
Andrea Islas García - camponesa, cega devido a cataratas - foto Marco
Antonio Cruz, 1998
INTRODUCCIÓN
La forma de presentación de la alteración visual no es siempre
como se espera y algunos pacientes acuden a su médico por caídas, son
incapaces de realizar las tareas de la vida diaria o parecen tener un déficit
cognitivo o una depresión (Castor, 1995). La alteración de la visión,
considerando una agudeza visual inferior o igual a 20/50, aunque no es
técnicamente mala visión, afecta a las actividades diarias como la 47
capacidad de leer un periódico o un libro, incluso con lentes correctoras
(Carter, 1994). Estos resultados concuerdan con los descritos
posteriormente por Formiga et al (2006), que han demostrado que la
capacidad para realizar actividades instrumentales está disminuida en las
personas con pérdida visual. Es importante resaltar que en las personas
mayores el déficit visual suele asociarse con otras enfermedades físicas o
sensoriales con efecto sumatorio sobre el deterioro funcional,
produciéndose cambios en la capacidad de autocuidado y en el
comportamiento, incluso en las actividades cotidianas más sencillas, como
la alimentación, limitación en las compras por dificultades en el manejo del
dinero, o en otras más complejas como la conducción de vehículos.
También se ha señalado que los trastornos visuales son una importante
causa de deficiencia de movilidad y pueden generar serios accidentes
domésticos por caídas o por otros motivos como dificultad en el
reconocimiento de los medicamentos (Wright, 1987).
Diversos estudios indican la existencia de relación entre alteración
visual y deterioro cognitivo, constituyendo incluso un factor predictivo de
éste (Lin, 2004, Salthouse, 1996; Fagerstrom, 1992; Mangione, 1991).
Rizzo et al (2000) encontraron una correlación entre el deterioro de la
función visual y la severidad del deterioro cognitivo en la Enfermedad de
Alzheimer. En un estudio longitudinal australiano sobre envejecimiento se
observó que la disminución de la visión se asocia con una disminución de
la memoria en población anciana (Anstey, 2001). En otro estudio, realizado
por el grupo AREDS (Age-Related Eye Disease Study Research Group,
2006), se aportan datos que sugieren una posible asociación entre la
degeneración macular senil avanzada y el deterioro cognitivo en la
personas mayores. La degeneración macular senil y el deterioro cognitivo
son enfermedades neurodegenerativas crónicas que afectan a un número
cada vez mayor de personas a medida que envejecen. Dos estudios
prospectivos han planteado la hipótesis de que ambas patologías
comparten una patogénesis similar (Klaver, 1999; Wong, 2002). Además,
se ha planteado la hipótesis de que la relación entre alteración visual y
cognitiva reduce la capacidad del paciente para participar en las
actividades que pueden mejorar su estado físico, mental y psicosocial
(Resnick, 1997)
Los estudios realizados con cuestionarios de calidad de vida
demuestran que los pacientes con disminución de la agudeza visual
presentan un marcado deterioro funcional y de calidad de vida. Los
cuestionarios específicos relacionados con la perdida de visión son más
sensibles, para este problema, que los cuestionarios generales de calidad
de vida relacionados con la salud (Scott, 1999; Pesudov, 2003).
Por otra parte, es reconocida la interacción entre la visión y el
medio, de manera que el contexto físico y social es tan importante como la
propia disfunción visual (Ramírez, 1990). También es destacable lo
ocurrido en el terreno psicológico de las personas con déficit visual, pues
pueden presentar menor seguridad emocional, con tendencia a la
restricción de actividades, depresión, irritabilidad, alteraciones del
pensamiento y de la memoria, favoreciendo una situación de aislamiento
(Wineburg, 1981).
En nuestro medio, en un estudio realizado en 1995, el 17,5% de las
personas mayores de 65 años manifestó una importante dificultad o
imposibilidad para leer o ver la televisión, guardando esta circunstancia
una relación estadísticamente significativa con situaciones de dependencia
de otras personas para realizar las actividades básicas de la vida diaria,
débil apoyo social, probables trastornos depresivos y pobre autopercepción
de salud (López-Torres, 1995). En un estudio realizado en Suecia, casi un
100% de las personas de 70 años estudiadas presentaba una visión
normal (con gafas correctoras los que las precisaban), pero esta cifra
disminuía al 50% a los 82 años y al 25% a los 88 (Bergman, 2001).
Varios estudios indican que la deficiencia visual se asocia a un
aumento del riesgo de muerte (Lee, 2002; Mc Carty, 2001). Un estudio
reciente ha evaluado la asociación de la discapacidad visual, o algunas
patologías visuales concretas como las cataratas y la degeneración
macular senil, con la mortalidad a largo plazo (Cugati, 2007). Sus autores
concluyen que la presencia de cataratas o de degeneración macular
predice la mortalidad en mayores de 49 años y en edades entre 49 y 74
años, respectivamente. Los factores de riesgo de mortalidad tradicionales no
explican la asociación demostrada entre la presencia de cataratas,
retinopatía diabética y la discapacidad visual en general con una peor
supervivencia (Knudtson, 2006). La asociación entre la disfunción sensorial
y la mortalidad podría estar mediada por los cambios en el funcionamiento
psicosocial. Se ha demostrado que la deficiencia visual aumenta el riesgo
de alteración de la capacidad para realizar las actividades de la vida diaria
(McCarty, 2001; Rudberg, 1993; Rovner, 1998), de presentar depresión
(Rovner, 1998; Stuck, 1999) y de aislamiento social (Appollonio, 1996).
Estos indicadores del estado funcional se han asociado con la
supervivencia global o con un aumento del riesgo de causas específicas de
mortalidad (Aguero-Torres, 2001; Saz, 2001; Seeman 2000).
REPERCUSIÓN DE LA DEFICIENCIA VISUAL EN LAS PERSONAS MAYORES
La deficiencia visual constituye en las personas mayores un
importante componente de la discapacidad física y un factor de riesgo de
aislamiento social. En un estudio previo realizado en nuestra ciudad sobre
787 personas de 65 o más años de edad para determinar la proporción de
sujetos que manifiestan dificultades en la función perceptiva (visual y
auditiva) y su relación con la salud autopercibida y el estado funcional
físico, psíquico y social (López-Torres, 1995), se observó que las
alteraciones de la función perceptiva se relacionan directamente con los
estados de incapacidad funcional. En otro estudio realizado en Estados
Unidos sobre mayores de 65 años también se describe que la deficiencia visual se
relaciona con una menor asistencia a determinadas actividades sociales
consideradas como marcadores importantes del aislamiento social en esa población
(West, 1997).
En las personas mayores es común la presencia de diversas
enfermedades y el consumo de múltiples medicamentos. En nuestro
estudio el 61,9% de los participantes declaró algún problema de salud de
carácter crónico y el 90,2% declaró consumir uno o más medicamentos de
forma crónica. A la vez, la deficiencia visual constituye un factor de riesgo
de otros problemas de salud (Thompson, 1989; LaForge, 1993). En
nuestros resultados, aunque débil, observamos una correlación inversa
entre el estado de la función visual y el número de problemas de salud
manifestados por los mayores, habiéndose comprobado también
previamente dicha asociación (Rubin, 2001).
Aunque han sido escasamente documentadas, las consecuencias
económicas de la deficiencia visual son importantes, especialmente al
considerar la repercusión de la discapacidad y la dependencia en edades
avanzadas (Lafuma, 2006). En nuestros resultados hemos comprobado, al
igual que en estudios previos (Lopez-Torres, 1995; Salive, 1994; Stuck,
1999; Appollonio, 1995), una asociación entre la discapacidad visual y la
dependencia en la realización de actividades diarias. En un estudio
realizado en una población de Estados Unidos sobre 2.520 personas
mayores de 65 años para determinar la influencia de la visión sobre el
estado funcional global, se observó la asociación entre la presencia de
deficiencia visual y todas las medidas del estado funcional de los
participantes (West, 1997). En otro estudio realizado en Australia, cuyo
objetivo fue evaluar la posible asociación entre la función sensorial y el
aumento de la utilización de los servicios comunitarios, se observó que la
deficiencia visual se relaciona con una mayor utilización de los servicios de
la comunidad destinados al cuidado de los ancianos (Tay, 2007).
En otra investigación realizada en Australia (Vu, 2005) sobre 2.530
participantes se investigó la relación de la pérdida de la función visual con
los diferentes aspectos de la calidad de vida. Se demostró que la falta de
corrección de la perdida de visión ocasionaba problemas importantes en la
realización de las actividades dependientes de la visión, especialmente en
cuestiones de seguridad, y aumento de la dependencia de las personas
con las que conviven los sujetos afectados. Así, se describió el amento de
la utilización de los servicios comunitarios y de la ocupación de las
residencia de personas mayores.
También ha sido ya descrita (Rubin, 2001; Evans, 2007; Chou,
2004; Paz, 2003; Rovner, 1996) una mayor presencia de síntomas
depresivos en las personas con deficiencia visual. Si bien un estudio
transversal no permite establecer una relación causa-efecto, es plausible
que las personas con deficiencia visual sufran una peor situación funcional
que predisponga a los trastornos depresivos. En el estudio realizado en
Gran Bretaña sobre 13.900 personas mayores de 74 años para investigar
la asociación entre los trastornos visuales y la depresión, se observó que el
13,5% de los sujetos con déficit visual presentaba un cuadro depresivo,
mientras que únicamente el 4,6% de las personas con buena visión
presentaba esta patología (Evans, 2007). Otros estudios describen la
asociación entre peor autopercepción del estado afectivo y peor función
visual (Paz, 2003). Por tanto, la presencia de síntomas depresivos debe
ser considerada en los sujetos que presentan un deterioro en la función
visual. Al respecto, hemos observado en nuestro estudio que, según los
resultados de la escala GDS, el 6,1% de los participantes presentaba una
puntuación que sugiere depresión leve y el 2,1% depresión establecida. La
proporción de sujetos con déficit visual fue significativamente mayor en el
grupo de pacientes con síntomas depresivos. Esto ocurrió tanto al
considerar la presencia de una agudeza visual inferior a 20/60 como una
agudeza visual inferior a 20/40.
En relación con lo anterior, aunque el humor depresivo es muy
común en los mayores con problemas sensoriales, los cuadros de
depresión mayor podrían no ser más frecuentes que en personas de la
misma edad (Lupsakko, 2002). En un estudio realizado en China sobre
2.003 personas mayores de 60 años se evaluó la relación entre el efecto
combinado de la patología visual y auditiva, y los efectos de ambos
problemas sensoriales por separado, sobre los síntomas depresivos
(Chou, 2004). También se observó que la deficiencia visual estaba relacionada
con la presencia de depresión. En el estudio mencionado se
destaca que el impacto de la discapacidad visual sobre el bienestar
psicológico de las persona mayores es mas importante que el de la pérdida
de audición. En otra investigación llevada a cabo en el Reino Unido sobre
3.782 mayores de 65 años para examinar la relación de la doble pérdida
sensorial y la depresión, también se comprobó que la pérdida de visión es
un predictor de la aparición y persistencia de depresión (Chou, 2008).
En diversos estudios, al igual que sucede en nuestros resultados,
también han sido asociadas las funciones visual y cognitiva (Rubin, 2001;
Tay, 2006; Reyes-Ortiz, 2005; Anstey, 2001). Los hallazgos de un estudio
realizado en Estados Unidos sobre 2.520 personas de edades
comprendidas entre 65 y 84 años indican la relación entre el estado
cognitivo de los participantes y su función visual (Rubin, 2001), utilizando
para ello el Mini Mental State Examination (MMSE) (Nevitt, 1989) para
medir la situación cognitiva y la escala The Activities of Daily Vision Scale
(ADVS) (Mangione, 2001) para determinar la función visual. El MMSE
(Nevitt, 1989) también fue utilizado como método de medida de la función
cognitiva en otro estudio realizado en el sureste de Estados Unidos sobre
otra amplia muestra de 2.140 sujetos mayores de 65 años, en el que, de
nuevo, se describe la relación entre la presencia de deterioro de la visión y
una función cognitiva más alterada después de más de 7 años de
seguimiento (Reyes-Ortiz, 2005). Resultados similares se describen en el
estudio realizado en Australia por Tay et al (2006) para evaluar la
asociación entre las funciones sensoriales y la función cognitiva mediante
el empleo de similares herramientas de screening.
En Estados Unidos entre los participantes en un programa de
investigación multicéntrico denominado AREDS (Age-Related Eye Disease
Study Research Group, 2006) también se intentó relacionar la función
cognitiva con la presencia de discapacidad visual (agudeza visual ≤ 20/40).
Se evaluó la función cognitiva en 2.946 sujetos (96% del total), y se
observó que la media de las puntuaciones obtenidas en la función
cognitiva disminuye cuando aumenta el grado de discapacidad visual.
Por otra parte, con respecto a la influencia de las alteraciones
sensoriales no visuales en el estado cognitivo, en los estudios de Tay et al
(2006) y de Reyes-Ortiz et al (2005) no se observa relación entre la
presencia de alteraciones auditivas y la función cognitiva. Esto puede
resaltar la importancia que podría tener el mantenimiento de una correcta
función visual en el contexto más amplio de la función sensorial para el
estado cognitivo de las personas mayores. Los problemas de visión
podrían afectar a la función cognitiva por la intensa restricción que
producen en las actividades que conllevan estimulación intelectual
(Verghese, 2003; Wilson, 2002)
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22.Mar.2015
publicado
por
MJA
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