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 Sobre a Deficiência Visual

El Niño Ciego

Lev Semionovitch Vigotski
 


foto de Jane Evelyn Atwood - Paris,1979


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Si dejamos a un lado las particularidades y desatendemos los detalles, se puede representar el desarrollo de los puntos de vista científicos sobre la psicología de los ciegos en forma de una línea, que se extiende desde la remota Antigüedad hasta nuestros días, bien perdiéndose en la oscuridad de ideas erradas, bien apareciendo otra vez con cada nuevas consultas de la ciencia. Como la aguja imantada indica hacia el norte, así esta línea indica la verdad y permite valorar cualquier tipo de equivocación histórica por el grado de desviación de la línea fundamental. La ciencia sobre la persona ciega, en la medida en que ha avanzado hacia la verdad, se reduce al desarrollo de una idea central, la cual ha tratado de dominar la humanidad durante milenios, porque ésta no es sólo una idea sobre el ciego, sino también, en general, sobre la naturaleza psicológica del hombre. En la psicología de los ciegos, al igual que en cualquier ciencia, es posible equivocarse de diferente manera, pero avanzar hacia la verdad sólo es posible por una vía.

Esta idea se resume en que la ceguera es no sólo la falta de vista (el defecto de un órgano particular), sino que además provoca una gran reorganización de todas las fuerzas del organismo y de la personalidad. La ceguera, al crear una formación peculiar de la personalidad, reanima nuevas fuerzas, cambia las direcciones normales de las funciones y, de una forma creadora y orgánica, rehace y forma la psique de la persona. Por lo tanto, la ceguera no es sólo un defecto, una debilidad, sino también en cierto sentido una fuente de manifestación de las capacidades, una fuerza. (¡Por extraño y parecido a una paradoja que sea. Esta idea ha rebasado tres etapas principales; después de comparar esas tres etapas quedan claras la dirección y la tendencia de su desarrollo. La primera época K. Bürklen, 1924, p. 3. puede ser designada como mística; la segunda, biológica e ingenua y la tercera, la contemporánea, científica o sociopsicológica.  


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La primera época abarca la Antigüedad, la Edad Media y una parte muy considerable de la Historia Moderna. Hasta el momento las supervivencias de esta época son visibles en los puntos de vista populares sobre el ciego, en las leyendas, los cuentos y refranes. En la ceguera se veía ante todo, una enorme infelicidad, por la cual se sentía un miedo supersticioso y un gran respeto. A la par con el trato del ciego como un ser inválido, indefenso y abandonado, surge una afirmación general de que en los ciegos se desarrollan las fuerzas místicas superiores del alma, que a ellos es accesible el conocimiento espiritual y la visión en lugar del sentido de la vista perdida. Hasta en la actualidad todavía muchas personas hablan acerca de la tendencia de los ciegos hacia la “luz espiritual”; por lo visto, en esto hay una parte de verdad, aunque tergiversada por el miedo y la incomprensión del intelecto pensante con ideas religiosas. Por tradición, los ciegos eran con frecuencia los guardianes de la sabiduría popular, los cantantes y los profetas del futuro. Homero era ciego. Sobre Demócrito se dice que él mismo se cegó para dedicarse enteramente a la filosofía. Si esto no es cierto, en cualquier caso es demostrativo. La propia posibilidad de semejante tradición, la cual a nadie le parecía absurda, evidencia el criterio sobre la ceguera, de acuerdo con el cual el don filosófico puede intensificarse con la pérdida de la vista. Es curioso que el Talmud que iguala a los ciegos, a los leprosos y a los estériles, con los muertos, al hablar de los ciegos, utilice la expresión eufemística “persona con abundancia de luz”. Los proverbios alemanes y las sentencias populares de la sabiduría tradicional, conservan las huellas de este punto de vista: “El ciego quiere verlo todo”, o “Salomón encontró en los ciegos la sabiduría, porque ellos no dan un paso sin haber investigado el terreno que pisarán”. O. Wanecek (2) (O. Wanecek, 1919).

En la investigación del ciego a través el cuento y la leyenda, se demostró que al arte popular le es característico el punto de vista sobre el ciego, como una persona con una visión interior que se ha despertado, dotado del conocimiento espiritual ajeno a otras personas. El cristianismo, que trajo consigo la sobreestimación de los valores espirituales, en esencia, varió sólo el contenido moral de esta idea, pero dejó invariable la propia esencia. A “los últimos aquí”, dentro de los cuales también se incluían a los ciegos, se prometió convertirlos en “los primeros allá”. En la Edad Media éste era el dogma más importante de la filosofía de la ceguera, en el cual, al igual que en toda clase de privación y sufrimiento veían un valor espiritual; el atrio de la iglesia fue entregado a los ciegos como posesión absoluta suya. A la vez, esto significó también la mendicidad en la vida terrestre y la proximidad a dios. En aquel entonces se decía que en el cuerpo débil vivía un espíritu elevado. Otra vez en la ceguera se descubría cierto aspecto místico secundario, cierto valor espiritual, cierto sentido positivo. En el desarrollo de la psicología de los ciegos se debe denominar mística esta etapa no sólo porque está matizada de representaciones religiosas y de creencias, no sólo porque los ciegos hayan sido aproximados por todos los medios posible al dios: los visibles, pero no videntes, al vidente, pero invisible, como decían los sabios europeos. En realidad, las capacidades que se atribuían a los ciegos se consideraban fuerzas suprasensibles del alma, su relación con la ceguera parecía enigmática, prodigiosa e incomprensible. Estos puntos de vista surgieron no de la experiencia ni del testimonio de los mismos ciegos sobre sí, ni de la investigación científica del ciego y de su papel social, sino de la teoría sobre el espíritu y el cuerpo y de la fe en el espíritu incorpóreo. Y no obstante, aunque la historia ha destruido completamente esta filosofía y la ciencia ha desenmascarado hasta el final su falta de fundamento, en sus bases más profundas ha estado oculta una pequeña parte de la verdad.


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Sólo la época de la Ilustración (siglo XVIII) ha abierto una nueva era en la comprensión de la ceguera. En el lugar de la mística fue puesta la ciencia y en el lugar del prejuicio, la experiencia y el estudio. El gran significado histórico de esta época, para el problema que analizamos, reside en que la nueva comprensión de la psicología ha creado (como una consecuencia directa suya) la educación y la enseñanza de los ciegos incorporándolos a la vida social y abriéndoles el acceso a la cultura. En el plano teórico la nueva comprensión se ha expresado en la teoría de la sustitución de los órganos de los sentidos. De acuerdo con esta opinión, la desaparición de una de las funciones de la percepción, la falta de un órgano, se compensa con el funcionamiento elevado y el desarrollo de los otros órganos. Como en el caso de la falta o de la enfermedad de uno de los órganos pares, por ejemplo, los riñones o los pulmones, el otro órgano sano se desarrolla, amplía sus capacidades y ocupa el lugar del enfermo asumiendo una parte de sus funciones; también el defecto de la vista provoca el desarrollo intensificado del oído, del tacto y de los otros sentidos que quedan. Se han creado leyendas sobre la agudeza supernormal del tacto en los ciegos, donde se hablaba sobre la sabiduría de la naturaleza buena, la cual con una mano quita y con la otra devuelve lo tomado y se preocupa por sus creaciones; se confiaba en que cualquier ciego, ya sea debido a este mismo hecho, es un ciego músico, es decir, una persona dotada de un elevado y exclusivo oído; se descubría el sexto sentido en los ciegos, nuevo, peculiar e inaccesible a los videntes. En la base de todas estas leyendas estaban las observaciones verdaderas y hechos de la vida de los ciegos, pero interpretados de un modo erróneo y por eso tergiversadas hasta no ser reconocidos. K. Bürklen reunió las opiniones de diferentes autores (J. A. Friche, L. Bachko, Stuke, H. V. Rotermund, I. V. Klein y otros), los que en distintas formas había desarrollado esta idea (K. Bürklen, 1924).

Sin embargo, las investigaciones pusieron rápidamente de manifiesto la falta de funcionamiento de esta teoría. Estos autores indicaban como un hecho establecido de un modo irrevocable, que en los ciegos no existe el desarrollo supernormal de las funciones del tacto y de la audición; que, por el contrario, con mucha frecuencia estas funciones se presentan en los ciegos desarrolladas en menor medida que en los videntes; por último, allí donde nos encontramos con una elevada función del tacto en comparación con la normal, este fenómeno resulta ser secundario, dependiente, derivado, más bien una consecuencia del desarrollo que su causa. El fenómeno señalado surge no de la compensación fisiológica directa del defecto de la vista (como el caso del riñón), sino por una vía indirecta muy compleja de la compensación sociopsicológica general, no sustituyendo la función que ha desaparecido y sin ocupar el lugar del órgano que falta. Por lo tanto, no se puede hablar sobre ninguna sustitución de los órganos de los sentidos. Luzardi señaló de forma correcta que el tacto nunca enseñará al ciego a ver realmente. E. Binder, después de Appia demostró que las funciones de los órganos de los sentidos no se trasladan de un órgano a otro y que la expresión “sustitución de los sentidos”, es decir, la sustitución de los órganos de los sentidos, se utiliza de un modo incorrecto en la fisiología. Un valor decisivo para la reputación de este dogma tuvieron las investigaciones de Fisbaj, publicadas en el archivo fisiológico de E. Pflüger y que demostraron su falta de fundamento.

La psicología experimental dio una solución a este debate: indicó la vía para comprender de forma correcta los hechos que constituían la base de esta teoría. E. Meimann (3) cuestionó el postulado de Fisbach acerca de que cuando un sentido presenta deficiencia, todos los demás sentidos sufren. Él afirmó que en realidad hay un tipo de sustitución de las funciones de la percepción (E. Meimann, 1911). W. Wundt (4) llegó a la conclusión de que la sustitución en la esfera de las funciones fisiológicas, es un caso particular de la ejercitación y la adaptación. Por lo tanto, la sustitución es preciso comprenderla, no en el sentido de que otros órganos asuman directamente las funciones fisiológicas de la vista, sino en el sentido de la reorganización compleja de toda la actividad psíquica, provocada por la alteración de la función más importante, y dirigida por medio de la asociación, de la memoria y de la atención, a la creación y formación de un nuevo tipo de equilibrio del organismo a cambio del órgano afectado. Pero si esta concepción biológica, ingenua, resultó ser incorrecta y se vio obligada a ceder su lugar a otra teoría, no obstante, dio un gran paso de avance por la vía de la conquista hacia la verdad científica sobre la ceguera. Por primera vez, partiendo de la observación científica y con el criterio de la experiencia, se abordó el hecho de que la ceguera no es sólo un defecto, una deficiencia, sino que también incorpora nueva fuerzas, y nuevas funciones a la vida y a la actividad y motiva cierto trabajo creador orgánico, aunque esta teoría no puede indicar en qué consiste precisamente este trabajo. Se puede juzgar en qué medida es grande la importancia práctica de este paso hacia la verdad, por el hecho de que en esta época se ha creado la educación y la enseñanza de los ciegos. Un punto del sistema Braille ha hecho más por los ciegos que miles de filántropos; la posibilidad de leer y escribir ha resultado ser más importante que “El sexto sentido” y la agudeza del tacto y del oído. En el monumento a V. Haüy (5), fundador de la enseñanza de los ciegos, fueron escritas las siguientes palabras dirigidas al niño ciego: “Encontrarás la luz en la enseñanza y en el trabajo”. En el conocimiento y en el trabajo vio Haüy la solución de la tragedia de la ceguera y señaló con esto la vía por la que vamos ahora. La época de Haüy dio a los ciegos la enseñanza, nuestra época debe dar a ellos el trabajo.  


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En la época moderna, la ciencia se ha aproximado al dominio de la verdad, sobre la psicología de la persona ciega. La escuela del psiquiatra vienés A. Adler, que elaboró el método de la psicología individual, es decir, de la psicología social de la personalidad, ha señalado la importancia y el papel psicológico del defecto orgánico en el proceso del desarrollo y de la formación de la personalidad. Si algún órgano, debido a la deficiencia morfológica o funcional, no logra cumplir enteramente su trabajo, entonces el sistema nervioso central y el aparato psíquico asumen la tarea de compensar el funcionamiento insuficiente del órgano, creando sobre este o sobre la función, una superestructura psíquica que tiende a asegurar el organismo en el punto débil amenazado. Al entrar en contacto con el medio externo surge el conflicto provocado por la falta de correspondencia del órgano, o función deficiente, con sus tareas, lo que conduce a que exista una posibilidad elevada para la morbilidad y la mortalidad. Este conflicto origina grandes posibilidades y estímulos para la supercompensación. El defecto se convierte de esta manera en el punto de partida y en la fuerza motriz principal del desarrollo psíquico de la personalidad. Si la lucha concluye con la victoria para el organismo, entonces, no sólo vence las dificultades originadas por el defecto, sino que se eleva en su propio desarrollo a un nivel superior, creando del defecto, una capacidad; de la debilidad, la fuerza; de la minusvalía, la supervalía. Sobre esta base, el ciego de nacimiento N. Sounderson (6) elaboró un manual de geometría (A. Adler, 1927). Qué enorme tensión deben alcanzar en él las fuerzas psíquicas y la tendencia a la supercompensación, reanimadas por el defecto de la vista, para que él pueda no sólo vencer la limitación espacial que trae consigo la ceguera, sino también dominar el espacio en las formas superiores accesibles a la humanidad sólo en el pensamiento científico, en las construcciones geométricas. Allá, donde tenemos grados mucho más bajos de este proceso, la ley fundamental sigue siendo la misma. Resulta curioso que en las escuelas de pintura, Adler haya encontrado el 70% de los alumnos con anomalías de la vista y otro tanto de alumnos con defectos del lenguaje en las escuelas de arte dramático (A. Adler, En el libro: Heilen und Bilder, 1914, p. 21). La vocación por la pintura y las capacidades para ella se han desarrollado a partir de los defectos de la vista; y el talento artístico, a partir de los defectos superados del aparato articulatorio. Sin embargo, una salida feliz no es en absoluto la única, o incluso el resultado más frecuente de la lucha por el vencimiento del defecto. Sería ingenuo pensar que cualquier enfermedad siempre termina de un modo exitoso y que todo defecto se transforma felizmente en un talento.

Cualquier tipo de lucha tiene dos salidas, la segunda salida es el fracaso de la supercompensación, la victoria total del sentimiento de debilidad, el carácter asocial de la conducta, la creación de posiciones defensivas a partir de su debilidad, su transformación en un instrumento, el objetivo ficticio de la existencia, en esencia, la locura, la imposibilidad de la personalidad de tener una vida psíquica normal; es la evasión en la enfermedad, la neurosis. Entre estos dos polos se encuentra una diversidad enorme e inagotable de diferentes grados del éxito y el revés, del talento y de la neurosis, desde los mínimos a los máximos. La existencia de puntos extremos significa los límites del propio fenómeno y brinda la expresión máxima de su esencia y naturaleza. La ceguera crea dificultades para la participación del ciego en la vida. Por esta línea se aviva el conflicto. En realidad, el defecto se proyecta como una desviación social. la ceguera pone a su portador en una determinada y difícil posición social. el sentimiento de inferioridad, de inseguridad y debilidad surgen como resultado de la valoración, por parte de los ciegos, de su posición. Como una reacción del aparato psíquico se desarrollan las tendencias hacia la supercompensación. Estas tendencias están dirigidas a la formación de una personalidad de pleno valor en el aspecto social, a la conquista de la posición en la vida social. También están encaminadas al vencimiento del conflicto, y por lo tanto, no desarrollan el tacto, el oído, etc. sino que abarcan enteramente a la personalidad en su conjunto, comenzando por su núcleo interno, y tienden no a sustituir la vista, sino a vencer y supercompensar el conflicto social, y la inestabilidad psicológica como resultado del defecto físico. En esto reside la esencia del nuevo punto de vista.

Antes pensábamos que toda la vida y todo el desarrollo del niño ciego avanzarían por la línea de su ceguera. La nueva ley plantea que los ciegos irán en contra de esta línea. Aquél que quiere comprender la psicología de la personalidad del ciego partiendo directamente del hecho de la ceguera, como una personalidad determinada directamente por este hecho, la comprenderá de un modo tan incorrecto como aquel que vea en la vacunación sólo la enfermedad. Es cierto, la vacunación es la inoculación de la enfermedad, pero, en realidad, es la inoculación de la supersalud. A la luz de esta ley se explican todas las observaciones psicológicas particulares de los ciegos en su relación con la leitlínea del desarrollo, con el plan único de vida, con el objetivo final y con “el V acto” –como expresa Adler. Los diferentes fenómenos y procesos deben ser comprendidos no en relación con el pasado, sino con la tendencia hacia el futuro. Para comprender totalmente las particularidades del ciego debemos descubrir las tendencias existentes en su psicología, los embriones del futuro. En esencia, éstas son las exigencias generales del pensamiento dialéctico en la ciencia: para aclarar completamente algún fenómeno es necesario examinarlo en relación con su pasado y su futuro. Esta perspectiva del futuro la introduce Adler en la psicología.  


5  

Hace mucho tiempo los psicólogos señalaron el hecho de que el ciego no siente en absoluto y de ningún modo, su ceguera, en contra de la opinión común acerca de que el ciego se siente permanentemente sumergido en la oscuridad. Según la hermosa expresión de A. V. Biriliev – ciego altamente instruido -, el ciego no percibe la luz de igual forma que el vidente con los ojos vendados. El ciego, asimismo, no percibe la luz como el vidente la ve a través de su mano colocada sobre los ojos, es decir, él no siente, no experimenta directamente que no tiene vista. “Yo no puedo sentir directamente mi defecto físico” – testimonia A. M. Sherbina (1916, p. 10). “Ni la instintiva atracción orgánica por la luz”, ni la tendencia a “liberarse de la cortina negra”, como la representó V. G. Korolienko, en el excelente relato, el ciego músico, constituyen la base de la psique del ciego. La capacidad para ver la luz tiene un significado práctico y pragmático para el ciego y no un significado instintivo-orgánico, es decir, el ciego siente su defecto sólo de un modo indirecto, reflejado únicamente en las consecuencias sociales. Sería un error ingenuo de la persona vidente suponer que encontraremos en la psique del ciego, la ceguera o su sombra psíquica, la proyección, la representación; en su psique no hay nada, salvo las tendencias al vencimiento de la ceguera (la tendencia a la supercompensación) y el intento por conquistar una posición social. Por ejemplo, casi todos los investigadores coinciden en que en el ciego encontramos generalmente un desarrollo de la memoria más alto que en el vidente. La última investigación comparativa de B. Kretschmer (1928) demostró que los ciegos poseen una memoria verbal, mecánica y reflexiva, mucho mejor. A. Petzeld cita este mismo hecho establecido por una serie de investigaciones (A. Petzeld, 1925). Bürklen reunió las opiniones de muchos autores que coinciden en una memoria, que supera habitualmente la memoria de los videntes (K. Bürklen, 1924). Adler preguntaría para qué está desarrollada intensamente la memoria de los ciegos, es decir, por qué está condicionado este desarrollo excesivo, qué funciones cumple en la conducta de la personalidad y a qué necesidad responde.

Sería más correcto plantear que los ciegos tienen una tendencia hacia el desarrollo elevado de la memoria; de muchas circunstancias complejas depende el que la memoria, en realidad, alcance un desarrollo muy alto. La tendencia establecida de un modo evidente en la psique del ciego, es totalmente explicable a la luz de la compensación. Para conquistar una posición en la vida social la persona ciega se ve forzada a desarrollar todas sus funciones compensatorias. La memoria, en el ciego, se desarrolla bajo la presión de las tendencias a la compensación de la minusvalía originada por la ceguera. Esto se puede apreciar a partir de que la memoria se desarrolla de un modo totalmente específico, determinado por el objetivo final de este proceso. Sobre la atención de los ciegos se tienen diferentes y contradictorios datos. Unos autores (K. Stumpf (7) y otros) están inclinados a ver en el ciego una actividad elevada de la atención; otros (Shreder, F. Tsej) y principalmente los maestros de los ciegos, que observan la conducta de los alumnos durante las clases y afirman que la atención de los ciegos tiene un desarrollo más bajo que en los videntes. Sin embargo, es incorrecto plantear la cuestión del desarrollo comparativo de las funciones psíquicas en los ciegos y videntes como un problema cuantitativo. Es necesario preguntar no sobre el desarrollo funcional cuantitativo, sino sobre el desarrollo funcional cualitativo de la misma actividad en los ciegos y en los videntes. ¿En qué sentido se desarrolla la atención en el ciego? Así es como debe preguntarse. Y aquí, en el establecimiento de las particularidades cualitativas, coinciden todos. De la misma forma que en el ciego hay una tendencia hacia el desarrollo de la memoria, de un modo específico, hay una tendencia hacia el desarrollo específico de la atención. O más exactamente: la tendencia general hacia la compensación de la ceguera la posee tanto uno como otro proceso, y proporciona a ambos una dirección. La particularidad de la atención en el ciego consiste en la fuerza peculiar de la concentración de las excitaciones del oído y del tacto, que llegan sucesivamente al campo del conocimiento, a diferencia de las que llegan de un modo simultáneo, es decir, de las que llegan inmediatamente al campo de las sensaciones visuales y provocan un rápido cambio y la distracción de la atención a consecuencia de la concurrencia de muchos estímulos simultáneos.

Cuando queremos concentrar nuestra atención, según las palabras de K. Stumpf, entornamos los ojos y nos convertimos artificialmente en ciegos (1913). En relación con esto se plantea también una particularidad opuesta, niveladora y limitadora de la atención en el ciego: en los ciegos no puede haber una concentración plena en un objeto hasta el olvido total de lo que lo rodea, es decir, el ensimismamiento completo en el objeto (lo que encontramos en los videntes); en todas las circunstancias el ciego se ve forzado a mantener cierto contacto con el mundo externo a través del oído y por eso hasta cierto grado siempre debe distribuir su atención auditiva en perjuicio de su concentración (ibídem). Se podría mostrar en cada capítulo de la psicología de los ciegos, lo mismo que señalamos ahora en los ejemplos de la memoria y de la atención. Las emociones, los sentimientos, la fantasía, el pensamiento y los demás procesos de la psique del ciego, están subordinados a una tendencia general a la compensación de la ceguera. Esta unidad de todo el objetivo vital, Adler la denomina línea principal de la vida, es decir, el único plan vital que se cumple inconscientemente en los episodios y períodos externos, aislados, y los penetra como un hilo general, sirviendo de base para la biografía de la personalidad. “Ya que con el transcurso del tiempo todas las funciones espirituales tienen lugar en el sentido elegido, todos los procesos espirituales obtienen su expresión típica, ya que se forma una suma de procedimientos espirituales obtienen su expresión típica, ya que se forma una suma de procedimientos tácticos, aspiraciones y capacidades que se cubren y trazan el plan de la vida que se ha determinado. Nosotros denominamos a esto carácter (O. Rule, 1926, p. 12). En contra de la teoría de Kretschmer, para la cual el desarrollo del carácter es sólo el desarrollo pasivo del tipo biológico fundamental, propio del hombre desde el nacimiento, la teoría de Adler deduce y explica la estructura del carácter y de la personalidad, no del desarrollo pasivo del pasado, sino de la adaptación activa al futuro. De aquí la regla principal para la psicología de los ciegos: no de las partes puede ser explicado y comprendido el todo, sino a partir del todo pueden ser comprendidas sus partes.

La psicología de los ciegos puede ser establecida no de la suma de las diferentes particularidades, de las desviaciones personales, de las particularidades únicas de una u otra función, pero estas mismas particularidades y desviaciones se hacen comprensibles sólo cuando partamos de un plan íntegro único de la vida, de la leitlínea del ciego y determinemos el lugar y la importancia de cada particularidad y de cada propiedad en este todo y en relación con él, es decir, con todas las demás propiedades. Hasta el momento la ciencia dispone de muy pocos intentos de investigar la personalidad del ciego en general, de comprender su línea principal. Gran parte de los investigadores han abordado la cuestión, de un modo general y han estudiado las particularidades. Dentro del número de estos experimentos sintéticos más acertados se encuentra el trabajo de A. Petzeld que se mencionó con anterioridad. Su postulado fundamental es el siguiente: en los ciegos, en primer lugar, se encuentra la limitación en la libertad de movimientos y la incapacidad en relación con el espacio, la cual, a diferencia de los sordomudos, permite al instante conocer al ciego. Después, las demás fuerzas y capacidades del ciego pueden funcionar plenamente en una medida tal, que no podemos notar en los sordomudos. Lo más característico en la personalidad del ciego es la contradicción entre la incapacidad relativa en el aspecto espacial y la posibilidad de mantener, mediante el lenguaje, una relación total y completamente adecuada con los videntes y lograr la comprensión mutua (A. Petzeld, 1925), lo que entra totalmente en el esquema psicológico del defecto y de la compensación. Este ejemplo es un caso particular de la contradicción que establece la ley dialéctica fundamental de la psicología, entre la insuficiencia orgánicamente dada y las aspiraciones psíquicas. En el caso de la ceguera, no del desarrollo del tacto o la agudización del oído, sino el lenguaje, la utilización de la experiencia social, a relación con los videntes, constituye la fuente de la compensación. Petzeld, con sarcasmo, se refiere a la opinión del oculista M. Düfur, de que a los ciegos es necesario hacerlos timoneles en los barcos, ya que a consecuencia de su oído agudizado deben captar en la oscuridad cualquier peligro. Para Petzeld (1925) es imposible buscar seriamente la compensación de la ceguera en el desarrollo del oído o de otras funciones diferentes. Sobre la base del análisis psicológico de las representaciones espaciales de los ciegos y de la naturaleza de nuestra vista, el ciego llega a la conclusión de que la fuerza motriz fundamental de la compensación de la ceguera, es decir, la aproximación a través del lenguaje a la experiencia social de los videntes, no tiene límites naturales contenidos en la propia naturaleza de la ceguera, para su desarrollo. ¿Hay algo que el ciego no puede conocer debido a la ceguera¡, se pregunta Petzeld y llega a una conclusión, que tiene una enorme importancia de principio para toda la psicología y la pedagogía de los ciegos: “la capacidad para conocer en el ciego, es la capacidad para conocerlo todo y su comprensión en la base, es la capacidad para comprenderlo todo” (ibídem). Esto significa que ante el ciego se abre la posibilidad de alcanzar el valor social en una medida total.

Es muy instructivo comparar la psicología y las posibilidades del desarrollo del ciego y del sordo. Desde el punto de vista puramente orgánico, la sordera es un defecto menor que la ceguera. El animal ciego probablemente es más indefenso que el sordo. El mundo de la naturaleza llega a nosotros más a través de los ojos que a través del oído. Nuestro mundo está organizado más como un fenómeno visual que auditivo. Casi no existe ninguna función biológicamente importante que experimente alteración debido a la sordera; debido a la ceguera desaparece la orientación espacial y la libertad de movimientos, es decir, la función animal más importante. De este modo, en el aspecto biológico el ciego ha perdido más que el sordo. Pero para el hombre, en el cual se presentan en primer plano las funciones artificiales, sociales y técnicas, la sordera significa un defecto mucho más grave que la ceguera. La sordera provoca la mudez, priva del lenguaje, aísla al hombre y lo saca del contacto social que se apoya en el lenguaje. El sordo, como un organismo, como un cuerpo, tiene más posibilidades de desarrollo que el ciego; pero el ciego, como personalidad, como una unidad social, se encuentra en una posición muchísimo más favorable; tiene lenguaje y junto con él, la posibilidad de la validez social. De este modo, la leitlínea en la psicología del hombre ciego está dirigida al vencimiento del defecto a través de su compensación social, a través del conocimiento de la experiencia de los videntes, a través del lenguaje. La palabra vence a la ceguera.  


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Ahora podemos recurrir a la cuestión fundamental, señalada en el epígrafe: ¿será el ciego, a los ojos de la ciencia, un representante de una raza peculiar de personas? Si no es así, entonces, ¿cuáles son los límites, las dimensiones y los valores de estas particularidades de su personalidad? ¿En calidad de qué participa el ciego en la vida social y cultural? En lo principal, respondemos a esta pregunta con lo expresado anteriormente. En esencia, la respuesta está dada ya en la condición limitadora de este epígrafe: si los procesos de compensación no estuvieran dirigidos a establecer relaciones con los videntes y no se guiarán por la exigencia de adaptarse a la vida social, si el ciego viviera sólo entre ciegos, sólo en este caso podría formarse de él un tipo especial de ser humano. Ni en el punto final hacia el cual está dirigido el desarrollo del niño ciego, ni en el propio mecanismo que pone en movimiento las fuerzas del desarrollo, hay una diferencia de principio entre el niño ciego y el niño vidente. Este es un postulado muy importante de la psicología y de la pedagogía de los ciegos. Cualquier niño posee una deficiencia orgánica relativa en la sociedad de los adultos en la cual crece (A. Adler, 1927). Esto nos permite considerar cualquier infancia como una edad de inseguridad, de inferioridad, y cualquier desarrollo, como un desarrollo dirigido al vencimiento de este estado, mediante la compensación. De este modo, el punto final del desarrollo, es decir, la conquista de la posición social, y todo el proceso del desarrollo, son iguales en el niño ciego y en el vidente. Los psicólogos y los fisiólogos consideran el carácter dialéctico de los actos psicológicos y los reflejos. Este es el tipo general de actividad nerviosa superior y psíquica.

La necesidad de dominar, de vencer el obstáculo, provoca un aumento de energía y de fuerza. Imaginemos un ser absolutamente adaptado, que no encuentra decididamente ningún obstáculo para las funciones vitales. Este ser, por necesidad, no estará apto para el desarrollo, ni para elevar sus funciones y avanzar, ¿qué lo impulsará a realizar este avance? Por eso precisamente en la inadaptación de la infancia se encuentra la fuente de las enormes posibilidades del desarrollo. Estos fenómenos se incluyen dentro de los fenómenos tan elementales, comunes a todas las formas de conducta, desde las inferiores hasta las superiores, que no se les puede considerar de ningún modo con cierta propiedad excepcional de la psique del ciego, como su particularidad. Es correcto lo inverso: el desarrollo elevado de estos procesos en la conducta del ciego, es un caso particular de esta ley general. Ya en las formas intuitivas, es decir, más simples de la conducta, nos encontramos con ambas particularidades que fueron descritas con anterioridad, como rasgos fundamentales de la psique del ciego: con la orientación hacia una finalidad de los actos psicológicos y con su aumento ante la presencia de obstáculos. De forma que la tendencia hacia el futuro no constituye una pertenencia exclusiva de la psique del ciego, sino que es una forma general de la conducta. I. V. Pavlov, al estudiar los enlaces condicionados más elementales, tropezó en las investigaciones con este hecho y lo describió, denominándolo reflejo del objetivo. Con esta expresión que parece paradójica él quiere indicar dos momentos: 1) el hecho de que estos procesos tienen lugar según el tipo de acto reflejo; 2) y el hecho de que ellos están dirigidos hacia el futuro, en relación con el cual también pueden ser comprendidos. Hay que adicionar que no sólo el punto final y las vías del desarrollo que conducen a él, son comunes en el ciego y en el vidente, sino también la fuente principal de la cual este desarrollo extrae su contenido que es el mismo en ambos, el lenguaje. Ya mencionamos con anterioridad la opinión de Petzeld de que precisamente el lenguaje, la utilización del lenguaje, es el medio para vencer las consecuencias de la ceguera. Él estableció que el proceso de la utilización del lenguaje, en principio, es igual en el ciego y en el vidente, sino también la fuente principal de la cual este desarrollo extrae su contenido que es el mismo en ambos, el lenguaje. Ya mencionamos con anterioridad la opinión de Petzeld de que precisamente el lenguaje, la utilización del lenguaje, es el medio para vencer las consecuencias de la ceguera. El estableció que el proceso de la utilización del lenguaje, en principio, es igual en el ciego y en el vidente: él aclaró además la teoría de las ideas sucedáneas de F. Hitshmann: “Lo rojo para el ciego –expresa él- tiene la misma relación de significación que para el vidente, aunque esto para él puede ser sólo un objeto de significación y no de la percepción. Lo negro y lo blanco en su comprensión, son tan opuestos como los ve el vidente, y su importancia como relaciones de los objetos tampoco es menor... el lenguaje de los ciegos, si admitimos la simulación, sería totalmente distinto sólo en el mundo de los ciegos. Düfut tenía razón cuando decía que el lenguaje creado por los ciegos se parecería poco al nuestro. Pero no podemos estar de acuerdo con él cuando dice: “Yo he visto que en esencia los ciegos piensan en un idioma y hablan en otro” (S. Petzeld, 1925).

De este modo, la fuente principal de donde la compensación extrae las fuerzas, resulta ser otra vez la misma en los ciegos y en los videntes. Al analizar el proceso de educación de niño ciego, desde el punto de vista de la teoría de los reflejos condicionados llegamos oportunamente a lo siguiente: en el aspecto fisiológico no hay una diferencia de principio entre la educación del niño ciego y del 200 vidente. Esta coincidencia no nos debe de asombrar, ya que con anterioridad debimos de esperar que la base fisiológica de la conducta pone de manifiesto la misma estructura, que la superestructura psicológica. De este modo, desde diferentes extremos nosotros abordamos lo mismo. La coincidencia de los datos fisiológicos y psicológicos nos debe convencer aún más de la veracidad de la conclusión fundamental. Podemos formularla de la siguiente manera: la ceguera, como una deficiencia limitada, proporciona el impulso para los procesos de compensación, que conducen a la formación de una serie de particularidades en la psicología del ciego y que reorganizan todas las diferentes funciones particulares bajo el ángulo de la tarea fundamental, vital.

Cada función particular del aparato psíquico del ciego tiene sus particularidades, con frecuencia muy significativas en comparación con los videntes; ese proceso biológico de formación y acumulación de las particularidades y desviaciones del tipo normal, abandonado a su propia suerte, en el caso de vivir el ciego en el mundo de los ciegos, conduciría inevitablemente a la creación de una raza peculiar de personas. Bajo la presión de las exigencias sociales de los videntes, de los procesos de supercompensación y utilización del lenguaje, iguales en los ciegos y en los videntes, todo el desarrollo de estas particularidades se forma de manera que la estructura de la personalidad del ciego, en general, tiene una tendencia hacia el logro de un determinado tipo social normal. Con las desviaciones particulares podemos tener un tipo normal de personalidad en general. El mérito del establecimiento de este hecho corresponde a W. Stern (1921). Él aceptó la teoría de la compensación y explicó cómo de la debilidad nace la fuerza y, de las deficiencias, los méritos. En el ciego se refina de un modo compensador la capacidad de la diferenciación con el tacto, no a través del aumento real de la excitabilidad nerviosa, sino a través de la ejercitación en la observación, la valoración y la comprensión de las diferencias. Del mismo modo, también en la esfera de la psique, la deficiencia de alguna propiedad puede ser sustituida de un modo parcial o total por el desarrollo intensificado de otra. La memoria débil, por ejemplo, se equilibra con la formación de la comprensión que se pone al servicio del espíritu de observación y de la memorización; la debilidad de la voluntad y la falta de iniciativa pueden ser compensadas con la sugestibilidad y la tendencia hacia la imitación, etc. un punto de vista análogo se fortalece en la medicina; el criterio único de la salud y la enfermedad es el funcionamiento conveniente y no conveniente de todo el organismo, y las desviaciones parciales se valoran sólo por la medida en que éstas se compensan y no se compensan con otras funciones del organismo. En contra del “análisis microscópicamente refinado de las anormalidades”, Stern plantea el postulado: las funciones particulares pueden representar una desviación considerable de la norma y, no obstante, la personalidad o el organismo en general pueden ser totalmente normales. El niño con defecto no es indispensablemente un niño deficiente. Del resultado de la compensación, es decir, de la formación final de su personalidad en general, depende el grado de su deficiencia y normalidad.

K. Bürklen señala dos tipos fundamentales de ciegos: uno trata, según sus posibilidades, de disminuir y reducir a la nada el abismo que separa al ciego del vidente; el otro, por el contrario, destaca la diferencia y exige el reconocimiento de la forma peculiar de la personalidad que responde a las supervivencias del ciego. Stern supone que esta contradicción también tiene su naturaleza psicológica; ambos ciegos probablemente pertenecen a dos tipos diferentes (K. Büklen, 1924). En nuestra comprensión, ambos tipos significan dos resultados extremos de la compensación: el éxito y el fracaso de este proceso fundamental. Nosotros ya dijimos que este proceso por sí solo, independientemente del mal resultado, no contiene nada excepcional, propio sólo de la psicología del ciego. Agregaremos sólo que esta función elemental y fundamental para todas las formas de la actividad y del desarrollo, como lo es la ejercitación, la psicotecnia actual la considera un caso particular de compensación. Por eso es erróneo considerar al ciego un tipo peculiar de persona, en virtud de la presencia y el dominio de este proceso en su psique, como cerrar los ojos ante las profundas particularidades que caracterizan este proceso general en los ciegos. V. Steinberg, con justeza, cuestiona la consigna común de los ciegos: “Nosotros no somos ciegos, sólo no podemos ver” (K. Bürklen, 1924, p. 8).

Todas las funciones y todas las propiedades se reorganizan en las condiciones peculiares del desarrollo del ciego, no se puede reducir toda la diferencia a un punto. Pero al mismo tiempo, la personalidad, en general, del ciego y del vidente puede pertenecer al mismo tipo. Se manifiesta de forma correcta que el ciego comprende más el mundo de los videntes que los videntes, el mundo de ciego. Esta comprensión sería imposible si el ciego, en el desarrollo, no se aproximara al tipo normal de persona. Surgen las interrogantes. ¿Qué explica la existencia de dos tipos de ciegos? ¿No está condicionado esto por causas psicológicas u orgánicas? ¿No refutaría esto los postulados planteados con anterioridad, o por lo menos, no introduciría en ellos limitaciones esenciales y enmiendas? En algunos ciegos, como describió de un modo maravilloso Scherbina, se compensa orgánicamente el defecto, “se crea como una segunda naturaleza” (1916, p. 10) y ellos encuentran en la vida, con todas las dificultades relacionadas con la ceguera, un encanto peculiar al cual no estarían de acuerdo a renunciar por ningún bienestar personal. Esto significa que en los ciegos la superestructura psíquica ha compensado de un modo tan armonioso la deficiencia, que se ha convertido en la base de su personalidad; renunciar a la deficiencia significaría para ellos renunciar a sí mismos. Estos casos confirman plenamente la teoría de la compensación. En lo concerniente a los casos del fracaso de la compensación, el problema psicológico se convierte en un problema social: ¿acaso la enorme masa de niños sanos, de la humanidad alcanza todo lo que ellos pudieran y debieran lograr en la estructura psicofisiológica?  


7

Nuestro resumen ha concluido; estamos junto a la orilla. No ha formado parte de nuestra tarea el aclarar completamente la psicología de los ciegos; quisimos sólo señalar el punto álgido del problema, el centro en el cual están atados todos los hijos de su psicología. Este núcleo lo encontramos en la idea científica de la compensación. ¿Qué separa la concepción científica de este problema, de la pseudocientífica? Si el mundo antiguo y el cristianismo veían la solución del problema de la ceguera en las fuerzas místicas del espíritu, si la teoría ingenua biológica la veía en la compensación orgánica automática, entonces la expresión científica de la misma idea formula el problema de la solución de la ceguera como un problema social y psicológico. Si se analiza superficialmente, puede parecer con facilidad que la idea de la compensación nos hace retornar al pasado, al punto de vista del cristianismo en la Edad Media, el papel positivo del sufrimiento, de la enfermedad del cuerpo. En realidad, no se puede imaginar dos teorías más opuestas. La nueva teoría valora de un modo positivo no la ceguera por sí misma, ni el defecto, sino las fuerzas que se encierran en ella, las fuentes de su vencimiento, los estímulos para el desarrollo. Aquí se señala como signo positivo no la debilidad simplemente, sino la debilidad como vía para la fuerza. Las ideas, al igual que las personas, se conocen mejor por sus acciones. Las teorías científicas es necesario enjuiciarlas por los resultados prácticos a que conducen. ¿Cuál es el aspecto práctico de todas las teorías analizadas con anterioridad? Según la observación de Petzeld, la sobrevaloración de la ceguera en la teoría ha creado en la práctica a Homero, Tirezii y Edipo como una prueba viva del carácter ilimitado y de la inmensidad del desarrollo de la persona ciega. El mundo antiguo creó la idea y el tipo real del gran ciego. La Edad Media, por el contrario, la idea de la subestimación de la ceguera la realizó en la práctica de la protección de los ciegos.

Según una expresión alemana justa: “Verehrt-ernährt”, la Antigüedad veneró a los ciegos y la Edad Media los alimentó. Lo uno y lo otro fue una expresión de la incapacidad del pensamiento pseudocientífico para elevarse por encima de la unilateralidad de la concepción acerca de la educación de la ceguera: la ceguera se consideraba o una fuerza o una debilidad, sin embargo, la idea de que la ceguera es una cosa y otra, es decir, la debilidad que conduce a la fuera, era ajena a aquella época.

El inicio del enfoque científico del problema de la ceguera se marcó en la práctica con el intento de crear una educación planificada de cualquier ciego. Esta fue una gran época en la historia de los ciegos. Pero Petzeld expresó con justeza: “El propio hecho de que fuera posible plantear cuantitativamente la cuestión sobre la incapacidad de los sentidos que han quedado en el ciego y de investigarlos experimentalmente en este sentido, indica en principio el carácter del estado del problema que fue propio de la Antigüedad y de la Edad Media” (A. Petzeld, 1925, p. 30). En esta misma época Düfur aconsejó hacer de los ciegos timoneles. Esta época trató de elevarse por encima del carácter unilateral de la Antigüedad y de la Edad Media, por primera vez trató de unir ambas ideas sobre la ceguera, de aquí emana la necesidad (de la debilidad) y la posibilidad (de la fuerza) de la educación de los ciegos; pero entonces no sabían unirlas dialécticamente o imaginaban la unión de la fuerza y de la debilidad de un modo puramente mecánico. Por último, nuestra época recuerda el problema de la ceguera como un problema sociopsicológico y tiene en su práctica tres tipos de armas para luchar contra la ceguera y sus consecuencias. Es cierto también en nuestro tiempo surgen con frecuencia las ideas relacionadas con la posibilidad del triunfo directo sobre la ceguera. Las personas de ningún modo quieren abandonar la promesa antigua de que los ciegos recobrarán la visa. Todavía hace muy poco tiempo nosotros fuimos testigos de las esperanzas engañosas que se originaron, como si la ciencia devolviera a los ciegos la vista. En estas explosiones de esperanzas quiméricas renacen en realidad las viejas supervivencias de la remota Antigüedad y el ansia del milagro. No se encuentran en ellas la nueva palabra de nuestra época que, como se ha expresado, dispone de tres tipos de armas; la profiláctica social, la educación social y el trabajo social de los ciegos; éstos son los tres pilares en los que se sostiene la ciencia actual sobre el hombre ciego. La ciencia debe llevar a cabo estas tres formas de lucha, llevando hasta el final lo saludable que crearon en este sentido las épocas anteriores.

La idea de la profilaxis de la ceguera debe ser inculcada a las enormes masas populares. También es necesario liquidar la educación aislada, inválida de los ciegos y borrar los límites entre la escuela especial y la normal: la educación de niño ciego debe ser organizada como la educación del niño apto para el desarrollo normal; la educación debe formar realmente del ciego, una persona normal, de pleno valor en el aspecto social y eliminar la palabra y el concepto de “deficiente” en su aplicación al ciego. Y, por último, la ciencia moderna debe dar al ciego el derecho al trabajo social no en sus formas humillantes, filantrópicas, de inválidos (como se ha cultivado hasta el momento), sino en las formas que responden a la verdadera esencia del trabajo, únicamente capaz de crear para la personalidad la posición social necesaria. Pero ¿acaso no está claro que estas tres tareas plantadas por la ceguera, son por su naturaleza, tareas sociales y que sólo una nueva sociedad puede resolverlas definitivamente? La nueva sociedad crea un nuevo tipo de hombre ciego. En la actualidad en la URSS se colocan las primeras piedras de la nueva sociedad y, en este caso, se forman los primeros rasgos de este nuevo tipo.

 

NOTAS:
EL NIÑO CIEGO

  • 1. No se conoce el año que fue escrito el original. Se publica por primera vez.

  • 2. Wanecek Otto (?), tiflopedagogo austríaco. Defendió la idea de la introducción obligatoria del idioma esperanto en las escuelas austríacas para ciegos. Esta disposición fue aprobada en el VII Congreso austriaco de Ayuda a los Ciegos (24- 27 septiembre de 1920). A propuesta de Wanecek, en el programa de los exámenes para recibir el título de maestro para los ciegos fue introducido un punto que exige el conocimiento del idioma esperanto, y no del francés o el inglés, como ocurría antes.

  • 3. Meimann Ernest (1862-1920), pedagogo alemán, uno de los fundadores de la pedagogía experimental. Vigotski cita sus datos acerca de que contrariamente a la teoría errónea de “la sustitución de los órganos de los sentidos”, en el caso del defecto de uno de los órganos de los sentidos los otros pueden mantenerse intactos, Meimann afirmó también la posibilidad de sustituir las funciones deficientes de la percepción. Todos estos datos son importantes, desde el punto de vista de Vigotski, para defender el postulado sobre la naturaleza socialpsicológica y no biológica del proceso de compensación.

  • 4. Wundt Wilhelm (1832-1920), psicólogo alemán, fisiólogo y filósofo idealista. Iniciador del estudio de la psicología experimental que él denominó fisiológica. Vigotski cita el punto de vista de Meimann sobre el proceso de sustitución de la ceguera en la cual él ve no sólo una deficiencia, sino también la fuente del surgimiento de las fuerzas de la compensación.

  • 5. Haüy Valentin (1745-1822), tiflopedagogo francés, organizó por primera vez la enseñanza de los ciegos en Francia y Rusia en instituciones especiales. Su libro Opit abuchenia slepij (1876) en aquel tiempo era la única guía para los tiflopedagogos. Haüy inició a los ciegos en el trabajo socialmente útil. Vigotski valoraba altamente el papel progresista de este hombre en la alborada del desarrollo de la tiflopedagogía.

  • 6. Sounderson N. (1682-1739), ciego matemático. Descubrió el instrumento para la realización de cálculos con números de muchas cifras sin tener en cuenta la vista. Elaboró el libro de texto de geometría. Vigotski utiliza estos datos como ejemplo de la supercompensación del ciego.

  • 7. Stumpf Karl (1848-1936), psicólogo alemán, filósofo idealista, representante de la fenomenología, cercano a la psicología de la Gestalt. Autor de trabajos experimentales sobre la psicología de las sensaciones auditivas y espaciales y de las percepciones. Vigotski analiza los datos de la investigación realizada por Stumpf sobre los procesos de la atención en los ciegos.  

 

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texto integral de:
El Niño Ciego
Lev Semionovitch Vigotski
in Fundamentos de Defectologia, p. 74 a 87
Obras Completas - Tomo V
Ministerio de Educación de Cuba
Editorial Pueblo y Educación, 1989
[tradução para espanhol a partir da edição em russo da Editorial Pedagoguika - Moscovo, 1983]  
Fonte: Centro de Estudios de Ciencias de la Educación Superior de Cuba

 

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13.Jan.2012
publicado por MJA