uma imagen progresiva e sequencial de momentos, que torna esta última capaz de
abarcar o mito (Rodrigues, 1998: 16).
La diferencia entre los conceptos de símbolo y alegoría ilustra la dificultad
que ha habido
a lo largo de la historia de la retórica y de la estética para tratar de
diferenciarlos.
Esta última definición de alegoría, que empezó con los románticos alemanes, es
utilizada
por Walter Benjamín en su libro El origen del drama barroco alemán, en el que da
a la
alegoría una interpretación más filosófica que estética al definirla, desde su
propiedad de
temporalidad y de cambio, como aquella figura que muestra la decadencia y la
caída de la
historia, es decir, la evolución constante del género humano a través de una
historia
catastrófica y decadente. Por su lado, el símbolo, desde su estado momentáneo y
único, sólo
muestra cosas idénticas e inmutables, cosas que no cambian ni se transfiguran.
Precisamente la capacidad de la alegoría para cambiar, adaptarse y evolucionar a
través
del tiempo y de las circunstancias, es la que más nos interesa para analizar el
sentido
alegórico del motivo de la ceguera en Ensayo sobre la ceguera, tal como lo
afirma Walter
Benjamín, refiriéndose al símbolo como una unidad cerrada y permanente en sí
misma,
como un bosque con montañas y plantas, mientras que la alegoría, fluye y cambia
como un
río dentro de ese mismo paisaje:
L’unité de temps de l’expérience symbolique, c’est l’instant mystique, où le
symbole recueille le sens dans le lieu caché, dans la forêt, si l’on peut dire,
qui est à
l’interieur de lui-même. Par ailleurs, l’allégorie n’est pas exempte d’une
dialectique
qui lui corresponde, et la sérénite contemplative avec elle se plonge dans
l’abîme
qui sépare l’image et la signification n’a rien de cette suffisance
indifférente,
inhérente du signe, qui lui semble apparentée. (Benjamín, 1928: 178).
La alegoría, en contraposición al símbolo, evoluciona, pues representa cosas que
superan
su significado original, siendo ésta una modificación que sufrió esta figura
retórica desde
el barroco: a partir del barroco la alegoría ya no representará, como lo había
hecho
anteriormente el símbolo, un solo concepto o idea; al contrario, la alegoría se
tornará
ambigua y tendrá varios significados, no uno solo y directo como lo tiene el
símbolo.
Gracias a esta nueva visión de la alegoría en el plano estético y alegórico,
astre a
establece el uso moderno de la alegoría en la obra poética del poeta francés y
padre de la
poesía moderna Charles Baudelaire, quien supo captar las propiedades alegóricas
de los
objetos que representaban el desarrollo y la consolidación de la naciente
civilización
industrial, y ver en ellos la pérdida de sus significados, pérdida originada por
las leyes del
mercado, ya que el objeto al convertirse en mercancía perdía su valor original
y, por lo
tanto, podía significar el valor que el mercado le otorgaba, aumentando de esta
manera la
ambigüedad alrededor de los objetos, pues estos ya no tenían un significado
único y
preciso, que pudiera ser reconocido en todos los ámbitos de la interpretación.
Esta
ambigüedad significa, según Benjamin, la ruptura y la decadencia de una sociedad
como la
de Paris –que simbolizaba por ende el desarrollo de la civilización industrial-,
la cual, a
pesar de hallarse en ese momento en su máximo esplendor, estaba llena de
contradicciones
y de miserias que podían ser precisamente representadas y aprehendidas en la
ambigüedad
alegórica de sus máximos símbolos, los objetos de consumo. De esta forma, la
alegoría, que
ya desde el barroco tenía una función de cambio y de representar otras
realidades, dentro de
la modernidad, que según Benjamin enuncia Baudelaire, se vuelve una poderosa
herramienta para criticar y debatir sus carencias y vacíos:
En la alegoría del Barroco aquel objeto que se torna categórico pierde su
significado
inicial pero precisamente al perderlo ese objeto adquiere la capacidad de
significar
cualquier otra cosa distinta a aquella que significaba en primer lugar. El
objeto se
torna ambiguo (pues puede significar en diferentes momentos diferentes
significados) y precisamente esa capacidad de ambigüedad, esa capacidad de poder
significar no solamente una misma cosa sino varias (aunque nunca a la vez) hace
que este objeto se eleve por encima de los demás (Oliván, 2000: 7).
Después de esta breve introducción al concepto moderno de la alegoría en la
estética y la
filosofía contemporáneas, volviendo al motivo de la ceguera en Ensayo sobre la
ceguera
podemos ver que Saramago ha utilizado la alegoría para estructurar tanto la
forma como el
contenido de la obra. Al igual que otros autores, Saramago utiliza la alegoría
por su
capacidad para ampliar el mensaje de los temas que componen los textos, lo que
revela el
carácter profundamente postmoderno de la alegoría, pues amplía notablemente el
número
de lecturas y de interpretaciones que pueda tener una obra:
Assim aparece revelado metaficcionalmente o carácter alegórico do romance,
carácter esse muito presente na ficçao pós-modernista. O resurgimiento da
alegoria
é bastante comprensivel se atentarmos na sua dualidade fundamental, visible até
na
própria etimología da palavra, que provém do termo grego allegoria, formada de
alloz (“outro”) e de agoreuwb (“eu falo”); ou seja, quando falo de una coisa,
falo de
outra, ou seja, a alegoria é um sistema de relação entre dois mundos (Lima,
1999: 417).
Según la lectura, la ceguera permite varios niveles de significación, que
demuestran
claramente la intención alegórica del autor. La primera lectura sería cómo la
ceguera crea
en los seres humanos, una vez han caído los antiguos sistemas de representación
y de
comprensión del mundo basados en la razón, una nueva dimensión epistemológica e
interpretativa, que demuestra hasta qué punto el uso excesivo de la razón había
eclipsado
todo lo que no tuviera que ver con ésta:
La transformación en la dimensión lingüística de la sociedad conlleva,
necesariamente un cambio de dimensión epistemológica: el hombre no sólo se ve
privado de su vista, propiamente, sino se ve obligado a cambiar su manera de
conocer al mundo. En otras palabras, el hombre se ve privado de su capacidad de
razonar: es por ello que el texto ocasionalmente confunde a los ciegos con
locos. Tanto el manicomio donde los encierran como algunos términos del narrador (“los
locos salen”; 279) insinúan que la pérdida de la vista conlleva una perdida de
la
razón (Barragán, 2002: 13).
Este nuevo estado epistemológico e interpretativo sería semejante a la locura,
por su
similitud con un estado mental que se encuentra apartado del orden y de la
racionalidad
imperantes en la sociedad. No resulta extraño, pues, que el gobierno confine a
los primeros
ciegos en un manicomio donde no puedan contagiar a la sociedad con su ceguera,
es decir,
con su pérdida de la razón. Sin embargo, dentro del simbolismo alegórico de la
ceguera, la
finalidad no es hacer una crítica a la razón en sí misma, ya que ésta es un
componente
esencial de la humanidad sino que, más bien, a través del ámbito alegórico, se
trata de hacer
notar que el uso excesivo y único de la razón excluye otras vías de conocimiento
–arte,
religión, etc.-, a las que convierte en algo irracional tanto al negarlas como
al imponerse a
ellas de manera despótica y arbitraria:
No fundo, o que este livro quer dizer é, precisamente que todos nós somos cegos
da
Razão […] A nossa razão não é usada racionalmente. Nem sequer nos comportamos
como irracionais. Mas como qualquer coisa que está entre o irracional e o
irracional.
Como arracionais. Não sei se esta palabra existe, mas quero introducir esta
categoría
(Ceccuci, 1996: 179).
Las palabras del mismo Saramago son contundentes al respecto: el uso excesivo de
la
razón la condiciona y la modifica, hasta el punto de trasformarla en una ceguera
que
alcanza tanto al individuo como a la colectividad. Al igual que los objetos de
la época de
Baudelaire se transforman bajo la visión del poeta en alegorías del tiempo y de
la sociedad
a la cual representan, el uso de la razón, o incluso el sentido mismo de la
razón, pierden a
través del prisma alegórico del motivo de la ceguera sus principales
fundamentos, los
cuales serían organizar y mantener al mundo dentro de una misma línea u orden
que no
acepta los límites, falencias, errores y todo lo relacionado con la subjetividad
e
individualidad de los seres humanos:
La ceguera simbólica del Ensayo, subvierte el orden del mundo para llamar la
atención sobre los errores de la sociedad moderna. Estas falencias tendrían que
ver
con una arrogancia desmedida que nos hace pensar que podemos explicar y entender
al mundo, y que nos hace olvidar nuestros límites humanos (Barragán, 2002: 20).
En Ensayo sobre la ceguera Saramago, al igual que Benjamín o Baudelaire,
enjuicia por
medio del motivo alegórico de la ceguera la concepción dominante de la historia
y del
progreso, la somete a debate y la controvierte, demostrando, al igual que otros
críticos de la
modernidad, el derrumbe de un concepto lineal y progresivo de la historia de la
humanidad,
el cual, guiado por la razón absoluta, no es capaz de realizar un juicio
profundo y
autocrítico que permita reparar los errores cometidos en el pasado, los cuales
se prolongan
en el presente y se proyectan hacia el futuro en esa ceguera continua y
persistente que
alcanza todas las esferas y las instituciones de la vida:
Habrá un Gobierno, dijo el primer ciego, No lo creo, pero en caso de que lo
haya,
será un gobierno de ciegos, es decir, la nada pretendiendo organizar a la nada,
Entonces no hay futuro, dijo el ciego de la venda negra, No se si habrá futuro,
el
presente no sirve para nada es como si no existiese, Puede que la humanidad
acabe
consiguiendo vivir sin ojos, pero entonces dejará de ser la humanidad (Saramago,
1995: 341).
Lo que la mujer del médico contempla y trasmite a sus compañeros sobre el nuevo
mundo
de los “ciegos”, en este fragmento que hemos citado, es la escenificación de un
mundo en
el cual el desarrollo de la historia se ha cortado abruptamente, revelándola
llena de caos y
de ruina, de manera muy similar por su postura alegórica y simbólica a lo que
Walter
Benjamin analiza en el famoso cuadro del Angelus Novus de Paul Klee, pintura que
representa a un ángel que Benjamin ha denominado “el ángel de la historia”. En
el cuadro
de Klee un ángel con los ojos abiertos de par en par, la boca abierta y las alas
replegadas,
está a punto de volar para alejarse del lugar en el que se encuentra inmóvil,
mientras mira
en actitud asombrada un pasado que sólo está lleno de ruinas, desgracia y
desolación. Como
el ángel de Klee, los ciegos de Saramago están deslumbrados por ese pasado y ese
presente
llenos de fracasos y muertos, que se materializa a medida que el mundo entero se
va dando
cuenta de su ceguera:
O progreso histórico não é para Benjamin uma edificacão constante, mas pelo
contrario uma incesante, decurrente da subordinação do presente a um projecto de
plenitude futura. Paradoxalmente, diz ele, o pensamiento racionalista moderno
converter-se no anjo da destruição ao definir como imperativo categórico da sua
ideología do progressso a neccesidade de concluir o projeto. Os milhões de
mortos
da História recente, alerta, são só sinal de um desvio (Lima, 1999: 421).
Los ciegos que conforman esta humanidad que se encuentra doblemente cegada y
engañada, no son capaces de cambiar y de entender la realidad que les rodea
pues, al igual
que el ángel de Klee, están paralizados, y esta parálisis se traduce en la
ceguera colectiva
que simboliza la novela. Sin embargo, aún queda una figura capaz de redimir a la
humanidad en medio de su caída: la mujer del médico. Este personaje femenino
representa
otros niveles alegóricos del motivo de la ceguera en la novela: por un lado,
como testigo
que presencia los estragos negativos de la ceguera; por otro lado, simboliza la
fuerza y el
coraje para luchar contra flaquezas y debilidades durante la epidemia, y de esta
forma crear
un nuevo concepto de civilización. Ella es la que mantiene unos pocos restos de
humanidad
en medio del caos del mundo de los ciegos, encarnando la esperanza y la
capacidad del ser
humano para reponerse de lo peor y continuar ayudándose a sí misma y a sus
congéneres:
Hoy es hoy, mañana será mañana, y es hoy cuando tengo la responsabilidad, no
mañana, si ya estoy ciega, Responsabilidad de qué, la responsabilidad de tener
ojos
cuando los otros los han perdido, No puedes guiar ni dar de comer a todos los
ciegos
del mundo, Debería, Pero no puedes, Ayudaré en todo lo que esté a mi alcance
(Saramago, 1995: 336).
En las declaraciones de la mujer del médico, Saramago contrapone la ceguera de
una
civilización machista, violenta, agresiva y excesivamente racionalista y lógica,
a la
sensibilidad e intuición femenina de la mujer como un nuevo camino para
recomponer la
historia de este mundo en decadencia:
Una vez en el mundo del otro, la mujer no ve ya nada del que podría ser su
propio
mundo. El ensayo continúa y ha reunido dos cegueras entonces, la de quien ha
quedado de repente ciego, sin mundo propio, sin rumbo propio y la de la mujer,
que
sin dudarlo un momento, ingresa en la ceguera del otro para atender a un
sinnúmero
de interrogantes de carácter médico, ético y apocalíptico que suscita la
ceguera. Lo
que intentará el Ensayo de Saramago reuniendo estas dos cegueras será de momento
una rápida llamada de atención a la inutilidad del mundo creado por el hombre;
de
un lado la mujer, del otro la Ceguera, para que el lector descubra una forma de
ver
un mundo donde lo alguna vez erigido puede en el fondo no valer nada, ni servir
para nada (Cuartas, 2001: 37).
La mujer del médico es al principio de la novela una persona común y corriente,
sin
ningún tipo de característica especial, excepto ser la esposa del oftalmólogo
que atendió al
primer ciego. Al quedarse ciego su marido, ella miente y pretende haberse
quedado ciega
para ir con él al manicomio. Este acto de solidaridad y de amor que el resto de
los parientes
de los primeros ciegos no es capaz de ejecutar, se puede interpretar como una
virtud o
cualidad que “salva” a la mujer del contagio del “mal blanco” y la eleva por
encima de los
demás personajes, convirtiéndola en una especie de símbolo de solidaridad y de
compromiso. A medida que la historia transcurre en el manicomio y que la ceguera
saca a
flote lo peor de los ciegos, la mujer se va afianzando como líder de su reducido
grupo a
pesar de las adversidades, llegando incluso a matar al jefe de los ciegos
malvados con
objeto de liberar a las mujeres ciegas de las violaciones y vejámenes a los
cuales aquéllos
las someten. Al regreso a la ciudad es ella la que busca comida y refugio para
sus
compañeros, manteniendo unido y cohesionado al grupo, en una actitud cercana a
la de una
madre con sus hijos:
Los miró con los ojos anegados en lágrimas, allí estaban, dependían de ella como
los niños pequeños dependen de la madre (Saramago, 1995: 301).
La mujer del médico nunca da órdenes terminantes, como lo hacía el gobierno que
encierra a los ciegos o los ciegos malvados dentro del manicomio, que imponían
de manera
arbitraria y despótica su autoridad a los otros; al contrario, este personaje
siempre está
buscando maneras para que los ciegos participen en la toma de las decisiones
fundamentales, de tal forma que los principios de la tolerancia y la democracia
no sea
olvidados en la ceguera.
En definitiva, en la figura de la mujer se percibe una manera más humana de
concebir el
mundo, al observar ella que los vicios y defectos que aumentan y se expanden
durante la
ceguera han sido siempre parte fundamental de la humanidad, y que ésta nunca ha
hecho
nada por remediarlos y eliminarlos definitivamente. La única manera de superar
estos
males, apuntaría Saramago a través de la figura alegórica de este personaje,
sería por medio
de la comprensión, la ternura y la sensibilidad, cualidades más cercanas a las
mujeres que a
los hombres, y que dotan a las mujeres de una capacidad de discernimiento y de
compenetración más profunda y, por ende, más humana:
Estos valores difieren de los principios de organización de la antigua sociedad,
básicamente por que tienen que ver con una dimensión más humana de la
organización. La mujer plantea, entonces, una nueva manera de ver el mundo – a
través de la intuición y de la sensibilidad- que se opone a los valores de la
sociedad
racionalista previa (Barragán, 2002; 18).
Igualmente, además de conducir a los ciegos por un nuevo camino de renovación,
la
mujer del médico también ayuda a su purificación, apuntando que esta ceguera no
sólo
simboliza las cosas que hay que cambiar en la humanidad sino también la
necesidad de
purificar y de limpiar a través de aquellos que han sido excluidos, como las
mujeres, los
viejos y los niños, los errores y falencias del pasado. El mismo color blanco de
la ceguera
remite inmediatamente y de forma alegórica a un estado de pureza, de luminosidad
puro e
incontaminado:
Encaminhando-nos das citações do Texto para a Simbologia, veremos esta cegueira
“branca” como um estado de purificação já transfigurado, no sentido de um
regresso
simbólico do Ser ao tempo mais recuado: a un tempo embrionario e a um estado de
inocência, anteriores ao registro do pecado e da culpa (Rodrigues, 1998: 28).
De esta propiedad alegórica del color blanco asociado con la pureza, se
desprende el
mensaje de que la humanidad tiene que limpiarse, purificarse y superar todos
aquellos
obstáculos que le impiden, de acuerdo con Saramago, llegar a ser “humanidad” y
reconocerse los individuos como verdaderos humanos en el pleno sentido de la
palabra, y
no como ciegos o “pre-humanos”, que se encuentran cegados por su propia
realidad. Esta
limpieza la va realizando la mujer del médico, ya sea a través de sus actos
humanitarios, ya
sea por medio de una serie de hechos de carácter simbólico y alegórico. Esto es
apreciado
durante las acciones que en la epidemia la conectan con su propia feminidad y
con la de las
otras mujeres, como cuando lava a las ciegas violadas por los ciegos malvados en
el
manicomio, o a sus compañeras de grupo en la casa de la chica de las gafas
oscuras,
reafirmando una solidaridad de género que los hombres parecen no tener ni
practicar entre
ellos, y que sólo es posible en las relaciones entre las mujeres:
O comportamiento pasivo das personagens femininas nos primeiros tempos
narrativos, estereotipados pelos clichés mulher do médico e mulher do primeiro
cego, se transforma. As mulheres que permiten ser violentadas sexualmente em
troca de comida, revoltam-se e assumem de novo a liderança do grupo
sobreviviente. Criam a partir dai uma alianza que sugere o movimiento feminista.
'Ensaio sobre a cegueira' é uma espécie de organização matriarcal calcada na
solidaridade e amor entre os sexos (Rocha de Freitas, 2004: 9).
En la novela, los personajes masculinos que por la ceguera se ven despojados del
poder y
de la autoridad que tenían antes, van cediendo lentamente a las adversidades que
se
presentan, terminando por aceptar la valentía y el coraje de las mujeres ante
las dificultades
que ellos mismos no son capaces de encarar y de solucionar. Y no es sólo la
mujer del
médico quien emprende actos heroicos: basta recordar a la chica de las gafas
oscuras que se
vuelve una madre sustituta del niño estrábico, de la misma manera como la mujer
del
médico los cuida a todos; o la mujer del encendedor, una ciega anónima que
decide
prenderle fuego a la sala donde se encuentran atrincherados los ciegos malvados,
acción
que le produce la muerte pero que libera a los ciegos del manicomio. Estas
muestras de
valentía y solidaridad llevadas a cabo por las mujeres, resaltan un nuevo camino
de unión y
de comprensión alejado de la soberbia masculina y del exceso de racionalidad de
la
civilización:
De momento siguiendo la guía de la Mujer, pone así José Saramago su grano de
arena en la propuesta que han venido planteando escritores como Octavio Paz y
Gabriel García Márquez, entre otros, a saber: la historia de la humanidad que
reempieza remplazando el proyecto masculino racional y utilitarista por el
proyecto
femenino movido por la intuición y la vocación social del reconocimiento
(Cuartas,
2001: 38).
La vocación social de reconocimiento y la intuición y humanitarismo que practica
la
mujer del médico con los demás, reafirman la necesidad de una purificación de la
humanidad, a través de una feminidad que funcione como una fuerza capaz de
superar los
problemas y los dilemas que la ceguera plantea.
Generalmente, los personajes femeninos de la novelas de José Saramago cumplen
funciones de suma importancia dentro de las novelas, funciones relacionadas con
la
comprensión y el entendimiento del mundo, que abren nuevas posibilidades de
interpretar y
de modificar de forma positiva la realidad en la que se mueven ellas y otros
personajes,
transformándolas prácticamente en héroes:
As personagens nos romances de Saramago cumplen tarefas e negam o estatuto da
heroicidade. São personagens que o cânone rotula de anti-heróis, mas dotados de
uma coerência interna de naturaza épica, comprindo una tarefa narrativa de cariz
ético; as personagens ensimam-nos os valores morais da dignidade e da relaçao
humanas que a sociedade já esqueceu (Gonçalves, 2001: 5).
Desde su posición de personaje simbólico y alegórico que lucha contra la ceguera
como
condición que se va apoderando del mundo, la mujer del médico invierte por
completo el
papel del héroe dentro de los esquemas clásicos de la narración. Este personaje
tiene dudas,
flaquea en ciertas ocasiones ante la fuerza incontenible de la ceguera que se va
apoderando
de todos, pero precisamente son sus valores, su capacidad de identificarse con
el que sufre
y ha sido olvidado y excluido, lo que le permite destacarse en la novela:
Hay que poner remedio a este horror, no aguanto más, no puedo seguir fingiendo
que no veo, Piensa en las consecuencias, lo más seguro es que intenten hacer de
ti
una esclava, tendrás que atenderlos a todos, cuidar de todo, te exigirán que los
alimentes, que los laves, que los acuestes y los levantes, que los lleves de
aquí para
allá, que les suenes y les seques sus lágrimas, te llamarán cuando estés
durmiendo,
te insultarán si tardas en acudir. Y tú, cómo quieras que siga mirando estas
miserias,
tenerlas permanentemente ante los ojos y no mover un dedo para ayudar, Ya es
mucho lo que haces (Saramago, 1995: 183-184).
Desde la llegada al manicomio hasta que los ciegos vuelven a recuperar la
visión, la
mujer invita al resto de los ciegos a mantener el respeto, la tolerancia y la
unión a pesar de
las adversidades y los desaciertos que causan la ceguera, convirtiéndose en una
guardiana y
guía para ellos y en un símbolo de esperanza y de renovación ante estas
adversidades.
Para finalizar este segmento dedicado al motivo alegórico de la ceguera, debemos
resaltar
la experiencia del viaje de retorno del manicomio a la ciudad emprendido por los
ciegos
protagonistas, un camino con una fuerte carga simbólica, pues a su regreso a la
ciudad son
testigos de la caída de la civilización. Gracias al testimonio de la mujer del
médico, los
demás ciegos reconocen la debilidad y la impotencia de los sistemas de
organización social
que se crearon para gobernar al mundo, y que ahora, tras el avance de la
ceguera, resultan
obsoletos e insuficientes, lo que provoca la necesidad de concebir un nuevo
mundo a partir
de los parámetros de la ceguera. Mediante el viaje de retorno a casa, los
personajes
empiezan a cuestionar sus antiguas creencias y concepciones, hasta el punto de
darse cuenta
de lo erróneas y equivocadas que éstas fueron, de lo “ciegos” que pudieron ser
frente a la
realidad, y que dicha “ceguera” pudo haber propiciado la epidemia de la ceguera
actual:
Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizás un día lleguemos a saber la
razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos
ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo no ven
(Saramago, 1995: 438-439).
A través de la metáfora del viaje, se habla de la ceguera como símbolo de
aprendizaje y
de renovación: los ciegos finalmente se dan cuenta de que “siempre” han estado
ciegos, y
que se necesitaba la aparición de una ceguera física y palpable, para que
pudieran darse
cuenta de su realidad. Igualmente, no es sólo el viaje físico de regreso a la
ciudad desde el
manicomio, sino también la misma ceguera lo que simboliza una travesía en la
cual los
ciegos indagarán y tratarán de averiguar lo que son, tanto como individuos, como
comunidad, ahora que el mundo ha cambiado:
La metáfora del viaje sirve para indicar la necesidad que tiene el hombre de
hacer
experiencias para poder comprender. No olvidemos que experior en latín, de donde
procede experiencia, quiere decir caminar y así formarse una determinada
conciencia o cultura de las cosa (Lamana, 2001: 3).
Este peregrinaje que empieza con el contagio de la ceguera, sigue en el
manicomio y
termina en la ciudad, sirve también para subrayar la función alegórica y también
de
parábola de Ensayo sobre la ceguera, pues es a través de los símbolos de la
mujer, del viaje
y de la misma ceguera, que la novela quiere no sólo comunicar otras
experiencias, sino
también enseñar a reconocer los límites y falencias del ser humano,
representados por la
ceguera. Entonces, la parábola entraría a formar parte de la construcción
alegórica de la
obra, ya que la parábola se define como:
A very short narrative about human beings presented so as to stress the tacit
analogy, or parallel, with a general thesis or lesson that the narrator is
trying to bring
home to this audience (Abrams, 1993: 50).
Utilizando la parábola para reforzar sus ideas sobre la humanidad, Saramago
potencia de
esta forma el contenido alegórico de la novela y la muestra, finalmente, como
una
enseñanza para todos nosotros, tal como lo afirma la mujer del médico
categóricamente al
final del libro, al resaltar que la ceguera blanca es la ceguera del ser humano
frente a sus
verdades:
Este concepto de parábola es aplicable al Ensayo en la medida en que –hacia el
final
del texto- la mujer del médico enuncia una suerte de moraleja (somos “Ciegos
que,
viendo no ven”, Ensayo, 420). Esta sentencia es fruto de la experiencia de la
ceguera y de lo que se aprende en ella y, quizás, se esperaría transmitirla al
lector
como una enseñanza. En este sentido, el Ensayo funcionará, en parte, como una
parábola crítica de la sociedad occidental (Barragán, 2002: 38).
Este es, tal vez, el principal objetivo del uso alegórico de la ceguera en
Ensayo sobre la
ceguera: enseñar y mostrar al lector, utilizando diversos temas y motivos, cómo
la
humanidad, al negarse a afrontar sus problemas y la realidad de estos, cae en la
ceguera, es
decir, en la incapacidad de verlos y de superarlos de una forma adecuada y,
hasta se podría
decir, verdaderamente humana.
4.1. La extrañeza y la deshumanización en la ceguera
Una vez se ha explicado el sentido alegórico del motivo de la ceguera podemos
analizar
con mayor claridad y profundidad, los motivos de la extrañeza, la
deshumanización, la
crueldad y la maldad en la ceguera. Ya que todos ellos se hallan entrelazados y
conectados,
lo mejor es empezar por el motivo de la extrañeza y la deshumanización del cual
se
desprende, a su vez, el de la crueldad y el de la maldad. El motivo de la
extrañeza y de la
deshumanización se mueve en dos planos: por un lado, en el plano de la pérdida
de la
identidad y de la incapacidad de identificar al mundo tal como se concebía
cuando los
personajes no estaban ciegos. El otro plano es el de la abyección, o sea, la
rápida
deshumanización que sufren los ciegos, a medida que la epidemia se apodera de la
humanidad, y que nos lleva al motivo de la crueldad y de la maldad sin límites
en la
ceguera.
La forma como el motivo de la ceguera afecta la identidad de los protagonistas
de
la novela y los conduce al extrañamiento y a la deshumanización, y a una nueva
manera de
entender al mundo, tiene una gran importancia en Ensayo sobre la ceguera, pues
en la
medida en que la humanidad va cambiando a raíz de la ceguera, también la noción
del
individuo se modifica, hasta el punto que lo que se entendía por “persona”, debe
ser vuelto
a definir en el mundo de la ceguera. En la novela los personajes rápidamente son
denominados por apodos o señas que enfatizan sus características y no por su
nombre real,
que nunca llegamos a conocer, subrayando de manera deliberada el carácter
anónimo de
aquellos que han caído víctimas del mal blanco. Más que personajes, los
protagonistas son
figuras alegóricas, cada una de ellas dueña de su propia voz, voz que representa
una forma
de concebir la realidad, la cual reafirma de una manera un tanto paradójica que
la
individualidad se crea a partir de las acciones, hechos y actitudes de los
personajes frente a
la ceguera, y no a partir de sus propios nombres. Por ello, los personajes de
Ensayo sobre la
ceguera deben ser considerados como:
Figuras alegóricas que uma humanidade que mesmo quando ainda tinha olhos de
ver, estava moralmente cega. A ausencia de onomástica significa que as figuras
do
“vero relato” são, em rigor actantes, isto é, sujeitos que desencadeiam ou astre
acçoes, e nao personagens, cujo trayecto narrativo seja idissociável originária
e
substancialmente de sua psicología, dos seus sentimentos, da sua ideología e da
sua
visão do mundo (Aguiar e Silva, 1999: 97).
La mujer del médico, el médico, el primer ciego, el viejo de la venda negra, la
chica de
las gafas oscuras y los otros personajes de la novela, rápidamente se van dando
cuenta de
que en el ámbito de la ceguera el nombre no tiene importancia, ya que el
individuo se
encuentra ahogado en el anonimato y en la impersonalidad al carecer de vista, lo
que
impide que las características individuales, como el nombre propio, sean
debidamente
percibidas y aceptadas, creando dentro del texto el fenómeno del extrañamiento y
del
absurdo, es decir, subvirtiendo y cuestionando lo que se considera como lo
normal en una
sociedad: que los individuos tengan un nombre propio que los identifique.
La primera en darse cuenta de la imposibilidad de establecer una comunicación a
partir de los nombres propios es la mujer del médico: desde que los primeros
ciegos van
llegando al manicomio, no se presentan con sus nombres a los demás. Esta
particularidad
de la ceguera, la negación del nombre y por consiguiente de la identidad
individual, resalta
que la limitación del hombre para entenderse a sí mismo y a sus semejantes es
enorme, y
que la ceguera lo que hace es, principalmente, desarticular esa concepción de
que el ser
humano puede ser aprehendido, entendido y definido, a partir de las
particularidades y
características que lo hacen humano. Si una de las condiciones para ser
considerado
completamente humano es el nombre, al carecer de éste en un mundo de ciegos, la
humanidad se acerca más a la deshumanización, al extrañamiento y a la
animalización que
a lo propiamente humano:
Tan lejos estamos del mundo que pronto empezaremos a no saber quienes somos, ni
siquiera se nos ha ocurrido preguntarnos nuestros nombres, y para qué, ningún
perro
reconoce a otro perro por el nombre que le pusieron, identifica por el olor y
por el se
ha de identificar, nosotros aquí somos como otra raza de perros, nos conocemos
por
la manera de ladrar, por la manera de hablar, lo demás, rasgos de la cara, color
de
los ojos, de la piel, del pelo no cuenta, es como si nada de eso existiera
(Saramago, 1995: 84).
Si Ensayo sobre la ceguera es una alegoría sobre el estado actual del mundo,
sobre
nuestra propia ceguera, entonces el extrañamiento que produce la pérdida del
nombre en los
protagonistas obedece también a la mecanización y a la alienación de la cual son
víctimas
las personas en las sociedades actuales, en donde predomina más el valor
comercial o de
utilidad que pueda tener el individuo, que su valor intrínseco como persona: la
persona
pierde entonces su nombre y la individualidad que éste representa poniendo, por
lo tanto, en
tela de juicio a una colectividad humana dentro de la cual la inhumanidad, el
egoísmo y la
falta de compromiso colectivo e individual imperan entre los individuos que la
componen:
A cegueira branca é uma alegoría sobre a falta de visão social e política diante
da
realidade que nos circunda. Os individuos, alienados encontram-se apartados do
mundo, inmersos na ideología individualista e consumista. Eles vivem fora da
realidade, ainda que tehnam olhos não a reparam. Tudo lhes parece natural Se a
satisfação hedonista alimenta a “cegueira”, é em “segurança”que os tormam cegos.
Diante da insegurança e das incertezas, cegam-se (Ozai da Silva, 2007: 1).
Para que las personas abandonen este estado de extrañeza y deshumanización que
representa la pérdida del nombre dentro de la ceguera colectiva, es necesario
volver a
plantear los parámetros que definen al ser humano, entender la identidad
individual como
algo que se debe construir a partir de una investigación y de una búsqueda
constantes, la
cual se debe alejar en ciertos momentos de las presiones del mundo
contemporáneo. En ello
radica también ese retorno de los protagonistas a la ciudad, a su antiguo lugar
de origen,
para darse cuenta del fracaso de la antigua sociedad que propiciaba más la
deshumanización que la humanización:
Esto arroja luz sobre el Ensayo, en la medida en que convierte el peregrinaje de
los
personajes en una búsqueda de identidad. Saramago emprende, entonces, una
búsqueda que se nos antoja interminable: dentro de esta sociedad moderna, dentro
de este mar de nombres, conceptos, reglas, juicios y valores, Saramago sale en
busca del hombre; del hombre lleno de límites que da la medida del mundo
(Barragán, 2002: 21).
Agregamos también al problema del extrañamiento en la ceguera, la manera como se
interpretan otros hechos, no sólo relacionados con la identidad de las personas,
sino
también con la manera como se percibe y se denomina al mundo. Resulta sumamente
interesante ver cómo la ceguera afecta no sólo la manera de nombrar a las
personas, sino
también cómo los ciegos dejan de percibir y de ubicarse frente a las antiguas
creencias que
regían el mundo anterior a la ceguera. Al final de la novela, la mujer del
médico y el
médico entran en una iglesia y descubren que las imágenes religiosas han sido
tapadas por
un trapo blanco, o por una capa de pintura blanca en los ojos, las cuales
sugieren que los
santos también están “ciegos” al igual que el resto de las personas. La
conclusión a la cual
llega la mujer del médico después del descubrimiento es sumamente lógica: si el
ser
humano está ciego, Dios y todo lo que representa a lo divino y a lo religioso
también debe
estarlo, y tiene que ser por lo tanto simbolizado de esa manera:
Dado que los ciegos no podrían ver a las imágenes, tampoco las imágenes tendrían
que ver a los ciegos, Las imágenes no ven, Equivocación tuya, las imágenes ven
con
los ojos que las ven, sólo ahora la ceguera es para todos (Saramago, 1995: 426).
La “ceguera” de Dios al igual que la “ceguera” de la identidad, simbolizarían
que los
conceptos de la representación del mundo y de la identidad humana son aún
confusos y
problemáticos, y, por lo tanto, es necesario renovarlos para volverlos más
humanos y
plenos, más acordes a las necesidades de la humanidad en general, reconociendo
la
variedad de matices y de diferencias que anidan en ellos. Dado que el concepto
de lo que
se considera como “verdades” absolutas en el ser humano, es producto de una
cadena de
jerarquías y de imposiciones que vienen del poder dominante, lo que dentro de la
novela es
representado por el dominio absoluto que proviene de la razón y de la vista, el
cual a su vez
es subordinado por las estructuras económicas y sociales que lo legitiman, por
ello los
individuos se ven “cegados” por estas exigencias y cargas ideológicas, las
cuales nunca
cuestionan y terminan alienándolos y deshumanizándolos; el cambio, de acuerdo
con lo
expuesto por la novela de forma alegórica y simbólica se realizará en el momento
en que
esas “verdades” sean revaluadas, bajo la perspectiva de la ceguera, y del nuevo
conocimiento que proviene de la sensibilidad y la intuición, en contravía a la
rigidez de los
esquemas demasiado racionales de antaño:
Seguindo o conceito de alienação como deshumanização, é posivel dizer que a
alienação é freqüente em sociedades marcadas pela imposição de hierarquias e
pela
dominação atraves do poder. Entenda-se poder segundo a definição de Foucault, ou
seja, como una rede productiva, que para ser mantida conta com mecanismos de
força aceitos pela sociedade (FOUCAULT, 2001). A questão a ser entendida é que o
poder possui essa aceitação. De fato, os homems os homems não se submeteriam às
incoerências de uma forma se não la tivessem como verdadeira. A idéia de
verdade,
a verdade como lei, como conjunto de artificios regulados, segundo Foucault, é a
própria expressão do poder. Ela sería a chave para o entendimento da cegueira do
Ensaio de Saramago, à medida que ambas – verdades como lei e cegueira como
alienação- são fatores presentes em sociedades capitalistas (Lemos Duarte, 2003:
2).
4.2. La abyección, la crueldad y la perversidad en la ceguera
El motivo de la abyección en la ceguera se desarrolla en dos escenarios, donde
la
deshumanización y el motivo de la crueldad y la maldad sin límites aparecen con
más
fuerza. La abyección que sufren los seres humanos a medida que se van quedando
ciegos,
nos remite a la búsqueda del sentido del hombre en sociedad, y cómo en el marco
simbólico
de la ceguera las relaciones sociales, los problemas del entorno ambiental,
social, político y,
particularmente, el respeto hacía los demás, aumentan de manera dramática hasta
llegar casi
a la barbarie y la crueldad:
Trata-se, no fundo, de um libro sobre a abjecção, que aprofunda os efeitos de
irradiaçao humana que ela pode integrar, e a vários níveis: pessoal, de relação,
de
ambiente, afectivo, institucional, etc., culminando na questão esencia (e não
oé,
neste momento mais que todos temible no plano de ameaças várias entre as quais a
epidémica e a nuclear) de sovrevivência do ser humano, e na valorização das
quesotes mais elementares (Seixo, 1999: 99).
La abyección surge en el momento en que el gobierno decide aislar a los enfermos
de la
ceguera blanca en un manicomio, privándolos del contacto con el mundo exterior,
encierro
que va generando de manera rápida y fulminante conflictos que no tardan en
explotar y
producir la catástrofe final: la lucha de los mismos ciegos por el control del
manicomio.
Posteriormente, el nuevo escenario de la abyección para los ciegos
sobrevivientes al
holocausto del manicomio es la ciudad, donde el resto de la población ha caído
ciega,
desapareciendo, de esta forma, todo rastro del orden y de la civilización que
alguna vez
hubieran existido.
El manicomio, donde ocurre la mayor parte de la novela y algunos de los
acontecimientos
más dramáticos y significativos, como el dominio de los ciegos malvados, el
hacinamiento
inhumano al que las autoridades someten a los ciegos y el incendio final,
adquiere un valor
alegórico del dominio de la ceguera sobre el mundo, concentrándolo en un solo
punto y
haciendo sobresalir la mayoría de los rasgos negativos de la humanidad: las
falencias de los
seres humanos para controlar el ambiente –los problemas de higiene y de
salubridad que
sufren los ciegos-, la incapacidad de crear un sistema justo y democrático donde
reinen la
paz, la convivencia, la tolerancia, la justicia, etc. Se puede ver, entonces,
cómo el motivo de
la ceguera utiliza el manicomio, y el encierro de los enfermos dentro de éste,
para mostrar
de manera simbólica y alegórica la problemática del mundo actual, encerrado en
la
“ceguera” de sus propios problemas y dilemas, incapaz de hallar una salida a los
males que
lo aquejan. Males que se exacerban de manera incontrolable y dramática en la
novela
cuando todos los contagiados, confinados en otra sala del manicomio, pierden
definitivamente la vista, y el manicomio se ve aquejado por la sobrepoblación y
el
hacinamiento que generan graves problemas en la distribución de la comida y del
espacio.
Esto produce constantes disputas y desacuerdos entre los ciegos, que aumentan
con la
aparición de los ciegos malvados, quienes exigen dinero y mujeres a cambio de
distribuir la
comida.
La humillación y la abyección surgen a raíz del encierro y de las luchas que
sostienen los
ciegos por su supervivencia, llegando al nivel más bajo de la abyección en
luchas a veces
sin sentido. Luchas que, en una conversación que sostiene el médico con su
mujer, son
consideradas como una de las variaciones más terribles de la ceguera espiritual
que siempre
ha afectado a los seres humanos.
Siempre ha habido peleas, luchar fue siempre, más o menos una especie de
ceguera,
Esto es diferente, haz lo que te parezca, pero no olvides lo que somos aquí,
ciegos,
simplemente ciegos, ciegos sin retórica ni conmiseraciones, el mundo caritativo
y
pintoresco de los cieguitos se ha acabado, ahora es el reino duro cruel e
implacable
de los ciegos (Saramago, 1995: 184).
Además de ironizar sobre otro de los motivos al cual se refiere Jernigan en su
ensayo, el
del ciego como objeto de piedad y de compasión por parte de los otros, el médico
enfatiza
con sus palabras que esa imagen caritativa que se manejó del ciego en la
tradición cultural y
más específicamente en la literatura, ya no existe, y al estar todos ciegos, la
ceguera es – o
ha sido desde siempre- la auténtica condición del ser humano, lo que queda
demostrado de
forma palpable y verídica con la degradación a la que se ven sometidos los
ciegos en el
manicomio.
Paradójicamente, el mismo narrador refuerza esa noción de abyección, ignorancia
e
inhumanidad que produce la ceguera, destacando que la noción de la “visión”
sigue
arraigada de forma tan poderosa y contundente que los ciegos no se han podido
deshacer de
ella. Ello prueba lo absurda y lo contradictoria que se ha vuelto su situación
dentro de la
novela: el ser humano, incapaz de reconocer su propia “ceguera”, no toma
conciencia de
este estado y, a lo largo del texto, mantiene una serie de normas y de
convenciones
innecesarias, dado que todos están ciegos:
Saramago es una enciclopedia de dichos y refranes. Aparecen con tal abundancia,
casi siempre a cuento y cuando no, el narrador realiza uno de esos malabarismos
tan
suyos y adapta la sentencia a lo que sucede en el relato, que parecen
invenciones del
novelista. En ellos sin duda abreva la sapiencia con que están regados sus
libros, que
no es erudición huera sino sentido común quintaesenciado. Son esencialmente
rescatables, en la novela de que estamos hablando, el sarcasmo acerca de la
visión y
los juegos de palabras a partir de frases habituales que aluden a los ojos: con
frecuencia los ciegos se aconsejan mirar donde ponen los pies, rematan sus
estimaciones del futuro con un lacónico “Ya veremos” se guarecen del dolor
usando
como escudo la máxima aquella de que ojos que no ven, corazón que no siente
(Granados Salina, 1997: 4).
El mismo narrador realiza dentro de la novela, con tales sentencias e ironías,
un proceso
de inversión muy propio y común dentro del campo de lo alegórico: desmantela el
sentido
de las frases relacionadas con la vista, para subrayar no sólo lo absurdo de la
situación, sino
también hasta qué punto la influencia del sentido de la “vista” y de todo lo que
de ella se
desprende, ha moldeado lo que se debe considerar como humano, y cómo lo correcto
de ese
“ser humano” es acatar una serie de ideas y de convenciones a pesar de la nueva
situación
en la que se encentra, o sea, la ceguera:
El hambre los empujó hacia fuera, allí estaba el ansiado alimento, verdad es que
iba
destinado a los ciegos, que luego traerían el que les correspondía a ellos de
acuerdo
al reglamento, pero a la mierda el reglamento, nadie nos ve, y vela adelante
alumbra
por dos, ya lo dijeron los antiguos de todo tiempo y de todo lugar, y los
antiguos no
eran lerdos (Saramago, 1995: 121).
Esta frase, pronunciada por los contagiados pero no todavía ciegos que se
encuentran en
otra sala del manicomio, en un episodio en que buscan aprovecharse de un
incidente entre
los soldados y los ciegos para tratar de robar la comida a éstos, simboliza la
trasgresión de
las reglas y, al mismo tiempo, la inutilidad de las frases relacionadas con la
acción del
verbo ver, reforzando la idea de que la ceguera es un estado general en todos, y
que ésta se
manifiesta precisamente en quienes aún pueden ver, como son los contagiados.
Pero éstos,
a pesar de conservar la vista, están también ciegos al romper las reglas, con lo
que se
muestra, de manera irónica, que los videntes a la hora de cometer injusticias y
arbitrariedades están más ciegos que los mismos contagiados del mal blanco.
En estas acciones de degradación y de deshumanización, es donde el manicomio
simboliza la deshumanización más pura, y el nivel de abyección al que ha caído
la especie
humana:
O manicómio desactivado onde são encaercerados os cegos e os cotaminados é a
maetáfora dos campos da morte da nossa excruciante memoria histórica
contemporânea. A sujdade nauseabunda dos corpos, das camaratas, dos corredores e
das sentinas do manicómio e cheiro pestilencial que envolve e mortalmente abafa
toda a cidade são metáforas do apodrecimiento do homen (Aguiar e Silva, 1999:
98-
99).
El manicomio y la ciudad resaltan el simbolismo no sólo de un encierro
involuntario y de
un aislamiento que va contra las normas mínimas de la humanidad, sino también la
crueldad de los campos de concentración y de exterminio del siglo pasado, lo que
se
relaciona inmediatamente con el motivo de la crueldad en la ceguera. En efecto,
en el
manicomio es donde la maldad y la crueldad relucen con más fuerza y señalan que
la
ceguera que nos hace ser malos, crueles e injustos, es también la alegoría del
mal que anida
en el ser humano:
A cegueira é a metáfora da desumanizaçao e da indignidade do homem. Com ela
irrompem os demónios e os mostros apocalípticos: a fome, a violencia, a
crueldade,
a bestialidade…(Aguiar e Silva, 1999: 98).
Esta deshumanización, que también se ve en el escenario de la ciudad, por el
vacío que ha
dejado la civilización representa esa lectura milenaria que se le ha dado al
motivo de la
ceguera como algo no sólo relacionado con la muerte y la desolación, sino,
también en el
caso del texto que estamos analizando, como una severa advertencia de lo que le
puede
ocurrir a la humanidad si ésta no examina de manera crítica y abierta su forma
de
comportarse:
Por ahora vivimos, Escúchame, tú sabes mucho más que yo, a tu lado soy sólo una
ignorante, pero lo que pienso es que ya estamos muertos, estamos ciegos, porque
estamos muertos, o, si prefieres que te lo diga de otra manera, estamos muertos
porque estamos ciegos, da lo mismo (Saramago, 1995: 336).
Esta muerte, esta ceguera, no es sino la consecuencia, como hemos dicho
anteriormente,
de la incapacidad del ser humano de ver el derrumbe de un proyecto de
civilización que,
más que acercarlo al progreso o a la perfección, lo ha llevado por los abismos
de la
crueldad, la abyección y la deshumanización, sin que –en la mayoría de las
ocasiones- se
haya hecho algo de verdad para remediarlo.
Queremos finalizar este capítulo con un breve comentario sobre el motivo de la
crueldad
y de la perversidad en la ceguera, el cual es poco más que una extensión del
motivo más
amplio de la abyección y de la deshumanización representado por la figura de los
ciegos
malvados. Estos se aprovechan de la inexistencia de una autoridad y de una
organización
dentro del manicomio, y representan el máximo grado de degradación al cual ha
llegado la
humanidad sometida a la epidemia de ceguera. Este grado de bajeza está
simbolizado por la
violencia que ejercen contra los otros ciegos y especialmente con las mujeres:
La ciega de los insomnios aullaba de desesperación bajo un ciego gordo, las
otras
cuatro estaban rodeadas de hombres con los pantalones bajados que se empujaban
como hienas en torno a la carroña. La mujer del médico se encontraba junto al
catre
a donde había sido llevada, estaba de pie, con las manos convulsas aferradas a
los
hierros de la cama, vio cómo el ciego de la pistola rasgó la falda de la chica
de las
gafas oscuras, cómo se bajó los pantalones y guiándose con los dedos, apuntó al
sexo de la chica, cómo empujó y forzó, oyó los ronquidos, las obscenidades
(Saramago, 1995: 242).
La figura de los ciegos malvados apunta, por un lado, a la tradición
anteriormente
mencionada de los ciegos como seres extraños y malignos, seres que a causa de la
ceguera
han perdido la capacidad de ser “humanos” y por ello están predispuestos, por su
naturaleza
inhumana, a realizar actos que violen las normas de la civilización. Por otro
lado, la
aparición de tales ciegos en el manicomio representa la perdida de la ética y de
la moral que
supuestamente “rigen” al mundo, que empieza con el gobierno autoritario que
recluye a los
ciegos de manera arbitraria, y llega a su máxima expresión de maldad y crueldad
con los
abusos del grupo de los ciegos malvados:
El Ensayo de Saramago es un inmenso alegato ético que pretende mostrar lo
frágiles
que son los derechos humanos más preciados cuando, por efecto de la Ceguera, se
pierde la vigilancia mínima de la situación personal: el derecho a la vida, a la
dignidad, el respeto, son los grandes ausentes en esa situación de inmenso
desequilibrio que constituye la Ceguera; todos quieren legislar sobre los
ciegos,
reducirlos, aplicarles sus dosis de violencia como si su estado permitiera
desatar
tendencias inciviles, sin temer por ello represión y aplicación de la justicia
(Cuartas, 2001: 47-48).
Aquel mal precisamente está simbolizado y representado por la ceguera, pues la
ceguera
refutaría la posibilidad de que el mundo se estuviera desarrollando en un camino
de bondad
y de perfección, ya que a raíz del “mal blanco”, es decir, de la ceguera, se
exacerbarían la
abyección y la deshumanización que siempre han imperado. Por eso la ceguera
adquiere un
profundo significado alegórico a lo largo de la novela como un llamado de
atención para
que entendemos la necesidad de crear una nueva forma de ver las cosas, la cual
nos permita
superar la “ceguera” simbólica que pone en escena la novela, y que de una forma
u otra está
presente en todos los ámbitos de la humanidad.
ϟ
extracto de:
'LA CEGUERA COMO MOTIVO EN «ENSAYO SOBRE LA CEGUERA»
DE JOSÉ SARAMAGO E «INFORME SOBRE CIEGOS» DE ERNESTO SÁBATO'
MARCO ANTONIO FONSECA
DOCTORADO EN TEORÍA DE LA LITERATURA Y LITERATURA COMPARADA
DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA ESPAÑOLA
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA
BELLATERRA, 2008
fonte:
http://www.recercat.cat/bitstream/handle/2072/9059/
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