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O jovem Tobias cura a cegueira do seu pai - Bernardo Cavallino, 1640
Desde los tres años de edad padezco de ceguera parcial y progresiva de tipo meníngeo y de carácter irreversible, lo que no me ha impedido vivir como cualquiera de mis lectores, sin embargo mi abuela dotada de una inmensa bonhomía, luchó
denodadamente porque yo algún día recuperara la vista. Me llevó con todo tipo de charlatanes en quienes confiaba más que en las autoridades médicas que afirmaban acerca de lo incurable de mi ceguera. Cierto día, estuve a punto de recuperar
la vista, porque uno de estos charlatanes me dio una tunda con ramas de diferentes arbustos, que me hicieron ver estrellitas, cometas y otros cuerpos siderales; supuestamente para sacar de mí el maleficio que provocaba mis problemas, y al
mismo tiempo sacar los exiguos recursos de mi abuela.
En México todos tenemos algo de médicos y ella cumplía con todas las absurdas prescripciones que hacían las personas que nos rodeaban: me tapaban los ojos con filetes de hígado crudo o me lo hacían comer en grandes cantidades; me
colocaban lienzos alrededor del cráneo con cebolla morada; me lavaban los ojos con agua boricada; hacían que volteara la cara hacia las estrellas - que el saber popular ha llamado “los ojos de Santa Lucía”, y que según la tradición es la
protectora de los ciegos - pero nada me servía.
Pero un día, acudió mi abuela al máximo recurso que tenemos la mayoría de los mexicanos: conducirme ante la Virgen milagrosa de “San Juan de los Lagos”; pues ella estaba segura que volvería a ver la luz del día.
Me vendaron los ojos en casa y me llevaron a la central camionera, donde abordamos un camión, pero como era tiempo de peregrinaciones, iba atestado de romeros que llevaban el mismo destino; se compadecieron de mí al verme vendado de los
ojos y me cedieron un asiento; no sin antes satisfacer su curiosidad del porqué iba siendo conducido en esta forma. En ese tiempo todavía contaba con algo de visibilidad y con doce años de vida. Compartía mi asiento con una muchacha a la
que yo estaba observando al levantar ligeramente las vendas que cubría mis dañados ojos. Cuando llegamos a San Juan de los Lagos se me hizo poner las rodillas en el piso, y avancé desde las puertas del atrio hasta muy cerca del Altar y mi
Abuela después de persignarse y recitar diversas jaculatorias se puso de pie y fervientemente pronuncio las siguientes palabras:
― "¡Madre mía, haz que este muchacho recupere la vista!"
Inmediatamente arrancó las vendas de mi cara y me preguntó:
― Hijo, ¿puedes ver?
Y contesté:
― No
Y en voz alta me increpó:
― Pero venías viendo a la vieja que iba al otro lado, ¡por eso no ves pendejo!
Al escuchar estas palabras ya me rodeaban varias personas que esperaban el milagro y se retiraron con una sonrisa sardónica en sus rostros.
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Arturo Paz:
“Como hijo de obreros textiles, Arturo nació en la fábrica de Atemajac hace 47 años, de losque hoy hace un recuento divertido por la cantidad de anécdotas que almacena en unamente dedicada a explorar las posibilidades por encima de las limitaciones.Abandonado por sus padres a los tres meses de edad, creció bajó la protección deunos abuelos más cariñosos que enérgicos, así la vagancia fue su alternativa al noencontrar una escuela que se adecuara a los requerimientos de un muchachito inquieto,descuidado y, para colmo, ciego desde los tres años, cuando una inyección de penicilinalesionó de manera irreversible sus nervios ópticos.
“Guardo un recuerdo maravilloso de mi abuela. La pobre tenía que trabajar y no podía estar al pendiente de mí, por eso me dediqué a una ociosidad que además deimproductiva era peligrosa. Me iba con los amigos a la presa Verde a cruzar entre los liriosy a colgarnos de lianas que colgábamos para volar sobre los barrancos que estaban atrásdel club Occidente, nomás me avisaban a que hora soltarme”, recuerda Arturo.
Como buen nativo de La Fábrica de Atemajac, Arturo se aficionó al fútbol, mismoque practicó al lado de algunos famosos como Fausto Vargas de las Chivas y AgustínGarcía del Oro, que lo ponían a jugar bajo la consigna de que pasara el balón pero nunca el‘mono’. “pasé por muchas escuelas y fracasé en todas por mi limitación y porque losmaestros de entonces no estaban capacitados para atender a invidentes o con algún otrodefecto. Creo que lo que marcó mi vida fue la ocasión en que mi abuela, con buenaintención pero acompañada de las risas de mis primos, me llevó un acordeón para queaprendiera a tocarlo como único medio posible de subsistencia”.Arturo era todavía muy chico, pero aún recuerda el énfasis con que se negó aaceptar el destino que le ofrecían, arguyendo que sería licenciado. “Al ingresar al Institutode Capacitación del Niño Ciego a los once años, me di cuenta que mi deseo no era tandescabellado”.
“Ni viendo atinan”
Estudió la primaria contra viento y marea, cargando una rebeldía que le hacía confrecuencia liarse a golpes con sus compañeros. Hizo diabluras que darían para escribir unlibro entero. Sin embargo, consiguió salir adelante hasta llegar a la Escuela NormalSuperior Nueva Galicia, donde cursó la licenciatura en historia, y al Instituto CulturalMéxico Americano en donde completó todos los niveles del idioma inglés.“Llegó la fase de buscar trabajo y me resultó difícil al principio; creo que soy el pionero de los invidentes que trabajamos en la Universidad de Guadalajara. Comencé a dar clases de inglés en la Vocacional y mi primer obstáculo fue transmitir a través de letras loque yo había aprendido en sistema braille. Entonces me encontré a la mujer con la que mevolvería a casar si volviera a nacer, Adelina Rubio. En un principio, yo pasaba losejercicios a máquina y le pedía a algún muchacho que los copiara, pero los pobres niviendo atinan”, señala quien, entre otras cosas, sabe que reírse de las propias limitacioneses la mejor terapia para salir adelante. Para auxiliarle, su esposa le fabricó las letras en plastilina para que las conociera mejor. Hoy, Arturo asume orgulloso que es capaz de hacer anotaciones en el pizarrón prácticamente sin perder la horizontal.
Actualmente trabaja como maestro de Historia en la Preparatoria 6. Se sientesatisfecho por desempeñar sin problemas una labor que le acerca a las juventudes, que le permite conocer sus inquietudes y hacerse de muchos amigos. Similar orgullo muestra alhablar de sus tres hijos a quienes cree haber podido impulsar adecuadamente.
“Vivir en un mundo hecho para los videntes resulta difícil en principio. Cuando albergamos frustraciones nos sentimos rechazados. Lo primero es aceptarse a sí mismo ydespués luchar contra las frustraciones mediante esa psicología natural que todos tenemosdentro. Aprendí a reírme de mí mismo u ya no tuve problemas; el mundo cambió cuandocambié yo; la gente comenzó a aceptarme y ahora no tengo ninguna dificultad al tratar conlos demás”.
Ante la perspectiva de reactivar, mediante una serie de ejercicios el nervio del ojoderecho que no quedó totalmente atrofiado, Arturo presume haber recuperado un porcentaje de visión que espera incrementar. Mientras, cuando le disgusta, acepta hacersede “la vista gorda” y ha comenzado ya a dictar sus innumerables peripecias para ser contadas en un libro que atestigüe que el invidente puede explorar el mundo con buenosojos y mucho sentido del humor”.
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28.Jul.2013
Publicado por
MJA
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