
foto de Jane Evelyn Atwood - Paris,1979
1
Si dejamos a un lado las
particularidades y
desatendemos los
detalles, se puede
representar el
desarrollo de los puntos
de vista científicos
sobre la psicología de
los
ciegos en forma de una
línea, que se extiende
desde la remota
Antigüedad hasta
nuestros días, bien
perdiéndose en la
oscuridad de ideas
erradas, bien
apareciendo
otra vez con cada nuevas
consultas de la ciencia.
Como la aguja imantada
indica
hacia el norte, así esta
línea indica la verdad y
permite valorar
cualquier tipo de
equivocación histórica
por el grado de
desviación de la línea
fundamental.
La ciencia sobre la
persona ciega, en la
medida en que ha
avanzado hacia la
verdad, se reduce al
desarrollo de una idea
central, la cual ha
tratado de dominar la
humanidad durante
milenios, porque ésta no
es sólo una idea sobre
el ciego, sino
también, en general,
sobre la naturaleza
psicológica del hombre.
En la psicología de
los ciegos, al igual que
en cualquier ciencia, es
posible equivocarse de
diferente
manera, pero avanzar
hacia la verdad sólo es
posible por una vía.
Esta idea se resume en
que la ceguera es no
sólo la falta de vista (el
defecto
de un órgano
particular), sino que
además provoca una gran
reorganización de todas
las fuerzas del
organismo y de la
personalidad.
La ceguera, al crear una
formación peculiar de la
personalidad, reanima
nuevas fuerzas, cambia
las direcciones normales
de las funciones y, de
una forma
creadora y orgánica,
rehace y forma la psique
de la persona. Por lo
tanto, la ceguera
no es sólo un defecto,
una debilidad, sino
también en cierto
sentido una fuente de
manifestación de las
capacidades, una fuerza.
(¡Por extraño y parecido
a una
paradoja que sea.
Esta idea ha rebasado
tres etapas principales;
después de comparar esas
tres
etapas quedan claras la
dirección y la tendencia
de su desarrollo. La
primera época K. Bürklen, 1924, p.
3.
puede ser designada como
mística; la segunda,
biológica e ingenua y la
tercera, la
contemporánea,
científica o
sociopsicológica.
2
La primera época abarca
la Antigüedad, la Edad
Media y una parte muy
considerable de la
Historia Moderna. Hasta
el momento las
supervivencias de esta
época son visibles en
los puntos de vista
populares sobre el ciego,
en las leyendas,
los cuentos y refranes.
En la ceguera se veía
ante todo, una enorme
infelicidad,
por la cual se
sentía un miedo
supersticioso y un gran
respeto. A la par con
el trato del ciego como
un ser inválido,
indefenso y abandonado,
surge una
afirmación general de
que en los ciegos se
desarrollan las fuerzas
místicas
superiores del alma, que
a ellos es accesible el
conocimiento espiritual
y la visión en
lugar del sentido de la
vista perdida. Hasta en
la actualidad todavía
muchas personas
hablan acerca de la
tendencia de los ciegos
hacia la “luz
espiritual”; por lo
visto, en
esto hay una parte de
verdad, aunque
tergiversada por el
miedo y la incomprensión
del intelecto pensante
con ideas religiosas.
Por tradición, los
ciegos eran con
frecuencia los
guardianes de la
sabiduría popular, los
cantantes y los profetas
del
futuro. Homero era ciego.
Sobre Demócrito se dice
que él mismo se cegó
para
dedicarse enteramente a
la filosofía. Si esto no
es cierto, en cualquier
caso es
demostrativo. La propia
posibilidad de semejante
tradición, la cual a
nadie le parecía
absurda, evidencia el
criterio sobre la
ceguera, de acuerdo con
el cual el don
filosófico puede
intensificarse con la
pérdida de la vista. Es
curioso que el Talmud
que iguala a los ciegos,
a los leprosos y a los
estériles, con los
muertos, al hablar de
los ciegos, utilice la
expresión eufemística
“persona con abundancia
de luz”. Los
proverbios alemanes y
las sentencias populares
de la sabiduría
tradicional,
conservan las huellas de
este punto de vista: “El
ciego quiere verlo
todo”, o “Salomón
encontró en los ciegos
la sabiduría, porque
ellos no dan un paso sin
haber
investigado el terreno
que pisarán”. O.
Wanecek (2) (O. Wanecek,
1919).
En la
investigación del ciego
a través el cuento y la
leyenda, se demostró que
al arte
popular le es
característico el punto
de vista sobre el ciego,
como una persona con
una visión interior que
se ha despertado, dotado
del conocimiento
espiritual ajeno a
otras personas.
El cristianismo, que
trajo consigo la
sobreestimación de los
valores
espirituales, en esencia,
varió sólo el contenido
moral de esta idea, pero
dejó
invariable la propia
esencia. A “los últimos
aquí”, dentro de los
cuales también se
incluían a los ciegos,
se prometió convertirlos
en “los primeros allá”.
En la Edad
Media éste era el dogma
más importante de la
filosofía de la ceguera,
en el cual, al
igual que en toda clase
de privación y
sufrimiento veían un
valor espiritual; el
atrio de
la iglesia fue entregado
a los ciegos como
posesión absoluta suya.
A la vez, esto
significó también la
mendicidad en la vida
terrestre y la
proximidad a dios. En
aquel
entonces se decía que en
el cuerpo débil vivía un
espíritu elevado. Otra
vez en la
ceguera se descubría
cierto aspecto místico
secundario, cierto valor
espiritual, cierto
sentido positivo. En el
desarrollo de la
psicología de los ciegos
se debe denominar
mística esta etapa no
sólo porque está
matizada de
representaciones
religiosas y de
creencias, no sólo
porque los ciegos hayan
sido aproximados por
todos los medios
posible al dios: los
visibles, pero no
videntes, al vidente,
pero invisible, como
decían
los sabios europeos.
En realidad, las
capacidades que se
atribuían a los ciegos
se consideraban
fuerzas suprasensibles
del alma, su relación
con la ceguera parecía
enigmática,
prodigiosa e
incomprensible. Estos
puntos de vista
surgieron no de la
experiencia ni
del testimonio de los
mismos ciegos sobre sí,
ni de la investigación
científica del
ciego y de su papel
social, sino de la
teoría sobre el espíritu
y el cuerpo y de la fe
en
el espíritu incorpóreo.
Y no obstante, aunque la
historia ha destruido
completamente
esta filosofía y la
ciencia ha
desenmascarado hasta el
final su falta de
fundamento,
en sus bases más
profundas ha estado
oculta una pequeña parte
de la verdad.
3
Sólo la época de la
Ilustración (siglo XVIII)
ha abierto una nueva era
en la
comprensión de la
ceguera. En el lugar de
la mística fue puesta la
ciencia y en el
lugar del prejuicio, la
experiencia y el estudio.
El gran significado
histórico de esta
época, para el problema
que analizamos, reside
en que la nueva
comprensión de la
psicología ha creado
(como una consecuencia
directa suya) la
educación y la
enseñanza de los ciegos
incorporándolos a la
vida social y
abriéndoles el acceso a
la
cultura.
En el plano teórico la
nueva comprensión se ha
expresado en la teoría
de la
sustitución de los
órganos de los sentidos.
De acuerdo con esta
opinión, la
desaparición de una de
las funciones de la
percepción, la falta de
un órgano, se
compensa con el
funcionamiento elevado y
el desarrollo de los
otros órganos. Como
en el caso de la falta o
de la enfermedad de uno
de los órganos pares,
por ejemplo,
los riñones o los
pulmones, el otro órgano
sano se desarrolla,
amplía sus
capacidades y ocupa el
lugar del enfermo
asumiendo una parte de
sus funciones;
también el defecto de la
vista provoca el
desarrollo intensificado
del oído, del tacto y
de los otros sentidos
que quedan. Se han
creado leyendas sobre la
agudeza
supernormal del tacto en
los ciegos, donde se
hablaba sobre la
sabiduría de la
naturaleza buena, la
cual con una mano quita
y con la otra devuelve
lo tomado y se
preocupa por sus
creaciones; se confiaba
en que cualquier ciego,
ya sea debido a
este mismo hecho, es un
ciego músico, es decir,
una persona dotada de un
elevado
y exclusivo oído; se
descubría el sexto
sentido en los ciegos,
nuevo, peculiar e
inaccesible a los
videntes. En la base de
todas estas leyendas
estaban las
observaciones verdaderas
y hechos de la vida de
los ciegos, pero
interpretados de
un modo erróneo y por
eso tergiversadas hasta
no ser reconocidos. K.
Bürklen reunió
las opiniones de
diferentes autores (J.
A. Friche, L. Bachko,
Stuke, H. V. Rotermund,
I. V. Klein y otros),
los que en distintas
formas había
desarrollado esta idea
(K.
Bürklen, 1924).
Sin
embargo, las
investigaciones pusieron
rápidamente de
manifiesto la falta de
funcionamiento de esta
teoría. Estos autores
indicaban como un
hecho establecido de un
modo irrevocable, que en
los ciegos no existe el
desarrollo supernormal de las
funciones del tacto y de
la audición; que, por el
contrario, con
mucha frecuencia estas
funciones se presentan
en los ciegos
desarrolladas en
menor medida que en los
videntes; por último,
allí donde nos
encontramos con una
elevada función del
tacto en comparación con
la normal, este fenómeno
resulta ser
secundario, dependiente,
derivado, más bien una
consecuencia del
desarrollo que
su causa. El fenómeno
señalado surge no de la
compensación fisiológica
directa del
defecto de la vista
(como el caso del riñón),
sino por una vía
indirecta muy compleja
de la compensación
sociopsicológica
general, no sustituyendo
la función que ha
desaparecido y sin
ocupar el lugar del
órgano que falta.
Por lo tanto, no se
puede hablar sobre
ninguna sustitución de
los órganos de
los sentidos. Luzardi
señaló de forma correcta
que el tacto nunca
enseñará al ciego a
ver realmente. E. Binder,
después de Appia
demostró que las
funciones de los
órganos de los sentidos
no se trasladan de un
órgano a otro y que la
expresión
“sustitución de los
sentidos”, es decir, la
sustitución de los
órganos de los sentidos,
se utiliza de un modo
incorrecto en la
fisiología. Un valor
decisivo para la
reputación
de este dogma tuvieron
las investigaciones de
Fisbaj, publicadas en el
archivo fisiológico de E. Pflüger y que
demostraron su falta de
fundamento.
La
psicología
experimental dio una
solución a este debate:
indicó la vía para
comprender de forma
correcta los hechos que
constituían la base de
esta teoría.
E. Meimann (3) cuestionó
el postulado de Fisbach
acerca de que cuando un
sentido presenta
deficiencia, todos los
demás sentidos sufren.
Él afirmó que en
realidad hay un tipo de
sustitución de las
funciones de la
percepción (E. Meimann,
1911). W. Wundt
(4) llegó
a la conclusión de que
la sustitución en la
esfera de las
funciones fisiológicas,
es un caso particular de
la ejercitación y la
adaptación. Por lo
tanto, la sustitución es
preciso comprenderla, no
en el sentido de que
otros órganos
asuman directamente las
funciones fisiológicas
de la vista, sino en el
sentido de la
reorganización compleja
de toda la actividad
psíquica, provocada por
la alteración de
la función más
importante, y dirigida
por medio de la
asociación, de la
memoria y de
la atención, a la
creación y formación de
un nuevo tipo de
equilibrio del organismo
a
cambio del órgano
afectado.
Pero si esta concepción
biológica, ingenua,
resultó ser incorrecta y
se vio
obligada a ceder su
lugar a otra teoría, no
obstante, dio un gran
paso de avance por
la vía de la conquista
hacia la verdad
científica sobre la
ceguera. Por primera
vez,
partiendo de la
observación científica y
con el criterio de la
experiencia, se abordó
el
hecho de que la ceguera
no es sólo un defecto,
una deficiencia, sino
que también
incorpora nueva fuerzas,
y nuevas funciones a la
vida y a la actividad y
motiva cierto
trabajo creador orgánico,
aunque esta teoría no
puede indicar en qué
consiste
precisamente este
trabajo. Se puede juzgar
en qué medida es grande
la importancia
práctica de este paso
hacia la verdad, por el
hecho de que en esta
época se ha
creado la educación y la
enseñanza de los ciegos.
Un punto del sistema
Braille ha
hecho más por los ciegos
que miles de filántropos;
la posibilidad de leer y
escribir ha
resultado ser más
importante que “El sexto
sentido” y la agudeza
del tacto y del oído.
En el monumento a V.
Haüy (5), fundador de la
enseñanza de los ciegos,
fueron
escritas las siguientes
palabras dirigidas al
niño ciego: “Encontrarás
la luz en la
enseñanza y en el
trabajo”. En el
conocimiento y en el
trabajo vio Haüy la
solución de
la tragedia de la
ceguera y señaló con
esto la vía por la que
vamos ahora. La época
de Haüy dio a los ciegos
la enseñanza, nuestra
época debe dar a ellos
el trabajo.
4
En la época moderna, la
ciencia se ha aproximado
al dominio de la verdad,
sobre la psicología de
la persona ciega. La
escuela del psiquiatra
vienés A. Adler,
que elaboró el método de
la psicología
individual, es decir, de
la psicología social de
la personalidad, ha
señalado la importancia
y el papel psicológico
del defecto
orgánico en el proceso
del desarrollo y de la
formación de la
personalidad. Si algún
órgano, debido a la
deficiencia morfológica
o funcional, no logra
cumplir enteramente
su trabajo, entonces el
sistema nervioso central
y el aparato psíquico
asumen la
tarea de compensar el
funcionamiento
insuficiente del órgano,
creando sobre este o
sobre la función, una
superestructura psíquica
que tiende a asegurar el
organismo en
el punto débil amenazado.
Al entrar en contacto
con el medio externo
surge el conflicto
provocado por la
falta de correspondencia
del órgano, o función
deficiente, con sus
tareas, lo que conduce a que
exista una posibilidad
elevada para la
morbilidad y la
mortalidad. Este
conflicto origina
grandes posibilidades y
estímulos para la
supercompensación. El
defecto se convierte de
esta manera en el punto
de partida y
en la fuerza motriz
principal del desarrollo
psíquico de la
personalidad. Si la
lucha
concluye con la victoria
para el organismo,
entonces, no sólo vence
las dificultades
originadas por el
defecto, sino que se
eleva en su propio
desarrollo a un nivel
superior, creando del
defecto, una capacidad;
de la debilidad, la
fuerza; de la
minusvalía, la
supervalía. Sobre esta
base, el ciego de
nacimiento N.
Sounderson (6) elaboró un manual de
geometría (A. Adler,
1927). Qué enorme
tensión deben
alcanzar en él las
fuerzas psíquicas y la
tendencia a la
supercompensación,
reanimadas por el
defecto de la vista,
para que él pueda no
sólo vencer la
limitación
espacial que trae
consigo la ceguera, sino
también dominar el
espacio en las formas
superiores accesibles a
la humanidad sólo en el
pensamiento científico,
en las
construcciones
geométricas. Allá, donde
tenemos grados mucho más
bajos de este
proceso, la ley
fundamental sigue siendo
la misma. Resulta
curioso que en las
escuelas de pintura,
Adler haya encontrado el
70% de los alumnos con
anomalías de
la vista y otro tanto de
alumnos con defectos del
lenguaje en las escuelas
de arte
dramático (A. Adler, En
el libro: Heilen und
Bilder, 1914, p. 21). La
vocación por la
pintura y las
capacidades para ella se
han desarrollado a
partir de los defectos
de la
vista; y el talento
artístico, a partir de
los defectos superados
del aparato
articulatorio.
Sin embargo, una salida
feliz no es en absoluto
la única, o incluso el
resultado
más frecuente de la
lucha por el vencimiento
del defecto. Sería
ingenuo pensar que
cualquier enfermedad
siempre termina de un
modo exitoso y que todo
defecto se
transforma felizmente en
un talento.
Cualquier
tipo de lucha tiene dos
salidas, la
segunda salida es el
fracaso de la supercompensación, la
victoria total del
sentimiento de debilidad,
el carácter asocial de
la conducta, la creación
de posiciones
defensivas a partir de
su debilidad, su
transformación en un
instrumento, el objetivo
ficticio de la
existencia, en esencia,
la locura, la
imposibilidad de la
personalidad de
tener una vida psíquica
normal; es la evasión en
la enfermedad, la
neurosis. Entre
estos dos polos se
encuentra una diversidad
enorme e inagotable de
diferentes
grados del éxito y el
revés, del talento y de
la neurosis, desde los
mínimos a los
máximos. La existencia
de puntos extremos
significa los límites
del propio fenómeno
y brinda la expresión
máxima de su esencia y
naturaleza.
La ceguera crea
dificultades para la
participación del ciego
en la vida. Por esta
línea se aviva el
conflicto. En realidad,
el defecto se proyecta
como una desviación
social. la ceguera pone
a su portador en una
determinada y difícil
posición social. el
sentimiento de
inferioridad, de
inseguridad y debilidad
surgen como resultado de
la
valoración, por parte de
los ciegos, de su
posición. Como una
reacción del aparato
psíquico se desarrollan
las tendencias hacia la
supercompensación. Estas
tendencias están
dirigidas a la formación
de una personalidad de
pleno valor en el
aspecto social, a la
conquista de la posición
en la vida social.
También están
encaminadas al
vencimiento del
conflicto, y por lo
tanto, no desarrollan el
tacto, el
oído, etc. sino que
abarcan enteramente a la
personalidad en su
conjunto,
comenzando por su núcleo
interno, y tienden no a
sustituir la vista, sino
a vencer y
supercompensar el
conflicto social, y la
inestabilidad
psicológica como
resultado del
defecto físico. En esto
reside la esencia del
nuevo punto de vista.
Antes pensábamos que
toda la vida y todo el
desarrollo del niño
ciego
avanzarían por la línea
de su ceguera. La nueva
ley plantea que los
ciegos irán en
contra de esta línea.
Aquél que quiere
comprender la psicología
de la personalidad
del ciego partiendo
directamente del hecho
de la ceguera, como una
personalidad
determinada directamente
por este hecho, la
comprenderá de un modo
tan incorrecto
como aquel que vea en la
vacunación sólo la
enfermedad. Es cierto,
la vacunación
es la inoculación de la
enfermedad, pero, en
realidad, es la
inoculación de la
supersalud. A la luz de
esta ley se explican
todas las observaciones
psicológicas
particulares de los
ciegos en su relación
con la leitlínea del
desarrollo, con el plan
único de vida, con el
objetivo final y con “el
V acto” –como expresa
Adler. Los
diferentes fenómenos y
procesos deben ser
comprendidos no en
relación con el
pasado, sino con la
tendencia hacia el
futuro. Para comprender
totalmente las
particularidades del
ciego debemos descubrir
las tendencias
existentes en su
psicología, los
embriones del futuro. En
esencia, éstas son las
exigencias generales
del pensamiento
dialéctico en la ciencia:
para aclarar
completamente algún
fenómeno es necesario
examinarlo en relación
con su pasado y su
futuro. Esta
perspectiva del futuro
la introduce Adler en la
psicología.
5
Hace mucho tiempo los
psicólogos señalaron el
hecho de que el ciego no
siente en absoluto y de
ningún modo, su ceguera,
en contra de la opinión
común
acerca de que el ciego
se siente
permanentemente
sumergido en la
oscuridad.
Según la hermosa
expresión de A. V.
Biriliev – ciego
altamente instruido -, el
ciego no
percibe la luz de igual
forma que el vidente con
los ojos vendados. El
ciego,
asimismo, no percibe la
luz como el vidente la
ve a través de su mano
colocada
sobre los ojos, es decir,
él no siente, no
experimenta directamente
que no tiene vista.
“Yo no puedo sentir
directamente mi defecto
físico” – testimonia A.
M. Sherbina
(1916, p. 10). “Ni la
instintiva atracción
orgánica por la luz”, ni
la tendencia a
“liberarse de la cortina
negra”, como la
representó V. G.
Korolienko, en el
excelente
relato, el ciego músico,
constituyen la base de
la psique del ciego. La
capacidad para
ver la luz tiene un
significado práctico y
pragmático para el ciego
y no un significado
instintivo-orgánico, es
decir, el ciego siente
su defecto sólo de un
modo indirecto,
reflejado únicamente en
las consecuencias
sociales. Sería un error
ingenuo de la
persona vidente suponer
que encontraremos en la
psique del ciego, la
ceguera o su
sombra psíquica, la
proyección, la
representación; en su
psique no hay nada,
salvo
las tendencias al
vencimiento de la
ceguera (la tendencia a
la supercompensación) y
el intento por
conquistar una posición
social.
Por ejemplo, casi todos
los investigadores
coinciden en que en el
ciego
encontramos generalmente
un desarrollo de la
memoria más alto que en
el vidente.
La última investigación
comparativa de B.
Kretschmer (1928)
demostró que los
ciegos poseen una
memoria verbal, mecánica
y reflexiva, mucho mejor.
A. Petzeld
cita este mismo hecho
establecido por una
serie de investigaciones
(A. Petzeld,
1925). Bürklen reunió
las opiniones de muchos
autores que coinciden en
una
memoria, que supera
habitualmente la memoria
de los videntes (K.
Bürklen, 1924).
Adler preguntaría para
qué está desarrollada
intensamente la memoria
de los ciegos,
es decir, por qué está
condicionado este
desarrollo excesivo, qué
funciones cumple
en la conducta de la
personalidad y a qué
necesidad responde.
Sería más correcto
plantear que los ciegos
tienen una tendencia
hacia el
desarrollo elevado de la
memoria; de muchas
circunstancias complejas
depende el
que la memoria, en
realidad, alcance un
desarrollo muy alto. La
tendencia
establecida de un modo
evidente en la psique
del ciego, es totalmente
explicable a la
luz de la compensación.
Para conquistar una
posición en la vida
social la persona
ciega se ve forzada a
desarrollar todas sus
funciones compensatorias.
La memoria,
en el ciego, se
desarrolla bajo la
presión de las
tendencias a la
compensación de la
minusvalía originada por
la ceguera. Esto se
puede apreciar a partir
de que la
memoria se desarrolla de
un modo totalmente
específico, determinado
por el objetivo
final de este proceso.
Sobre la atención de los
ciegos se tienen
diferentes y
contradictorios datos.
Unos autores (K.
Stumpf (7) y otros) están
inclinados a ver en el
ciego una actividad
elevada de la atención;
otros (Shreder, F. Tsej)
y principalmente los
maestros de los
ciegos, que observan la
conducta de los alumnos
durante las clases y
afirman que la
atención de los ciegos
tiene un desarrollo más
bajo que en los
videntes. Sin
embargo, es incorrecto
plantear la cuestión del
desarrollo comparativo
de las
funciones psíquicas en
los ciegos y videntes
como un problema
cuantitativo. Es
necesario preguntar no
sobre el desarrollo
funcional cuantitativo,
sino sobre el
desarrollo funcional
cualitativo de la misma
actividad en los ciegos
y en los videntes.
¿En qué sentido se
desarrolla la atención
en el ciego? Así es como
debe
preguntarse. Y aquí, en
el establecimiento de
las particularidades
cualitativas,
coinciden todos. De la
misma forma que en el
ciego hay una tendencia
hacia el
desarrollo de la
memoria, de un modo
específico, hay una
tendencia hacia el
desarrollo específico de
la atención. O más
exactamente: la
tendencia general hacia
la compensación de la
ceguera la posee tanto
uno como otro proceso, y
proporciona
a ambos una dirección.
La particularidad de la
atención en el ciego
consiste en la
fuerza peculiar de la
concentración de las
excitaciones del oído y
del tacto, que
llegan sucesivamente al
campo del conocimiento,
a diferencia de las que
llegan de
un modo simultáneo, es
decir, de las que llegan
inmediatamente al campo
de las
sensaciones visuales y
provocan un rápido
cambio y la distracción
de la atención a
consecuencia de la
concurrencia de muchos
estímulos simultáneos.
Cuando
queremos concentrar
nuestra atención, según
las palabras de K. Stumpf, entornamos
los ojos y nos
convertimos
artificialmente en
ciegos (1913). En
relación con esto se
plantea también una
particularidad opuesta,
niveladora y limitadora
de la atención en
el ciego: en los ciegos
no puede haber una
concentración plena en
un objeto hasta el
olvido total de lo que
lo rodea, es decir, el
ensimismamiento completo
en el objeto (lo
que encontramos en los
videntes); en todas las
circunstancias el ciego
se ve forzado
a mantener cierto
contacto con el mundo
externo a través del
oído y por eso hasta
cierto grado siempre
debe distribuir su
atención auditiva en
perjuicio de su
concentración (ibídem).
Se podría mostrar en
cada capítulo de la
psicología de los ciegos,
lo mismo
que señalamos ahora en
los ejemplos de la
memoria y de la atención.
Las
emociones, los
sentimientos, la
fantasía, el pensamiento
y los demás procesos de
la
psique del ciego, están
subordinados a una
tendencia general a la
compensación de
la ceguera. Esta unidad
de todo el objetivo
vital, Adler la denomina
línea principal de
la vida, es decir, el
único plan vital que se
cumple inconscientemente
en los episodios y períodos
externos, aislados, y
los penetra como un hilo
general, sirviendo
de base para la
biografía de la
personalidad. “Ya que
con el transcurso del
tiempo
todas las funciones
espirituales tienen
lugar en el sentido
elegido, todos los
procesos
espirituales obtienen su
expresión típica, ya que
se forma una suma de
procedimientos
espirituales obtienen su
expresión típica, ya que
se forma una suma
de procedimientos
tácticos, aspiraciones y
capacidades que se
cubren y trazan el
plan de la vida que se
ha determinado. Nosotros
denominamos a esto
carácter (O.
Rule, 1926, p. 12). En
contra de la teoría de
Kretschmer, para la cual
el desarrollo del
carácter es sólo el
desarrollo pasivo del
tipo biológico
fundamental, propio del
hombre desde el
nacimiento, la teoría de
Adler deduce y explica
la estructura del
carácter y de la
personalidad, no del
desarrollo pasivo del
pasado, sino de la
adaptación activa al
futuro. De aquí la regla
principal para la
psicología de los ciegos:
no de las partes puede
ser explicado y
comprendido el todo,
sino a partir del todo
pueden ser comprendidas
sus partes.
La
psicología de los ciegos
puede ser
establecida no de la
suma de las diferentes
particularidades, de las
desviaciones
personales, de las
particularidades únicas
de una u otra función,
pero estas mismas
particularidades y
desviaciones se hacen
comprensibles sólo
cuando partamos de un
plan íntegro único de la
vida, de la leitlínea
del ciego y determinemos
el lugar y la
importancia de cada
particularidad y de cada
propiedad en este todo y
en relación
con él, es decir, con
todas las demás
propiedades.
Hasta el momento la
ciencia dispone de muy
pocos intentos de
investigar la
personalidad del ciego
en general, de
comprender su línea
principal. Gran parte de
los investigadores han
abordado la cuestión, de
un modo general y han
estudiado las
particularidades. Dentro
del número de estos
experimentos sintéticos
más acertados
se encuentra el trabajo
de A. Petzeld que se
mencionó con
anterioridad. Su
postulado fundamental es
el siguiente: en los
ciegos, en primer lugar,
se encuentra la
limitación en la
libertad de movimientos
y la incapacidad en
relación con el espacio,
la cual, a diferencia de
los sordomudos, permite
al instante conocer al
ciego.
Después, las demás
fuerzas y capacidades
del ciego pueden
funcionar plenamente
en una medida tal, que
no podemos notar en los
sordomudos. Lo más
característico
en la personalidad del
ciego es la
contradicción entre la
incapacidad relativa en
el
aspecto espacial y la
posibilidad de mantener,
mediante el lenguaje,
una relación
total y completamente
adecuada con los
videntes y lograr la
comprensión mutua (A.
Petzeld, 1925), lo que
entra totalmente en el
esquema psicológico del
defecto y de la
compensación. Este
ejemplo es un caso
particular de la
contradicción que
establece
la ley dialéctica
fundamental de la
psicología, entre la
insuficiencia
orgánicamente
dada y las aspiraciones
psíquicas. En el caso de
la ceguera, no del
desarrollo del
tacto o la agudización
del oído, sino el
lenguaje, la utilización
de la experiencia
social,
a relación con los
videntes, constituye la
fuente de la
compensación. Petzeld,
con
sarcasmo, se refiere a
la opinión del oculista
M. Düfur, de que a los
ciegos es
necesario hacerlos
timoneles en los barcos,
ya que a consecuencia de
su oído
agudizado deben captar
en la oscuridad
cualquier peligro. Para
Petzeld (1925) es
imposible buscar
seriamente la
compensación de la
ceguera en el desarrollo
del oído
o de otras funciones
diferentes. Sobre la
base del análisis
psicológico de las
representaciones
espaciales de los ciegos
y de la naturaleza de
nuestra vista, el
ciego llega a la
conclusión de que la
fuerza motriz
fundamental de la
compensación
de la ceguera, es decir,
la aproximación a través
del lenguaje a la
experiencia social
de los videntes, no
tiene límites naturales contenidos en
la propia
naturaleza de la ceguera,
para su desarrollo. ¿Hay
algo que el ciego no
puede
conocer debido a la
ceguera¡, se pregunta
Petzeld y llega a una
conclusión, que
tiene una enorme
importancia de principio
para toda la psicología
y la pedagogía de
los ciegos: “la
capacidad para conocer
en el ciego, es la
capacidad para conocerlo
todo y su comprensión en
la base, es la capacidad
para comprenderlo todo”
(ibídem).
Esto significa que ante
el ciego se abre la
posibilidad de alcanzar
el valor social en
una medida total.
Es muy instructivo
comparar la psicología y
las posibilidades del
desarrollo del
ciego y del sordo. Desde
el punto de vista
puramente orgánico, la
sordera es un
defecto menor que la
ceguera. El animal ciego
probablemente es más
indefenso que
el sordo. El mundo de la
naturaleza llega a
nosotros más a través de
los ojos que a
través del oído. Nuestro
mundo está organizado
más como un fenómeno
visual que
auditivo. Casi no existe
ninguna función
biológicamente
importante que
experimente
alteración debido a la
sordera; debido a la
ceguera desaparece la
orientación
espacial y la libertad
de movimientos, es decir,
la función animal más
importante.
De este modo, en el
aspecto biológico el
ciego ha perdido más que
el sordo.
Pero para el hombre, en
el cual se presentan en
primer plano las
funciones
artificiales, sociales y
técnicas, la sordera
significa un defecto
mucho más grave que
la ceguera. La sordera
provoca la mudez, priva
del lenguaje, aísla al
hombre y lo
saca del contacto social
que se apoya en el
lenguaje. El sordo, como
un organismo,
como un cuerpo, tiene
más posibilidades de
desarrollo que el ciego;
pero el ciego,
como personalidad, como
una unidad social, se
encuentra en una
posición
muchísimo más favorable;
tiene lenguaje y junto
con él, la posibilidad
de la validez
social. De este modo, la leitlínea en la
psicología del hombre
ciego está dirigida al
vencimiento del defecto
a través de su
compensación social, a
través del
conocimiento de la
experiencia de los
videntes, a través del
lenguaje. La palabra
vence a la ceguera.
6
Ahora podemos recurrir a
la cuestión fundamental,
señalada en el epígrafe:
¿será el ciego, a los
ojos de la ciencia, un
representante de una
raza peculiar de
personas? Si no es así,
entonces, ¿cuáles son
los límites, las
dimensiones y los
valores de estas
particularidades de su
personalidad? ¿En
calidad de qué participa
el
ciego en la vida social
y cultural? En lo
principal, respondemos a
esta pregunta con lo
expresado anteriormente.
En esencia, la respuesta
está dada ya en la
condición
limitadora de este
epígrafe: si los
procesos de compensación
no estuvieran dirigidos
a establecer relaciones
con los videntes y no se
guiarán por la exigencia
de
adaptarse a la vida
social, si el ciego
viviera sólo entre
ciegos, sólo en este
caso
podría formarse de él un
tipo especial de ser
humano.
Ni en el punto final
hacia el cual está
dirigido el desarrollo
del niño ciego, ni en
el propio mecanismo que
pone en movimiento las
fuerzas del desarrollo,
hay una
diferencia de principio
entre el niño ciego y el
niño vidente. Este es un
postulado muy
importante de la
psicología y de la
pedagogía de los ciegos.
Cualquier niño posee
una deficiencia orgánica
relativa en la sociedad
de los adultos en la
cual crece (A.
Adler, 1927). Esto nos
permite considerar
cualquier infancia como
una edad
de inseguridad, de
inferioridad, y
cualquier desarrollo,
como un desarrollo
dirigido al
vencimiento de este
estado, mediante la
compensación. De este
modo, el punto final
del desarrollo, es decir,
la conquista de la
posición social, y todo
el proceso del
desarrollo, son iguales
en el niño ciego y en el
vidente.
Los psicólogos y los
fisiólogos consideran el
carácter dialéctico de
los actos
psicológicos y los
reflejos. Este es el
tipo general de
actividad nerviosa
superior y
psíquica.
La necesidad
de dominar, de vencer el
obstáculo, provoca un
aumento de
energía y de fuerza.
Imaginemos un ser
absolutamente adaptado,
que no encuentra
decididamente ningún
obstáculo para las
funciones vitales. Este
ser, por necesidad,
no estará apto para el
desarrollo, ni para
elevar sus funciones y
avanzar, ¿qué lo
impulsará a realizar
este avance? Por eso
precisamente en la
inadaptación de la
infancia se encuentra la
fuente de las enormes
posibilidades del
desarrollo. Estos
fenómenos se incluyen
dentro de los fenómenos
tan elementales, comunes
a todas
las formas de conducta,
desde las inferiores
hasta las superiores,
que no se les
puede considerar de
ningún modo con cierta
propiedad excepcional de
la psique del
ciego, como su
particularidad. Es
correcto lo inverso: el
desarrollo elevado de
estos
procesos en la conducta
del ciego, es un caso
particular de esta ley
general. Ya en
las formas intuitivas,
es decir, más simples de
la conducta, nos
encontramos con
ambas particularidades
que fueron descritas con
anterioridad, como
rasgos
fundamentales de la
psique del ciego: con la
orientación hacia una
finalidad de los
actos psicológicos y con
su aumento ante la
presencia de obstáculos.
De forma que
la tendencia hacia el
futuro no constituye una
pertenencia exclusiva de
la psique del
ciego, sino que es una
forma general de la
conducta.
I. V. Pavlov, al
estudiar los enlaces
condicionados más
elementales,
tropezó en las
investigaciones con este
hecho y lo describió,
denominándolo reflejo
del objetivo. Con esta
expresión que parece
paradójica él quiere
indicar dos
momentos: 1) el hecho de
que estos procesos
tienen lugar según el
tipo de acto
reflejo; 2) y el hecho
de que ellos están
dirigidos hacia el
futuro, en relación con
el
cual también pueden ser
comprendidos.
Hay que adicionar que no
sólo el punto final y
las vías del desarrollo
que
conducen a él, son
comunes en el ciego y en
el vidente, sino también
la fuente
principal de la cual
este desarrollo extrae
su contenido que es el
mismo en ambos, el
lenguaje. Ya mencionamos
con anterioridad la
opinión de Petzeld de
que
precisamente el lenguaje,
la utilización del
lenguaje, es el medio
para vencer las
consecuencias de la
ceguera. Él estableció
que el proceso de la
utilización del
lenguaje, en principio,
es igual en el ciego y
en el vidente, sino
también la fuente
principal de la cual
este desarrollo extrae
su contenido que es el
mismo en ambos, el
lenguaje. Ya mencionamos
con anterioridad la
opinión de Petzeld de
que
precisamente el lenguaje,
la utilización del
lenguaje, es el medio
para vencer las
consecuencias de la
ceguera. El estableció
que el proceso de la
utilización del
lenguaje, en principio,
es igual en el ciego y
en el vidente: él aclaró
además la teoría
de las ideas sucedáneas
de F. Hitshmann: “Lo
rojo para el ciego –expresa
él- tiene la
misma relación de
significación que para
el vidente, aunque esto
para él puede ser
sólo un objeto de
significación y no de la
percepción. Lo negro y
lo blanco en su
comprensión, son tan
opuestos como los ve el
vidente, y su
importancia como
relaciones de los
objetos tampoco es
menor... el lenguaje de
los ciegos, si admitimos
la simulación, sería
totalmente distinto sólo
en el mundo de los
ciegos. Düfut tenía
razón cuando decía que
el lenguaje creado por
los ciegos se parecería
poco al
nuestro. Pero no podemos
estar de acuerdo con él
cuando dice: “Yo he
visto que en
esencia los ciegos
piensan en un idioma y
hablan en otro” (S.
Petzeld, 1925).
De este modo, la fuente
principal de donde la
compensación extrae las
fuerzas, resulta ser
otra vez la misma en los
ciegos y en los
videntes. Al analizar el
proceso de educación de
niño ciego, desde el
punto de vista de la
teoría de los
reflejos condicionados
llegamos oportunamente a
lo siguiente: en el
aspecto
fisiológico no hay una
diferencia de principio
entre la educación del
niño ciego y del
200
vidente. Esta
coincidencia no nos debe
de asombrar, ya que con
anterioridad
debimos de esperar que
la base fisiológica de
la conducta pone de
manifiesto la
misma estructura, que la
superestructura
psicológica. De este
modo, desde
diferentes extremos
nosotros abordamos lo
mismo.
La coincidencia de los
datos fisiológicos y
psicológicos nos debe
convencer
aún más de la veracidad
de la conclusión
fundamental. Podemos
formularla de la
siguiente manera: la
ceguera, como una
deficiencia limitada,
proporciona el impulso
para los procesos de
compensación, que
conducen a la formación
de una serie de
particularidades en la
psicología del ciego y
que reorganizan todas
las diferentes
funciones particulares
bajo el ángulo de la
tarea fundamental,
vital.
Cada función
particular del aparato
psíquico del ciego tiene
sus particularidades,
con frecuencia
muy significativas en
comparación con los
videntes; ese proceso
biológico de
formación y acumulación
de las particularidades
y desviaciones del tipo
normal,
abandonado a su propia
suerte, en el caso de
vivir el ciego en el
mundo de los
ciegos, conduciría
inevitablemente a la
creación de una raza
peculiar de personas.
Bajo la presión de las
exigencias sociales de
los videntes, de los
procesos de supercompensación y
utilización del lenguaje,
iguales en los ciegos y
en los videntes,
todo el desarrollo de
estas particularidades
se forma de manera que
la estructura de
la personalidad del
ciego, en general, tiene
una tendencia hacia el
logro de un
determinado tipo social
normal. Con las
desviaciones
particulares podemos
tener un
tipo normal de
personalidad en general.
El mérito del
establecimiento de este
hecho
corresponde a W. Stern
(1921). Él aceptó la
teoría de la
compensación y explicó
cómo de la debilidad
nace la fuerza y, de las
deficiencias, los
méritos. En el ciego se
refina de un modo
compensador la capacidad
de la diferenciación con
el tacto, no a
través del aumento real
de la excitabilidad
nerviosa, sino a través
de la ejercitación
en la observación, la
valoración y la
comprensión de las
diferencias. Del mismo
modo, también en la
esfera de la psique, la
deficiencia de alguna
propiedad puede
ser sustituida de un
modo parcial o total por
el desarrollo
intensificado de otra.
La
memoria débil, por
ejemplo, se equilibra
con la formación de la
comprensión que se
pone al servicio del
espíritu de observación
y de la memorización; la
debilidad de la
voluntad y la falta de
iniciativa pueden ser
compensadas con la
sugestibilidad y la
tendencia hacia la
imitación, etc. un punto
de vista análogo se
fortalece en la
medicina; el criterio
único de la salud y la
enfermedad es el
funcionamiento
conveniente y no
conveniente de todo el
organismo, y las
desviaciones parciales
se
valoran sólo por la
medida en que éstas se
compensan y no se
compensan con otras
funciones del organismo.
En contra del “análisis
microscópicamente
refinado de las
anormalidades”, Stern
plantea el postulado:
las funciones
particulares pueden
representar una
desviación considerable
de la norma y, no
obstante, la
personalidad
o el organismo en
general pueden ser
totalmente normales. El
niño con defecto no es
indispensablemente un
niño deficiente. Del
resultado de la
compensación, es decir,
de la formación final de
su personalidad en
general, depende el
grado de su
deficiencia y normalidad.
K. Bürklen señala dos
tipos fundamentales de
ciegos: uno trata, según
sus
posibilidades, de
disminuir y reducir a la
nada el abismo que
separa al ciego del
vidente; el otro, por el
contrario, destaca la
diferencia y exige el
reconocimiento de la
forma peculiar de la
personalidad que
responde a las
supervivencias del ciego.
Stern
supone que esta
contradicción también
tiene su naturaleza
psicológica; ambos
ciegos probablemente
pertenecen a dos tipos
diferentes (K. Büklen,
1924). En
nuestra comprensión,
ambos tipos significan
dos resultados extremos
de la
compensación: el éxito y
el fracaso de este
proceso fundamental.
Nosotros ya
dijimos que este proceso
por sí solo,
independientemente del
mal resultado, no
contiene nada
excepcional, propio sólo
de la psicología del
ciego. Agregaremos sólo
que esta función
elemental y fundamental
para todas las formas de
la actividad y del
desarrollo, como lo es
la ejercitación, la
psicotecnia actual la
considera un caso
particular de
compensación. Por eso es
erróneo considerar al
ciego un tipo peculiar
de persona, en virtud de
la presencia y el
dominio de este proceso
en su psique,
como cerrar los ojos
ante las profundas
particularidades que
caracterizan este
proceso general en los
ciegos. V. Steinberg,
con justeza, cuestiona
la consigna
común de los ciegos:
“Nosotros no somos
ciegos, sólo no podemos
ver” (K. Bürklen,
1924, p. 8).
Todas las funciones y
todas las propiedades se
reorganizan en las
condiciones peculiares
del desarrollo del ciego,
no se puede reducir toda
la diferencia
a un punto. Pero al
mismo tiempo, la
personalidad, en
general, del ciego y del
vidente puede pertenecer
al mismo tipo. Se
manifiesta de forma
correcta que el ciego
comprende más el mundo
de los videntes que los
videntes, el mundo de
ciego. Esta
comprensión sería
imposible si el ciego,
en el desarrollo, no se
aproximara al tipo
normal de persona.
Surgen las
interrogantes. ¿Qué
explica la existencia de
dos tipos
de ciegos? ¿No está
condicionado esto por
causas psicológicas u
orgánicas? ¿No
refutaría esto los
postulados planteados
con anterioridad, o por
lo menos, no
introduciría en ellos
limitaciones esenciales
y enmiendas? En algunos
ciegos, como
describió de un modo
maravilloso Scherbina,
se compensa
orgánicamente el defecto,
“se crea como una
segunda naturaleza”
(1916, p. 10) y ellos
encuentran en la vida,
con todas las
dificultades
relacionadas con la
ceguera, un encanto
peculiar al cual no
estarían de acuerdo a
renunciar por ningún
bienestar personal. Esto
significa que en
los ciegos la
superestructura psíquica
ha compensado de un modo
tan armonioso la
deficiencia, que se ha
convertido en la base de
su personalidad;
renunciar a la
deficiencia significaría
para ellos renunciar a
sí mismos. Estos casos
confirman
plenamente la teoría de
la compensación. En lo
concerniente a los casos
del fracaso
de la compensación, el
problema psicológico se
convierte en un problema
social:
¿acaso la enorme masa de
niños sanos, de la
humanidad alcanza todo
lo que ellos
pudieran y debieran
lograr en la estructura
psicofisiológica?
7
Nuestro resumen ha
concluido; estamos junto
a la orilla. No ha
formado parte
de nuestra tarea el
aclarar completamente la
psicología de los ciegos;
quisimos sólo
señalar el punto álgido
del problema, el centro
en el cual están atados
todos los hijos
de su psicología. Este
núcleo lo encontramos en
la idea científica de la compensación. ¿Qué
separa la concepción
científica de este
problema, de la
pseudocientífica? Si el
mundo antiguo y el
cristianismo veían la
solución del
problema de la ceguera
en las fuerzas místicas
del espíritu, si la
teoría ingenua
biológica la veía en la
compensación orgánica
automática, entonces la
expresión
científica de la misma
idea formula el problema
de la solución de la
ceguera como un
problema social y
psicológico. Si se
analiza
superficialmente, puede
parecer con
facilidad que la idea de
la compensación nos hace
retornar al pasado, al
punto de
vista del cristianismo
en la Edad Media, el
papel positivo del
sufrimiento, de la
enfermedad del cuerpo.
En realidad, no se puede
imaginar dos teorías más
opuestas. La nueva
teoría valora de un modo
positivo no la ceguera
por sí misma, ni
el defecto, sino las
fuerzas que se encierran
en ella, las fuentes de
su vencimiento,
los estímulos para el
desarrollo. Aquí se
señala como signo
positivo no la debilidad
simplemente, sino la
debilidad como vía para
la fuerza. Las ideas, al
igual que las
personas, se conocen
mejor por sus acciones.
Las teorías científicas
es necesario
enjuiciarlas por los
resultados prácticos a
que conducen.
¿Cuál es el aspecto
práctico de todas las
teorías analizadas con
anterioridad?
Según la observación de
Petzeld, la
sobrevaloración de la
ceguera en la teoría ha
creado en la práctica a
Homero, Tirezii y Edipo
como una prueba viva del
carácter
ilimitado y de la
inmensidad del
desarrollo de la persona
ciega. El mundo antiguo
creó la idea y el tipo
real del gran ciego. La
Edad Media, por el
contrario, la idea de la
subestimación de la
ceguera la realizó en la
práctica de la
protección de los ciegos.
Según una expresión
alemana justa: “Verehrt-ernährt”,
la Antigüedad veneró a
los
ciegos y la Edad Media
los alimentó. Lo uno y
lo otro fue una
expresión de la
incapacidad del
pensamiento
pseudocientífico para
elevarse por encima de
la
unilateralidad de la
concepción acerca de la
educación de la ceguera:
la ceguera se
consideraba o una fuerza
o una debilidad, sin
embargo, la idea de que
la ceguera es
una cosa y otra, es
decir, la debilidad que
conduce a la fuera, era
ajena a aquella
época.
El inicio del enfoque
científico del problema
de la ceguera se marcó
en la
práctica con el intento
de crear una educación
planificada de cualquier
ciego. Esta
fue una gran época en la
historia de los ciegos.
Pero Petzeld expresó con
justeza: “El
propio hecho de que
fuera posible plantear
cuantitativamente la
cuestión sobre la
incapacidad de los
sentidos que han quedado
en el ciego y de
investigarlos
experimentalmente en
este sentido, indica en
principio el carácter
del estado del
problema que fue propio
de la Antigüedad y de la
Edad Media” (A. Petzeld,
1925, p.
30). En esta misma época
Düfur aconsejó hacer de
los ciegos timoneles.
Esta época
trató de elevarse por
encima del carácter
unilateral de la
Antigüedad y de la Edad
Media, por primera vez
trató de unir ambas
ideas sobre la ceguera,
de aquí emana
la necesidad (de la
debilidad) y la
posibilidad (de la
fuerza) de la educación
de los
ciegos; pero entonces no
sabían unirlas
dialécticamente o
imaginaban la unión de
la
fuerza y de la debilidad
de un modo puramente
mecánico.
Por último, nuestra
época recuerda el
problema de la ceguera
como un
problema
sociopsicológico y tiene
en su práctica tres
tipos de armas para
luchar
contra la ceguera y sus
consecuencias. Es cierto
también en nuestro
tiempo surgen
con frecuencia las ideas
relacionadas con la
posibilidad del triunfo
directo sobre la
ceguera. Las personas de
ningún modo quieren
abandonar la promesa
antigua de
que los ciegos
recobrarán la visa.
Todavía hace muy poco
tiempo nosotros fuimos
testigos de las
esperanzas engañosas que
se originaron, como si
la ciencia
devolviera a los ciegos la vista. En
estas explosiones de
esperanzas
quiméricas renacen en
realidad las viejas
supervivencias de la
remota Antigüedad y
el ansia del milagro. No
se encuentran en ellas
la nueva palabra de
nuestra época
que, como se ha
expresado, dispone de
tres tipos de armas; la
profiláctica social, la
educación social y el
trabajo social de los
ciegos; éstos son los
tres pilares en los que
se sostiene la ciencia
actual sobre el hombre
ciego. La ciencia debe
llevar a cabo
estas tres formas de
lucha, llevando hasta el
final lo saludable que
crearon en este
sentido las épocas
anteriores.
La idea de
la profilaxis de la
ceguera debe ser
inculcada a las enormes
masas populares. También
es necesario liquidar la
educación aislada,
inválida de los ciegos y
borrar los límites entre
la escuela especial
y la normal: la
educación de niño ciego
debe ser organizada como
la educación del
niño apto para el
desarrollo normal; la
educación debe formar
realmente del ciego,
una persona normal, de
pleno valor en el
aspecto social y
eliminar la palabra y el
concepto de “deficiente”
en su aplicación al
ciego. Y, por último, la
ciencia moderna
debe dar al ciego el
derecho al trabajo
social no en sus formas
humillantes,
filantrópicas, de
inválidos (como se ha
cultivado hasta el
momento), sino en las
formas que responden a
la verdadera esencia del
trabajo, únicamente
capaz de crear
para la personalidad la
posición social
necesaria. Pero ¿acaso
no está claro que
estas tres tareas
plantadas por la ceguera,
son por su naturaleza,
tareas sociales y
que sólo una nueva
sociedad puede
resolverlas
definitivamente? La
nueva sociedad
crea un nuevo tipo de
hombre ciego. En la
actualidad en la URSS se colocan las
primeras piedras de la
nueva sociedad y, en
este caso, se forman los
primeros
rasgos de este nuevo
tipo.
NOTAS: EL
NIÑO CIEGO
-
1. No se conoce el año
que fue escrito el
original. Se publica por
primera vez.
-
2.
Wanecek Otto (?),
tiflopedagogo austríaco.
Defendió la idea de la
introducción
obligatoria del idioma
esperanto en las
escuelas austríacas para
ciegos. Esta
disposición fue aprobada
en el VII Congreso
austriaco de Ayuda a los
Ciegos (24-
27 septiembre de 1920).
A propuesta de Wanecek,
en el programa de los
exámenes para recibir el
título de maestro para
los ciegos fue
introducido un
punto que exige el
conocimiento del idioma
esperanto, y no del
francés o el
inglés, como ocurría
antes.
-
3. Meimann Ernest
(1862-1920), pedagogo
alemán, uno de los
fundadores de la
pedagogía experimental.
Vigotski cita sus datos
acerca de que
contrariamente a
la teoría errónea de “la
sustitución de los
órganos de los
sentidos”, en el caso
del
defecto de uno de los
órganos de los sentidos
los otros pueden
mantenerse
intactos, Meimann afirmó
también la posibilidad
de sustituir las
funciones
deficientes de la
percepción. Todos estos
datos son importantes,
desde el punto
de vista de Vigotski,
para defender el
postulado sobre la
naturaleza
socialpsicológica y no
biológica del proceso de
compensación.
-
4. Wundt Wilhelm
(1832-1920), psicólogo
alemán, fisiólogo y
filósofo idealista.
Iniciador del estudio de
la psicología
experimental que él
denominó fisiológica.
Vigotski cita el punto
de vista de Meimann
sobre el proceso de
sustitución de la
ceguera en la cual él ve
no sólo una deficiencia,
sino también la fuente
del
surgimiento de las
fuerzas de la
compensación.
-
5. Haüy Valentin
(1745-1822),
tiflopedagogo francés,
organizó por primera vez
la
enseñanza de los ciegos
en Francia y Rusia en
instituciones especiales.
Su libro
Opit abuchenia slepij
(1876) en aquel tiempo
era la única guía para
los
tiflopedagogos. Haüy
inició a los ciegos en
el trabajo socialmente
útil. Vigotski
valoraba altamente el
papel progresista de
este hombre en la
alborada del
desarrollo de la
tiflopedagogía.
-
6. Sounderson N.
(1682-1739), ciego
matemático. Descubrió el
instrumento para la
realización de cálculos
con números de muchas
cifras sin tener en
cuenta la vista.
Elaboró el libro de
texto de geometría.
Vigotski utiliza estos
datos como ejemplo
de la supercompensación
del ciego.
-
7. Stumpf Karl
(1848-1936), psicólogo
alemán, filósofo
idealista, representante
de la
fenomenología, cercano a
la psicología de la
Gestalt. Autor de
trabajos
experimentales sobre la
psicología de las
sensaciones auditivas y
espaciales y de
las percepciones.
Vigotski analiza los
datos de la
investigación realizada
por
Stumpf sobre los
procesos de la atención
en los ciegos.
ϟ
texto integral de:
El Niño Ciego
Lev Semionovitch
Vigotski in
Fundamentos de Defectologia,
p. 74 a 87
Obras Completas -
Tomo V Ministerio de Educación
de Cuba
Editorial Pueblo y
Educación, 1989
[tradução para espanhol
a partir da edição em
russo da Editorial
Pedagoguika - Moscovo,
1983]
Δ
13.Jan.2012 publicado
por
MJA
|