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- Cuento para los Niños -
Rubén Darío

Aveugle et son chien - Isaak van Ostade, séc. 17
El perro del ciego no muerde, no hace daño. Es triste y humilde; amadle,
niños. No le procuréis nunca mal, y cuando pase por la puerta de vuestra casa,
dadle algo de comer. Yo sé una historia conmovedora que voy a contaros ahora.
Cuando yo era chico tuve un amiguito muy cruel. No le quería bien ninguno de
los compañeros porque con todos era áspero y malo. A los menores les pellizcaba
y daba golpes; con los
grandes se las entendía a pedradas. Cuando el profesor le castigaba no lloraba
nunca. A veces, iracundo, se hacía sangre en los
labios y se arrancaba el pelo a puños. Niño odioso.
Con los animales no era menos cruel que con los muchachos. ¿Os gustan a vosotros
los pajaritos? Pues él los que encontraba en los nidos los aprisionaba, les
quitaba las plumas, les
rompía los huevos, y les sacaba los ojos: tal como hizo Casilda en
unos versos de Campoamor, un poeta de España que ha inventado unas composiciones
muy sabias y muy lindas que se llaman doloras.
En casa del niño malo había un gato. Un día al pobre animal le
cortó la cola, como hizo con su perro el griego Alcibíades, aquel de
quien habéis oído hablar al profesor en la clase de historia.
Paco —así se llamaba aquel pillín— se burlaba de los cojos,
de los tuertos, de los jorobados, de los limosneros que andaban
pidiendo a veces en nombre de su negra miseria ridícula. Como
sabéis, es una acción indigna de todo niño de buen corazón, y
vosotros, estoy seguro de que nunca haréis igual cosa de la que
él hacía.
Por aquellos días llegaba a la puerta del colegio un pobre
ciego viejo, con su alforja, su escudilla y su perro. Se le daba
pan; en la cocina se le llenaba su escudilla, y nunca faltaba un
hueso para el buen lazarillo de cuatro patas que tenía por
nombre León.
León era manso; todos le acariciábamos; y él, al sentir la
mano de un niño que le tocaba el lomo o le sobaba la cabeza,
cerraba los ojos y devolvía halagos con la lengua. El ciego agradecía el amor a
su guía, y en pago de él contaba cuentos o cantaba canciones.
Paco llegó una tarde a la hora de recreo, riendo con todas
ganas. Había hecho una cosa muy divertida. Vosotros debéis
saber lo que son los alacranes, unos animales feos, asquerosos,
negros, que tienen una especie de rabo que remata en un garfio.
Este garfio les sirve para picar. Cuando un alacrán pica, envenena la herida, y
uno se enferma.
Paco había encontrado un alacrán vivo; lo puso entre dos rebanadas de pan y se
lo llevó al ciego para que comiese. El animal le picó en la boca al pobrecito,
que estuvo casi a las puertas
de la muerte. Como veis, un niño de esta naturaleza no puede
ser sino un miserable.
Cuando un niño hace una buena acción, los ángeles de alas
rosadas se alegran. Si la acción es mala, hay también unas alas
negras que se estremecen de gozo. Niños, amad las alas rosadas.
En medio de vuestro sueño ellas se os aparecerán siempre acariciantes, dulces,
bellas. Ellas dan los ensueños divinos, y ahuyentan los rostros amenazadores de
gigantes horribles o de enanos
rechonchos que llegan cerca del lecho, en las pesadillas. Amad
las alas rosadas.
Las negras estaban siempre, no hay duda, regocijadas con
Paco, el de mi historia.
Imaginaos un sujeto que se portaba como sabéis con nosotros, que era
descorazonado con los animales de Dios, y que
hacía llorar a su madre en ocasiones, con sus terriblezas.
El Padre Eterno mueve a veces sonriendo su buena barba
blanca cuando los querubines que aguaitan por las rendijas de
oro del azul le dan cuenta de los pequeños que van bien aquí
abajo, que saben sus lecciones, que obedecen a papá y a mamá,
que no rompen muchos zapatos, y muestran buen corazón y
manos limpias. Sí, niños míos; pero si vierais cómo se frunce
aquel ceño, con susto de los coros y de las potestades, si oyeseis
cómo regaña en su divina lengua misteriosa, y se enoja, y dice
que no quiere más a los niñitos, cuando sabe que éstos hacen
picardías, o son mal educados, o lo que es peor, ¡perversos!
Entonces ¡ah! le dice a Gabriel que desate las pestes, y vienen
las mortandades, y los chicos se mueren y son llevados al
cementerio, a que se queden éstos con los otros muertos, de día
y de noche.
Por eso hay que ser buenos, para que el buen Dios sonría, y
lluevan los dulces, y se inventen los velocípedos y vengan
muchos míster Ross y condes Patrizio.
Un día no llegó el ciego a las puertas del colegio, y en el
recreo no tuvimos cuentos ni canciones. Ya estábamos pensando que estuviese
enfermo el viejecito, cuando, apoyado en su bordón, tropezando y cayendo, le
vimos aparecer. León no
venía con él.
—¿Y León?
—¡Ay! Mi León, mi hijo, mi compañero, mi perro ¡ha muerto!
Y el ciego lloraba a lágrima viva, con su dolor inmenso, crudo, hondo.
¿Quién le guiaría ahora? Perros había muchos, pero iguales
al suyo, imposible. Podría encontrar otro; pero habría que enseñarle a servir de
lazarillo, y de todas maneras no sería lo mismo.
Y entre sollozos:
—¡Ah! Mi León, mi querido León...
Era una crueldad, un crimen. Mejor lo hubieran muerto a él.
Él era un desgraciado y se le quería hacer sufrir más.
—¡Oh, Dios mío!
Ya veis, niños, que esto era de partir el alma.
No quiso comer.
—No; ¿cómo voy a comer solo?
Y triste, triste, sentado en una grada, se puso a derramar
lágrimas de sus ojos ciegos, con un parpadeo doloroso, la frente
contraída, y en los labios esa tirantez de las comisuras que producen ciertas
angustias y sufrimientos.
El niño que siente las penas de sus semejantes es un niño
excelente que el Señor bendice. Yo he visto algunos que son así,
y todos les quieren mucho y dicen de ellos: ¡Qué niños tan buenos! Y les hacen
cariños y les regalan cosas bonitas y libros como
Las mil y una noches. Yo creo que vosotros debéis ser así, y por eso
para vosotros tengo de escribir cuentos, y os deseo que seáis felices. Pero
vamos adelante.
Mientras el ciego lloraba y todos los niños le rodeaban compadeciéndole, llegó
Paco cascabeleando sus carcajadas. ¿Se
reía? Alguna maldad debía haber hecho. Era una señal. Su risa
sólo indicaba eso. ¡Pícaro! ¿Habráse visto niño canalla? Se llegó
donde estaba el pobre viejo.
—Eh, tío, ¿y León? —Más carcajadas.
Debía habérsele dicho, como debéis pensar: “Paco, eso es
mal hecho y es infame. Te estás burlando de un anciano desgraciado”. Pero todos
le tenían miedo a aquel diablillo.
Después, cínicamente, con su vocecita chillona y su aire descarado, se puso a
narrar delante del ciego el cómo había dado
muerte al perro.
—Muy sencillamente: cogí vidrio y lo molí, y en un pedazo
de carne puse el vidrio molido, todo se lo comió el perro. Al rato
se puso como a bailar, y luego no pudo arrastrar al tío —y señalaba con risa al
infeliz— y por último, estiró las patas y se quedó
tan tieso.
Y el tío llora que llora.
Ya veis niños que Paco era un corazón de fiera, y lleno de
intenciones dañinas.
Sonó la campana. Todos corrimos a clase. Al salir del colegio
todavía estaba allí el viejo gimiendo por su lazarillo muerto.
¡Mal haya el muchacho bribón!
Pero mirad, niños, que el buen Dios se irrita con santa cólera.
Paco ese mismo día agarró unas viruelas que dieron con él
en la sepultura después que sufrió dolorosamente y se puso
muy feo.
¿Preguntáis por el ciego? Desde aquel día se le vio pedir
limosna solo, sufriendo contusiones y caídas, arriesgando atropellamientos, con
su bastón torcido que sonaba sobre las piedras. Pero no quiso otro guía que su
León, su animal querido, su
compañero a quien siempre lloró.
Niños, sed buenos. El perro del ciego —ese melancólico desterrado del día,
nostálgico del país de la luz— es manso, es triste,
es humilde; amadle, niños. No le procuréis nunca mal, y cuando
pase por la puerta de vuestra casa, dadle algo de comer.
Y así ¡oh, niños! seréis bendecidos por Dios, que sonreirá por
vosotros, moviendo, como un amable emperador abuelo, su
buena barba blanca.
Fin

Rúben Darío
(1867 - 1916) foi um poeta nicaraguense, iniciador e máximo representante do Modernismo literário em língua espanhola. É possivelmente o poeta que
teve uma maior e mais duradoura influência na poesia do século XX no âmbito hispânico.
El Perro del Ciego publicado por primera vez en La Libertad Electoral, Santiago, 21 de agosto de
1888. Es el único de los cuentos conocidos de Darío destinado expresamente
“para los niños”, con intención moralizante. Al final, la muerte por viruelas de
Paco, no deja de enlazar con el cuento inmediatamente anterior, “Morbo et
umbra”, donde muere un niño amado por su madre y su abuela, y en éste, un “niño
malo”; mas no deja de ser angustioso para las mentes infantiles la idea de la
muerte y las enfermedades por castigo divino a sus actos.
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El Perro del Ciego
Cuento para los Niños
-texto integral-
in '25 cuentos de Rubén Darío' (2009)
Selección y prólogo de Carola Brantome
Notas de Fernando Solís B.
edición MINED
Managua, 2009
17.Mai.2023
Publicado por
MJA
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